De haberse tratado de un virus o una bacteria común, pasar del ardiente calor en el salón de la hoguera al intenso frío que reinaba en esta nueva habitación no le habría hecho ningún bien a Sara, sin embargo, en apariencia, nada en el estado de la joven había cambiado.
La Llama, por el contrario, pareció cobrar vida espontánea y violentamente, cuando, según Noemí, una última fata (o algo parecido) alcanzó a colarse por la puerta y se unió al resto de sus compañeras.
El mágico artefacto emitió un violento chisporroteo que iluminó por un par de segundos los muros bajos de piedra gris que nos encerraban, en lo que parecía ser la antesala entre tres umbrales que se abrían, oscuros, en diferentes direcciones.
Pese a la violenta reacción de la flama, las chispas no nos causaron ningún daño, de hecho, en lugar de quemarme, un breve escalofrío recorrió con rapidez mi columna vertebral y de forma tan repentina como había iniciado, el chisporroteo cesó.
A causa del susto, mi corazón aún latía a mil por hora y al sentirlo, incluso sumida en la profunda inconsciencia causada por la fiebre, Sara se agitó intranquila entre mis brazos.
—Qué demonios fue eso.
Los negros ojos de Patricia, que no se habían despegado de mí desde que salimos del pasillo de los retratos, por fin encontraron un nuevo blanco, al posarse en la Llama.
—No sé. Parece que nada.
Los papeles se habían invertido por completo, justo cuando yo había empezado a confiar en la pelirroja, ahora era ella quien me miraba con un profundo recelo; no obstante, aquello no duró mucho y mientras la ojinegra devolvía su atención a los tres umbrales que teníamos enfrente, Noemí revisaba a Sara con creciente preocupación.
La diminuta chica, sin perder de vista a la impredecible Llama, se había acercado de nueva cuenta y había medido con cuidado el pulso de mi novia; al terminar y darse cuenta de que la miraba consternado, la joven me dirigió una significativa mirada, al tiempo que meneaba la cabeza con aire pesimista.
Sin embargo, por escasa (o nula) que fuera la esperanza, no podía simplemente quedarme sin hacer nada, viéndola morir.
—Rápido, muévanse, tenemos que salir de aquí.
—Sí, pero, por dónde.
Una de las tres estrechas escaleras al pie de las cuales estábamos ascendía en una pronunciada pendiente exactamente hacia el "norte" (como habría dicho Noemí). Las otras dos eran un tanto más llanas, una se dirigía hacia el "noreste" y la otra hacia el "oeste", por lo cual antes de siquiera mover un pie, todos volteamos a ver a Noemí, quien lo único que pudo hacer fue mirarnos uno a uno con ojos verdaderamente aterrados.
Por fortuna para todos, con gran discreción, casi con ternura, Karla se acercó a la otra joven y le apretó suavemente un hombro; el cálido contacto pareció transferirle algo de confianza y con un leve gesto de la cabeza, la diminuta chica me indicó el camino a seguir.
Y hacia el "norte" nos dirigimos una vez pasado el estrecho umbral, flanqueados por dos elevados muros de piedra gris, muy arriba de los cuales unas pequeñas aberturas, quizá de unos 40 por 20 centímetros, dejaban filtrar una extraña luminiscencia gracias a la cual, conforme ascendíamos, pudimos darnos cuenta de que una niebla cada vez más espesa cubría nuestro camino.
—¡Dios! ¡Qué frío hace aquí!
Atento a cada reacción de Karla, Manuel se acercó, protector, a ella y la rodeo por los delicados hombros con el brazo derecho, al tiempo que cambiaba su espada a la mano izquierda.
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Guerreros y hechiceros
FantasyUn juego deja de ser un juego cuando es tu vida la que se arriesga. Tu vida deja de ser tuya cuando un demente te usa como su marioneta. El mundo en que has vivido deja de pertenecerte cuando te das cuenta de que el amor y la esperanza pueden conden...