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Sin saber cómo, los tres se encontraron caminando a través de un plácido paisaje, una extensa pradera salpicada aquí y allá por pequeñas arboledas o por altos y majestuosos árboles que se mecían solitarios al compás de una tenue brisa

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Sin saber cómo, los tres se encontraron caminando a través de un plácido paisaje, una extensa pradera salpicada aquí y allá por pequeñas arboledas o por altos y majestuosos árboles que se mecían solitarios al compás de una tenue brisa.

Ligeras nubes se movían con parsimonia a través de un extraño cielo iluminado por una luz dorada, parecida a la de los primeros minutos después de que el sol se asoma por completo a través del horizonte, sin embargo, la extraña luminiscencia no provenía de una fuente visible, de hecho, parecía simplemente existir a lo largo y ancho del inusual y aun así hermoso cielo.

No estaban seguros de hacia dónde se dirigían, ni tampoco de dónde venían, sin embargo, sabían... sentían que debían seguir caminando, ninguno de los tres hablaba, no parecía ser necesario, lo único importante era seguir, pero sin prisa, a donde quiera que fueran no parecía ser tan importante, simplemente tenían que llegar.

De repente, la ligera brisa que hasta ese momento había refrescado sus rostros cambió el susurrante sonido por el de una especie de risilla traviesa que hizo un discreto eco a través del paisaje y, antes de que se extinguiera, otra le respondió a la distancia y luego una más y otra y otra y muchas más, hasta que el ambiente se llenó de risas juguetonas.

Desde que la primera risa resonara en sus oídos, César había levantado su martillo. No había peligro o amenaza evidente, sin embargo, no acababa de confiar en aquel hermoso paisaje, los recuerdos de todo lo que habían vivido aquella noche habían resurgido poco a poco y ahora sentía que, sin importar a dónde exactamente fueran, tenían que llegar lo más pronto posible.

Aquel sentimiento, por si fuera poco, se vio acentuado cuando una pequeña criatura, más o menos de medio metro de altura, apareció flotando frente a ellos y aquella fue sólo la primera de muchas, en poco tiempo se vieron rodeados por una gran cantidad de los hermosos seres, translúcidos y frágiles como el cristal, y con una delicada apariencia femenina que, de haber sido humanas, las habría hecho parecer apenas adolescentes.

Algunas de las "sílfides", como las llamó Karla en un susurro, simplemente aparecieron en el aire, pero la mayoría llegaron volando raudas de todas direcciones, aparentemente llenas de curiosidad por los extraños seres que una de ellas había encontrado vagando por su tierra.

Sin previo aviso, una de ellas se colocó cara a cara con Noemí, apenas a un centímetro de su nariz; sin embargo, el encuentro no duró mucho pues, un segundo después, la traviesa criatura se convirtió en una veloz corriente de aire y, sin empacho alguno, se "zambulló" dentro del escote de la chica. La sensación hizo a Noemí lanzar un gritillo, no tanto de miedo como de sorpresa por el impetuoso movimiento y la sensación de la criatura recorriendo su piel bajo la ropa sin pudor ni recato, pero tampoco con malicia, simplemente... con curiosidad.

El resto de sus compañeras la imitaron y muy pronto convirtieron cada centímetro de sus cuerpos en su propio campo de juego, convertidas en rápidas corrientes de aire, por momentos cálidas como la brisa de verano y de repente frías como el viento invernal, ni el más pequeño rincón quedó sin ser explorado o atendido, ya fuera con rápidos roces cosquilleantes o con francas caricias que les erizaban la piel.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora