En realidad no esperábamos salir todavía, sin embargo, encontrarnos con aquella estéril escalera —iluminada por antorchas montadas en anillos de hierro colocados a intervalos regulares— tuvo el mismo efecto que una bomba en el ya de por sí frágil ánimo del grupo...
—¡¿Qué chingada madre nunca vamos a salir de aquí?!
Por lo general, Hugo era el encargado de ese tipo de berrinches, no obstante, en esta ocasión la rabieta y el susto fueron cortesía de Arturo; en el grito del "Güero" se podía sentir una ira que yo sólo le había visto en una ocasión, cuando, saliendo de algún bar, el "valet parking" le entregó su auto con un rayón en la inmaculada defensa.
Ahora, igual que en aquella ocasión, su pálido rostro se volvió casi tan rojo como la pintura de su Seat Ibiza y sus manos se crisparon hasta el punto en que los nudillos se pusieron blancos, justo antes de soltar un violento golpe contra la pared, con el que lo único que logró fue fracturarse la mano.
—¿Y qué esperabas, pendejo? ¿Se te olvidó que por tu puta culpa nos caímos al pinche sótano?
Eloina y Noemí solo atinaron a retroceder al ver a Arturo voltear con aquella furia ciega incendiándole los ojos, mientras Hugo le sostenía la mirada y la mayor parte del grupo se alejaba de ellos, creando un círculo que parecía delimitar el alcance del aura de violencia que comenzaba a crecer alrededor de los dos rivales.
—Tranquilo, pinche "Güero", estoy casi seguro de que esta escalera lleva al techo y desde ahí podemos saltar a la calle o a otro edificio, lo que sea más fácil.
No estoy muy seguro de qué me hacía pensar tal cosa, especialmente después de todo lo que ya habíamos vivido; sin embargo, creo que en ese momento sentí que era mejor aferrarnos a aquella muy lejana y muy improbable esperanza, que admitir que seguramente habíamos mordido un problema más grande de lo que podríamos masticar.
—Andando, pues, "al mal paso darle prisa".
Manuel abrió el camino, mientras yo me pegaba de espaldas a la pared y les hacía una seña con la mano para que los demás comenzaran a avanzar. Y mientras el resto subía, busqué a Sara con la mirada para asegurarme de que estuviera bien, sin embargo, cuando ella pasó a mi lado y traté de encontrar sus ojos con los míos, ella me evadió y siguió de largo por la escalera.
Dolió. Dolió más que la mordida del trasgo aquel en mi hombro o que el corte de la espada en mi muslo, sin embargo, no encuentro una excusa para lo que hice a continuación: en lugar de buscarla y tratar de arreglar las cosas, preferí hacerme el ofendido y dejarla ir sin siquiera una palabra.
Hasta aquel momento lo habíamos disimulado razonablemente bien y casi nadie, con excepción de Eloina, se había dado cuenta de la creciente tensión que había entre Sara y yo, la "pareja ideal", el ejemplo a seguir para las otras parejas de nuestro grupo, la historia de amor perfecta... que no era tal.
Y mientras aquella tensión amenazaba con destruir nuestra relación, casi la mitad del grupo había alcanzado ya el primer descanso de la empinada escalera —ubicado casi tres metros más alto que la base— y los primeros incluso ya habían dado vuelta hacia el siguiente tramo, que giraba 90 grados hacia la derecha de la entrada, y se habían perdido de mi vista.
Sara y Eloina fueron las últimas en pasar y la rubia, mucho más lista que yo en cuanto emociones y sentimientos, de inmediato se había dado cuenta de lo que ocurría con su amiga; de hecho, en ese momento estaba tratando de hablar con ella para calmarla y comenzar a sanar nuestra relación, como tantas otras veces.
Por un momento pensé en acercarme a ellas, sin embargo, en parte por mi testarudo orgullo y en parte porque, instintivamente, sabía que lo mejor era dejar que Eloina me abriera el camino, decidí dejarlas adelantarse un poco más y darles espacio para hablar.
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Guerreros y hechiceros
FantasyUn juego deja de ser un juego cuando es tu vida la que se arriesga. Tu vida deja de ser tuya cuando un demente te usa como su marioneta. El mundo en que has vivido deja de pertenecerte cuando te das cuenta de que el amor y la esperanza pueden conden...