Los muros. Primera parte

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♠ La muralla norte

—!!Con una chingada, Mario!! ¡Ya controla esa porquería! ¡Maldita sea!

El grito desesperado de Hugo superó el ruido que hacía su martillo mientras golpeaba, con toda su fuerza, el punto de la pared donde había estado la puerta, ya convertida en roca tan sólida como el resto de la muralla que ahora nos separaba de las tres chicas.

—¡Y no crees que lo estoy intentando!

—Pues si no puedes controlarla, quizá sería mejor que la dejaras.

La voz de Manuel era tensa, cargada de reproche y ¿rencor, tal vez?

—O que se la dieras a alguien más.

La de Karla, en cambio, sonaba tranquila, pragmática, sin gota alguna de sentimiento, sin matiz de emoción. La magia o lo que fuera que nos había provocado en el laberinto aún no terminaba de desvanecerse y como prueba de ello....

—¡¡¡Noooooooooo!!!

O al menos eso es lo que creo que dijo. La ira por fin venció el hechizo de la sacerdotisa y la bendición del ángel, y convirtió el desgarrador grito de Arturo en una especie de gruñido o rugido animal apenas inteligible, sin embargo, lo que siguió todos lo entendimos bastante bien.

Sin previo aviso y como no había ocurrido en toda la noche, la poderosa espada vikinga apareció de repente en manos del "Güero", quien, en medio de una explosión de rabia, arremetió contra lo primero que tuvo a la vista.

La "salida" del laberinto había vuelto a arrojarnos al bosque de los hombres lobo y eso hizo a Arturo perder un poco más del tenue dominio que aún tenía sobre la ira infernal que lo quemaba por dentro.

—¡No es posible! ¡Maldita sea! ¡¡Hijo de su reputísima perra madre!! ¡Joelagranputa! ¡¡Pero han de arder en el infierno!! ¡Todos! ¡Todos pueden irse a rechingar a su perra madre!

Por fortuna, el pálido joven aún conservaba cierto grado de autocontrol y en vez de dirigir toda aquella rabia contra nosotros, había decidido descargarla contra el lugar que nos mantenía prisioneros.

Sus desesperados y fúricos espadazos cercenaron tallos, hojas y ramas a diestra y siniestra, abriendo una senda de unos cinco o 10 metros de largo, hasta que, finalmente, la poderosa hoja quedó atascada dentro del grueso tronco de un roble; sin embargo, sin arredrarse, Arturo comenzó a jalonear y a retorcer el arma con tal furia que, finalmente y en medio de su ciega ira, logró partir la hoja apenas a unos cuantos centímetros de la guarda.

El ominoso chasquido resonó en nuestros oídos al tiempo que Arturo, o lo que quedaba de él, se volvía hacia nosotros con los ojos inyectados de ira y los restos de su espada en la mano.

Con un movimiento repentino, rápido como el relámpago, el joven nos arrojó lo que quedaba de la hoja, a nadie en particular, pero sí con una gran fuerza y con la única intención de descargar la rabia animal que al fin lo había dominado.

Aunque, sin mayor esfuerzo, César pudo esquivar el proyectil con un simple movimiento de cabeza, la furia primitiva que abrazaba la mente y el alma de Arturo lo hizo embestirnos, ahora sí, con la aparente intención de arrancarle la cabeza al primero que pudiera alcanzar.

—Segundo round.

De alguna forma, el feroz susurro de Hugo llenó por completo el ambiente, mientras el esbelto joven dejaba caer el martillo, flexionaba los marcados músculos y se adelantaba para interceptar a nuestro compañero y terminar lo que habían empezado en los recovecos del laberinto.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora