—Espero que con esto sea suficiente.
Noemí había rasgado una de las colgantes tiras de encaje del olán de su vestido para usarla a modo de venda junto con la única manga que le quedaba a la blusa de Paty para "rellenar" la cuenca vacía del ojo izquierdo de César; no porque fuera necesario, pues la magia ya había detenido la hemorragia, sino porque parecía ser lo correcto y, quizá, porque la joven quería retener alguna sensación de control.
César, a su vez, se dejó hacer, dócil y silencioso. Por mi parte habría preferido que se levantara y comenzara a destrozar aquel lugar piedra por piedra hasta encontrar a su adorada Adriana, pero aquello no sucedió; simplemente se dejó caer del otro lado de la puerta, envuelto en un manto de silencio tan pesado, que era como si se hubiera tragado todo el sonido a su alrededor.
—Oye, mi hermano... yo... lo siento.
Antes de comenzar a explorar el nuevo pasillo al que habíamos entrado, Manuel intentó disculparse con nuestro amigo por algo que no era culpa suya; sin embargo, en aquel momento, la pena de César se le clavaba profundamente en el alma y hasta la fecha, el "Flaco" aún siente el peso de no haber podido ayudar a Adriana, a pesar de que no hubo nada que pudiera hacer.
César se había sentado en el primero de los varios taburetes y divanes colocados a intervalos regulares a lo largo de un pasillo de quizá dos y medio metros de ancho por 10 o 15 de largo y luego de algunos segundos de mirarlo con profunda compasión, el resto del grupo comenzó a diseminarse.
Por mi parte, no quería separarme de Sara, mi hermosa morena se había recargado contra la pared, a unos pasos de César y Noemí, con el rostro enrojecido, la mirada vidriosa y la temperatura elevada, pero no al grado de ser fiebre, al menos no todavía.
Y mientras la diminuta chica atendía a César y yo a Sara, Manuel y Patricia se adelantaron para comenzar a ubicar la siguiente puerta; la opulencia de aquel pasillo contrastaba con la mayor parte de lo que hasta entonces habíamos visto, de hecho, más que medieval, la decoración parecía ser renacentista.
Al pesado silencio que rodeaba a César se agregaba el hecho de que nuestros pasos se ahogaban en una mullida alfombra carmesí bordada con hilos de oro y plata, y nuestras sombras se disolvían bajo la luz de una gran cantidad de velas, colocadas sobre ricos candelabros de oro recamados con piedras preciosas, a las cuales se agregaban varios espejos ubicados cada tantos pasos para ayudar a distribuir la luz.
Pero había algo mucho más desconcertante que sólo el silencio o la falta de sombras, había un cierto "algo" que nos tenía intranquilos a Paty y a mí, algún tipo de presencia, algo, casi vivo (aparte de nosotros), que merodeaba en aquel lugar, pero que al menos a mí me resultaba imposible de ubicar.
Por fin, Sara pareció sentirse mejor y se echó a andar hacia el fondo del lugar, como siguiendo a Patricia; por mi parte, traté de darle un poco de espacio y luego de cerciorarme de que César y Noemí estuvieran bien (dentro de lo posible), también comencé a caminar, flanqueado por la huidiza mirada de media centena de retratos colgados en las paredes laterales.
Era inquietante la forma en que los ojos en aquellos rostros anónimos, casi tan vivos como los nuestros, parecían examinar cada centímetro de nuestras almas, dejando al descubierto recovecos abandonados y rincones oscuros, que habría sido mejor dejar en el olvido, sin embargo, no era eso lo que tenía a la pelirroja al borde de una crisis nerviosa.
En mi camino hacia una puerta que se alcanzaba a apreciar a la distancia, pude ver que Karla parecía fascinada con aquella galería poblada con gente de extraños ropajes.
En el tiempo que llevábamos ahí, la chica ya casi había recorrido el pasillo dos veces, observando con obstinación aquellos rostros, algunos adustos, severos la mayoría y sólo unos pocos, muy pocos, con el atisbo de una sonrisa escondida detrás de capas y capas de la más recalcitrante seriedad; con curiosidad infatigable, la joven buscaba algún indicio de sus identidades, sin embargo, no había nombres, lo más que llegaba a encontrar era la firma del artista que había inmortalizado a aquellas personas.
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Guerreros y hechiceros
FantasyUn juego deja de ser un juego cuando es tu vida la que se arriesga. Tu vida deja de ser tuya cuando un demente te usa como su marioneta. El mundo en que has vivido deja de pertenecerte cuando te das cuenta de que el amor y la esperanza pueden conden...