Cementerio

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Cada vez más rápido, aquel extraño jalón "anti-gravedad" nos llevaba hacia una gran puerta de madera de doble hoja y aunque Sara y yo estábamos hasta atrás del grupo, no dejaban de preocuparme César y Adriana, quienes iban hasta el frente y, aunque no sería mortal, el impacto de otros nueve cuerpos prácticamente en caída libre, podía dejarlos seriamente lastimados.

Para fortuna de todos, la puerta aquella se abrió de par en par y la velocidad nos arrojó dentro de uno de los lugares más extraños que había visto en mi vida.

—¡Salimos! ¡Ya estamos afuera!

Por un segundo y ante la perspectiva de escapar de la pesadilla, Adriana pareció olvidarse incluso de su hermano y su entusiasmo terminó por contagiar a varios de nosotros. Sin embargo, algo no andaba bien con aquel lugar.

La puerta nos arrojó justo en medio de alguna clase de cementerio, del piso de granulosa tierra negra se alzaban incontables lápidas de piedra gris, salpicadas aquí y allá por mausoleos de blanco mármol que, siniestros, reflejaban la luz de una hermosa luna que brillaba alta en el cielo nocturno.

Había varios problemas que eran evidentes casi de inmediato con aquel lugar y el primero que me vino a la mente fue el hecho de que, según mis cuentas, habíamos subido dos tramos de escalera; por lo tanto, debíamos estar, por lo menos, en un tercer piso, pero parecíamos estar sobre tierra firme. Específicamente, estábamos parados sobre un amplio andador, de unos cinco pasos de ancho, que nacía al pie del mausoleo más grande de los alrededores, de cuya puerta, aparentemente, habíamos salido.

El segundo y que tenía especialmente inquietas a Paty, Noemí y Karla, era que parecía carecer de límites, las lápidas tapizaban el suelo hasta donde la vista alcanzaba y los extremos estaban ocultos por una extraña neblina que comenzaba a unos 10 metros de nosotros y que se espesaba poco a poco hasta que hacía imposible determinar si existía alguna pared o cerca que delimitara el cementerio.

En medio de todo aquello y mientras comenzábamos a levantarnos y a sacudirnos el polvo de encima, la sensación de ser observado comenzó a ponerme inquieto, primero, y poco a poco fue convirtiéndose en una auténtica alarma que me obligó a...

—¡¡¡Kiiaaaaia!!!

Por lo general no me gustaba usar mi personal variación del tradicional grito del karate ("silencioso, pero mortal", era mi lema en aquel entonces), sin embargo, tal era la tensión que me embargaba, que me fue imposible evitarlo mientras lanzaba una veloz ushiro geri (patada recta hacia atrás) que se estrelló violentamente contra algo tan duro que consiguió lastimarme un poco el talón.

—¡¡El ganador y aún campeón, por nocaut efectivo a los 10 segundos del primer round: Mario "Tirofijo" Rivadeneira Rojas!!

Entre la extraña imitación que hacía Hugo de una multitud que me "aclamaba", la pesada cabeza de mármol de la vieja estatua de un ángel a mis espaldas comenzó a desprenderse poco a poco, hasta que terminó por caer al piso; no obstante, la molesta certeza de que alguien nos observaba aún no me dejaba en paz.

—¡Yadeja de hacer payasadas y mejor vamos a buscar una puta puerta para irnos anuestras casas!

Aunque era evidente que trataba de contenerse, Arturo no pudo evitar lanzarme una mirada cargada de ira mientras, a jalones, trataba de que Eloina lo siguiera.

—¡Nada de vámonos! ¡Tenemos que regresar por mi hermano!

Mientras Adriana pareció volver a su realidad.

—¡Estás pendeja! ¡No pienso regresar ahí!

—¡Óyeme, imbécil!

César era por completo incapaz de soportar que alguien agrediera a su novia y la voz inyectada de rabia de Arturo empeoró aún más las cosas.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora