El laberinto

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Cuando dos tigres pelean,
uno de ellos siempre termina muerto
y el otro, herido de muerte
Proverbio oriental

-Mario, Mario ¿estás bien amor? ¡Contéstame!

Poco a poco, las densas tinieblas que me habían cubierto apenas un segundo después que la Llama estallara en el claro de la bruja comenzaron a retirarse para dar paso al dulce rostro de Sara, cuyo gesto de angustia se convirtió gradualmente en uno de tierna preocupación.

-Cre... creo que sí.

Aunque después de todo lo que habíamos visto aquella noche me inclino a creer que todo lo que vivimos a manos de aquella malévola mujer fue verdad, en ese momento me sentía, más bien, en medio de la peor resaca de la historia; unas 10 veces peor que el lunes después de la fiesta de graduación de la carrera, que había comenzado el viernes en la noche y terminado el domingo ya entrada tarde.

Y eso fue exactamente lo primero que me vino a la mente mientras me incorporaba; por alguna razón, mi cabeza se llenó con imágenes casi olvidadas de aquella noche. No era la primera vez que Sara y Manuel se encontraban, sin embargo, fue la ocasión en que la corriente de simpatía entre ambos fue más evidente, provocándome una punzada de celos.

Por suerte (no sé si buena o mala), aquellos recuerdos pronto se vieron apagados por un espantoso dolor de cabeza, el cual se sentía como si un herrero demente me golpeara el cráneo con un enorme martillo.

Aquella casi insoportable jaqueca, la terrible sensación de náusea, la garganta reseca y la lengua pastosa, así como el malestar generalizado que sentía me hacen suponer que todo fue producto de alguna especie de droga, tal vez emitida por las velas al quemarse y transportada en el humo. No obstante, esa sospecha se desvanece cuando recuerdo los oscuros y alargados moretones en los pálidos brazos de Arturo y la sensación de una o dos costillas fracturadas en mi costado derecho, que la magia terminó de sanar poco después de que desperté con la cabeza cómodamente recargada sobre los tibios muslos de Sara.

-¿Y ahora dónde demonios estamos?

Hugo había despertado apenas un par de minutos antes que yo (de hecho, yo fui el último en recuperar el sentido) y aún trataba de ajustarse al nuevo ambiente que nos rodeaba.

Hacía frío y varias corrientes de aire helado nos golpeaban, por turnos, desde diferentes direcciones; sin embargo, nadie se había atrevido a explorar el lugar y lo único que alcanzábamos a ver desde donde habíamos caído... o llegado... o aparecido era una suerte de plataforma de piedra de la cual se extendían cuatro escaleras en direcciones opuestas, dos de ellas subían y las otras dos bajaban.

-¿Noemí?

La voz de Manuel sonó ronca, como si no hubiera hablado por horas, no obstante, la chica reaccionó como si el mismísimo ángel de la muerte hubiera pronunciado su nombre y, con gesto horrorizado, se limitó a retroceder tanto como pudo, en un vano intento por evitar ser enfrentada de nueva cuenta con aquel poder o habilidad que no quería, que no entendía y que, por encima de todo, le aterraba.

Y tenía razón, no era justo, era demasiada responsabilidad, era una carga demasiado grande para unos hombros tan esbeltos; en toda la noche, la diminuta chica no había logrado aceptar el papel que le había tocado jugar en aquel sádico juego ideado por el Mago, sin embargo, no había otra opción, hasta donde alcanzábamos a entender, el extraño poder de la joven era lo único que podía sacarnos antes de que amaneciera.

-¡Manuel!

Por fortuna, Karla opinaba lo mismo y se acercó desde el extremo opuesto de la plataforma, tomó a la chica por los muy delgados hombros y ésta pronto respondió al cálido contacto, dejándose atraer a un tierno abrazo.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora