Capítulo 11

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—Se acabó, espíritu —dijo tajante Elsa mientras preparaba centenares de agujas de hielo hechas de lágrimas sobre sus manos.

—¿Nunca te cansas de equivocarte, Elsa? —preguntó él recuperando el ánimo.

—¿Qué piensas que puedes hacer con nosotros? —reclamó Valka—. No serás capaz de manipularnos. Ya lo has intentado con mi familia y no ha funcionado; estos chicos —dijo señalando a Anna y a Kristoff—, gracias a ti han aprendido a superar sus propias debilidades; Elsa ya no tiene puntos débiles; y apuesto a que Hallan es completamente inmune a ti.

—Y tanto. Le conozco yo a él mucho mejor de lo que él me conocerá nunca a mí —añadió Hallan con seguridad en sus palabras.

Contra todo pronóstico, sus aclaraciones hicieron reír a carcajada limpia a la sombra.

—Tenéis razón, pero creo que os estáis olvidando de algo.

Instintivamente, Hipo cubrió a Astrid con su brazo.

—Chico listo —dijo el espíritu acercándose despacio hacia Astrid.

—¡No creas que te permitiremos hacerlo! —le amenazó Hipo cargando su arma contra él.

El espíritu de la debilidad dejó salir una nueva carcajada y recibió el daño con un estremecedor alarido. Todos hicieron lo mismo para mantenerle alejado de Astrid, pero, pese al dolor, continuó avanzando sin pausa hasta detenerse justo frente a ella.

—Podéis herirme, pero nunca hacerme desaparecer. Sólo tengo que soportar el dolor hasta encontrar mi vía de escape. ¿Queréis seguir invirtiendo vuestras fuerzas en una causa perdida o vais a confiar en la fortaleza de esta muchacha? —dijo desafiante.

Sintiendo cómo todo su cuerpo temblaba, Astrid miró a través de la sombra y vio la preocupada expresión de Hipo. Él sabía lo doloroso que podía llegar a ser. Sin embargo, vio algo más en sus ojos: vio confianza.

—Está bien. ¡Vamos a hacerlo! —dijo en un arranque de bravura.

—¿Estás segura? —preguntó Elsa preocupada por la mujer que fue su primer amor.

—Dejadme hacerlo, por favor. Y, si caigo en sus manos, no dudéis en matarme. Quizás ése sea el camino para acabar con esto de una vez por todas.

Astrid buscó a Hipo con la mirada. Él asintió con una leve sonrisa y todos los demás aceptaron su voluntad a regañadientes.

—Están como una regadera... —murmuró el espíritu—. Debo admitir que sois realmente fascinantes.

Y con esas últimas palabras de reconocimiento, el espíritu comenzó su labor.

"No se lo ha pensado ni un segundo antes de arriesgar tu vida, ¿eh? La más poderosa guerrera vikinga de todos los tiempos bajo el mando de un debilucho. Tomó el lugar que tú merecías y te hizo jefa sólo para que cargases con todo el peso porque él no es capaz de hacerlo por sí mismo. Siempre dependiendo de ti; siempre jugando a ser su mamita. Es normal que no te haya dado hijos: no tiene lo que hay que tener. Ha arriesgado tu vida incontables veces sólo para ver sus sueños hechos realidad. ¿Realmente crees que le importa lo que te pase? ¿Crees que a alguien le importa?

Ven conmigo. Yo haré de ti la gran jefa vikinga que mereces ser. Con el mundo en tus manos, como debió ser desde un principio. ¡Vamos! ¡Empuña tu hacha y reclama tu lugar!"

Astrid agachó la cabeza mostrando una dolorosa mirada, entonces, la levantó bruscamente, alzó su hacha y camino decidida hasta encontrarse cara a cara con su marido. Él miró la viva llama en la mirada de Astrid y cerró los ojos aceptando su destino.

Bien hecho, rubita —susurró la sombra orgullosa de su trabajo.

El rollo vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora