Capítulo 10

1.7K 162 60
                                    

Danira y Yelaím estaban ante la puerta de César, quien no daba crédito al ver a ese par, eran las siete de la mañana, y ningún ser vivo debería estar sonriente a esa hora, pero esos dos ahí parecían contradecir esa idea.

—Yelaím, Señora Renning, —César se hizo a un lado para dar paso y ellos ni tardos ni perezosos desperdiciaron la invitación no dicha.

—¿Sucede algo hijo?, —la voz de Gracia sonaba desde la cocina, mientras el aroma a café se dispersaba poco a poco en la casa, al igual que el olor a huevos revueltos.

—¡Oh, cariño, saludaré a tu madre!, Danira pasó por toda la casa, como si fuera una amiga de siempre, la voz asombrada de su madre hizo reír débilmente a César, mientras Yelaím lo tomaba del codo y seguía a Danira.

—Perdón por no avisarte que vendríamos, pero Danira y yo estamos muy entusiasmados y hay tanto que hacer, que consideramos una pérdida de tiempo avisarte.

Al entrar a la cocina César vio que Danira ya tenía una humeante taza de café, Yelaím más modesto, abrazó a gracia disculpándose por la impertinencia de pasar tan temprano.

—Siéntate también, Yel, te serviré café y haré más huevos, —Gracia se movió ágilmente, y la sartén crepitó, —sirve mientras hijo, el desayuno a nuestras visitas, Gracia estaba sonriente también, no tanto como el par que estaba ahí sentado, pero César pudo ver que Gracia se sentía cómoda.

Los cuatro se sentaron a la mesa, mientras se ponían de acuerdo en detalles que César ni de broma habría considerado, pero que ahora que lo pensaba, estaba muy agradecido por aquello.

Yelaím hablaba de disposición de las mesas mientras Danira explicaba mostrando a Gracia y a César, una libreta que el joven lobo supuso había sacado de su bolso, —Los alfas invitados, al igual que el consejo deberán estar enfrente, para dar testimonio de la unión y aquí, —Danira mostró un circulo que sabiamente César supuso se trataba de una de las mesas, aquí están sentados Khalé, César y mis nietos, presentándose a todos como una familia.

César pudo ver, pudo ver, ya no solamente imaginar, sino verdaderamente ver la escena y le gustó, le gustó mucho como el alfa daría a conocer a su familia, no solamente a la manada, sino a las demás manadas que estaban buscando precisamente una mirada del joven alfa que, sin saberlo, había desatado una revolución, una soberana revolución que estaba sacudiendo los cimientos viejos y las antiguas políticas, para dar paso a más derechos, a más libertad, a más protección.

—Tengo que prepararme para ir al trabajo, —Gracia se levantó algo insegura, sobre todo no quería insultar a la madre del alfa.

Gracia también se levantó y tomó su bolso, —cariño, no te disculpes, déjanos llevarte al trabajo y quedamos para cenar nosotros tres y terminar de organizar, —Danira miró a César como si necesitara la aprobación de este, lo cual al lobo le pareció muy considerado.

—Por favor continúen, yo no tengo ni idea de cómo preparar algo como esto, así que permítanme les acompaño y de esa forma tal vez pueda aportar algo.

Danira asintió no solo complacida, sino segura de la elección de su hijo, este muchacho humilde era justo lo que el activo alfa necesitaba.

César miró a su madre irse con ese par alegre, Yelaím le aseguró que le llamaría más tarde para acordar algunas cosas y con un beso en la mejilla, se despidió, al entrar a la cocina, recogió los platos y los colocó en el fregadero para lavar, fue relajante, miró el reloj en la pared y aun le quedaba una hora y media para estar en la oficina de Khalé, mientras se dirigía al baño, su teléfono de casa sonó, y de inmediato respondió pensando era su madre que tal vez había olvidado algo, pero no, era el alfa, se escuchaba relajado.

Maestro de un loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora