Sigurd Ragnarsson (fluff)

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Kattegat no era para los débiles. De clima frío, las nubes siempre amenazaban con una llovizna y ahora, en plena noche, el cielo oscuro cubría el pueblo con un viento que mecía los árboles fuertemente. Era un clima que invitaba a quedarse en casa, junto al calor del fuego.
Sigurd miraba por la ventana, esperando a ver en la lejanía a su esposa, montada a caballo. Había salido hace ya un rato largo junto a su hijo para dejarlo con Hvitserk, pues tenía planes de llevarlo de pesca por la mañana.

Amaba a su pequeño con cada parte de sí, pero sinceramente, estaba contento de tener un momento a solas con su esposa. Así que mientras esperaba su llegada, cerró con firmeza las ventanas, prendió el fogón y puso a calentar agua. Esperando a que esté lista, Sigurd arrastró una bañera de madera hacia el comedor, cerca del fuego, y vertió el agua dentro.

Escuchó el galopar de un caballo acercándose cada vez mas a la casa, así que velozmente, se quitó las botas. Su camisa y pantalones no tardaron en quedar un bollo en el suelo, acompañados de su ropa interior. Se irguió rápidamente al escuchar el abrir de la puerta y volteó a la entrada. Parada en el umbral, su esposa lo miraba de arriba a bajo sin hacer ningún movimiento, claramente tomada por sorpresa. No dándole tiempo a que Sigurd diera explicaciones, desató el cordón de su abrigo y poco a poco, capa a capa, fue desnudándose ante él sin quitarse los ojos de encima mutuamente, en un cómodo silencio, donde entendían las intenciones del otro tácitamente.

Sigurd extendió su mano para tomar la suya, y con un suave agarre, caminó con ella hacia la bañera y metió un dedo del pie para probar el agua. Estaba a temperatura perfecta, sabía que a ella le encantaría. Fue el primero en entrar a la bañera y ya sentado, la ayudó a sumergir el cuerpo, tomándola por la cintura para sentir su cuerpo cerca.

Las piernas de Sigurd mantenían las suyas calientes y podía sentir el pecho de su esposo rozando su espalda desnuda. Quería tenerlo frente a frente, mirarlo a los ojos, pero tenerlo a espaldas suyas, completamente vulnerable a sus encantos, le daban a entender que Sigurd ya había planeado de antemano todo esto. Con las responsabilidades de ser padres, hace ya bastante tiempo no tenían un momento de intimidad y podría asegurar que su esposo buscaba remediarlo esta noche, así que se dejó seducir.

Disfrutó sentir como él vertía agua lentamente por su espalda, besándole el cuello con ternura. Pudo sentir sus manos paseándose por su cabello, deshaciendo las largas trenzas en su melena con una paciencia desmedida, casi como preparándola para ir a dormir.

Tomándola por sorpresa, comenzó a masajearle los hombros. Paseó los dedos por su nuca en movimientos circulares y Sigurd pudo sentir como el cuerpo de su esposa se relajaba bajo la magia de sus dedos. Había sido un día largo, especialmente para ella, que el niño no quería estar nunca lejos de ella. Mas que el sexo, Sigurd extrañaba cuidarla. Y últimamente sentía que había fallado en eso como esposo, catapultando desprevenidamente recuerdos de su juventud, de cuando la conoció. Soberbio y presumido, así era cuando sus caminos se cruzaron. Y a tropezones, pudo convertirse en el hombre que era hoy, y se lo debía en gran parte a ella. Por eso quería darle una noche llena de atenciones y mimos. Al fin y al cabo, adoraba consentirla.

Así que masajeó su espalda, besó su cuello y lavó su cabello con ternura. Cada tanto, se acercaba a su oído y susurraba lo hermosa que era y lo bien que olía su piel. Recorrió su espalda con los labios, saboreándola poco a poco, incluso haciéndole caricias delicadas en los muslos. La escuchó reirse por lo bajo, y sintió una sensación cálida en el pecho que no supo explicarse, lo único que sabía es que lo llenó de satisfacción.

Ella por su lado se recostó en su pecho, disfrutando las caricias, sintiéndose desbordada de amor. Por el amor de Sigurd, por el amor que sentía hacia él, porque era el padre de su pequeño y con quien iba a dormir en la misma cama todas las noches. Se sentía realmente afortunada. Luego de un rato, se giró lentamente hacia él y depositó un beso dulce en sus labios. Rodeó su torso con los brazos y apoyó la cabeza en su pecho, cerrando los ojos.

Allí, los brazos de Sigurd, era su lugar favorito en el mundo.

➳ vikings | one shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora