Capítulo 15: Nadie me trata como tú.

369 24 7
                                    

Miré el móvil, tan solo era mi madre para ver si habíamos llegado bien; pensé que iba a ser algo más importante, pero no me decepcioné. Mis abuelos nos abrieron la puerta asombrados de vernos allí, no sabían que íbamos a ir a verles. Era por la noche y se habrían preocupado al ver que alguien llamaba al timbre sin avisar. Mi abuela, Jane, iba vestida con una pijama de tirantes, sus gafas de leer redondas y el pelo marrón con canas recogido en una coleta pequeña; mi abuelo, Zacarias, iba con su camiseta ancha manchada con pintura y unos pantalones de cuadros rojos. Tan guapos y tan jóvenes como los recordaba.

- ¡Niñas! ¿Qué hacéis aquí?- No nos esperaba para nada y eso me gustaba, mi madre no se había ido de la lengua. Sonreí y abracé a mi abuela que estaba delante de mí, los echaba de menos.

- Hemos venido a pasar un par de días con vosotros, que os echábamos de menos. Pero si no queréis nos vamos a casa otra vez. y no ha pasado nada.- Les sonreímos hasta que nos dolieron los mofletes y esperamos su respuesta, aunque ya supieramos cual iba a ser. Era obvio, no nos iban a dejar volver a casa por la noche, sin dormir. ¿Era obvio, no?

- Pasad. Me encanta que estéis aquí. Estaba haciendo la cena, no sé si va a haber para todos.- Nos miró con preocupación. No sé si había hecho bien en ir a casa de mir abuelos, ¡iba a engordar lo que había adelgazado!- Tiene razón tu madre, te veo más delgada.

- He adelgazado dos kilos, abu.- Así la llamaba cuando era pequeña y sabía que la encantaba que le dijera eso.- Estoy perdiendo peso, ya sabes...- dejé la oración sin terminar, no sabía como seguir; me miró expectante y la seguí a la cocina.

- Sí, me ha contado mamá.- Abrió la nevera y sacó unos filetes de pollo.- Te lo puedo hacer a la plancha si quieres, de primero hago una ensalada.- Me sonrió y yo le devolví la sonrisa tierna con un guiño.

Realmente, vivir tan lejos de mis abuelos no me gustaba. Los echaba muchísimo de menos, solo compartíamos varios días al año juntos y eso no podía ser; ellos habían cuidado de mí desde que nací, eran como mis segundos padres. Yo, tengo a mis abuelos en un pedestal tan alto que para subir a él tardarías un par de años. Puede que hayamos tenido nuestras peleas y nuestros encontronazos, pero les quiero más que a mi vida.

- Niña, el teléfono te suena.- Me sacó de mi pequeña reflexión. Miré el identificador de llamadas para saber quien era y, como no, la suerte no estaba de mi lado: era Mario. Ahora no podía ni quería hablar con él.- Vamos, nena, cógelo antes de que se cuelgue, puede ser importante.- La sonreí y salí de la cocina para ir a mi habitación.

Ésta seguía igual que cuando era pequeña; el papel de flores forraba la pared, los peluches de osos decoraban la cama rosa pálido. Era tal y como la recordaba. Seguía teniendo ese aroma que tanto me gustaba y ese algo especial que lo hacía increíble. Siempre me había gustado esa habitación, por eso siempre me quería quedar a dormir allí.

- ¿Mario?- Intenté sonar casual y simpática; a lo mejor estaba con Mary porque eran amigos, se daban la mano por esa razón y se miraban tiernos porque... No sé porqué se miran tiernos.

- Amber, ¿puedes quedar hoy? Es que te tengo que decir algo y no puede esperar.- Cuando alguien te llama y te dice que tiene que hablar contigo son dos opciones las que se cuelan por tu mente: 1) que quiere cortar contigo o 2) que te quiere contar su pasado tenebroso para que le salves de sus demonios. Muy bonito todo.

- No puedo quedar hoy, estoy fuera de la ciudad; pero si no puede esperar dímelo por aquí, no me enfadaré por ello.- Me senté en la cama rosa y esperé su respuesta. Estaba un poco ansiosa por saber que me iba a decir, a lo mejor no era tan malo como yo pensaba.

- Está bien...- suspiró.- Hace un par de semanas que salgo con alguien más, mucho antes de que nos conociéramos, por eso te quería decir que lo nuestro no va a ir a ningún lado.- Menos mal que no habíamos quedado porque ya notaba las lágrimas en mis ojos preparadas para surcar mi cara. Había sido muy poco considerado al jugar conmigo, al hacerme ilusiones en vano. Él tenía la culpa de que me sintiera como una mierda, de pensar que, por estar gorda, la gente no apreciaba lo que yo era y eso me deprimía mucho más.- Sé que debes sentirte fatal, Amber, lo siento, yo no he querido que esto pasara...

Con michelines y a lo loco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora