Me levanté en una cama desconocida y, un poco, cansada. Me incorporé para poder despejarme e ir a por un vaso de agua y, tal vez, desayunar. Lo extraño de todo aquello es que me levanté sola, es decir, no había nadie en la habitación conmigo y tampoco parecía que hubiese alguien en la casa. Lo bueno es que tenía la ropa del otro día puesta, eso implicaba que no había pasado nada de lo que me pudiera arrepentir.
Fui hasta el baño. No tardé más de diez minutos, pero, en ese tiempo, seguí sin escuchar nada ni en la planta inferior ni en la mía. De repente, me empecé a asustar, recordaba todo lo sucedido con Scott pero no me podía creer que me hubiese dejado sola después de la bonita velada que compartimos. Eso hubiese sido muy sucio y rastrero de su parte, uno nunca lo habría hecho y menos con la persona que me gustaba.
Cogí un bate de béisbol que tenía Scottie apoyado en su mesilla de noche y empecé a bajar las escaleras. Definitivamente parecía una loca con un bate de béisbol preparada para golpear a cualquier persona que se interpusiese en mi camino. Iba bajando tan despacio que parecía que había activado la cámara lenta en los efectos de edición. Bajaba un escalón, miraba hacia los dos lados y esperaba por si escuchaba algún tipo de ruido. Así me pasé unos quince minutos de mi vida, sí amigos, malgasté quince minutos en bajar una escalera porque estaba muerta de miedo.
Conseguí bajar ilesa (aunque seguía con el bate en la mano) y llegar a la cocina sin tener que abrir todas las puertas de la vivienda. Me sentí libre de hurgar en la nevera en busca de mi desayuno que, siendo la casa de mi querido Scottie, tenía que ser saludable. Creo recordar que cogí una manzana, una pera y un plátano y que me hice una macedonia aunque no estoy muy segura de si sucedió así.
Cuando ya iba a terminar de desayunar, escuché la puerta principal abrirse. Agarré el bate, aunque seguí sentada terminándome el desayuno. Dejé el plato en la pila para lavarlo pero, antes de que pudiese empezar a enjuagarlo, pude percibir como me llamaban a lo lejos. Salí, con el bate obviamente, para ver quién me llamaba y qué quería.
- Amber, ¿dónde estás?- Volví a subir las escaleras con el bate.
- Estoy subiendo...- Al llegar al final de las escaleras vi a Scott recién duchado y vestido.
- ¿Ese bate es mío? Y, si lo es, ¿para qué lo necesitas?- Se nos escapó una risa antes de que le pudiese contestar.
- Es que, al levantarme sola, no me ubicaba y decidí protegerme las espaldas con tu bate.- Se acercó a mí y me abrazó fuertemente.- Me estás dejando sin aire...
- ¿Quieres darte una ducha caliente?- Asentí tímidamente mientras seguía abrazada a él, pero con una agarre más flojo.
Me enseñó el baño y, después de sacarme las toallas y de poner música, se fue, dejándome sola y pensativa; la conversación del día anterior me había dejado emocionada y tímida, feliz y nerviosa. Pensar que había un chico casi perfecto que quería estar conmigo porque le gustaba era una sensación increíble. Me lavé el pelo y el cuerpo, salí de la ducha, me envolví en las toallas rosas y llamé a Scott para que supiese que ya había terminado y me dijese en dónde podía cambiarme. Él llegó bastante rápido y con ropa en la mano que no era la mía.
- He pensado que te gustaría tener ropa limpia que ponerte y no esa con la que has dormido. Lo único que no he podido conseguir es un sujetador porque, como comprenderás, no tengo.
- ¿En serio no tienes? Yo pensaba que sí...- Nos reímos un rato y le agradecí que me dejase su ropa. ¡Me había dejado unos calzoncillos de Calvin Klein! ¿Se suponía que eso iba a ser mi nueva braga? Sí, creo que sí.
Me vestí en el baño y me miré en el espejo para peinarme. Comprobé que había adelgazado, al menos unos tres o cuatro kilos, la tripa no se me marcaba tanto con la camiseta de Scott como yo suponía, pero se la iba a agrandar un poco. Me peiné con un cepillo que encontré y me eché la colonia que usaba mi anfitrión. Y, aunque la camiseta negra me quedase un poco justa y el pantalón grande, no estaba tan mal vestida.
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Con michelines y a lo loco.
RomansaAmber, una chica de 19 años, necesita adelgazar, pero no porque no le guste su cuerpo o por problemas de autoestima, sino por algo peor: unos malditos análisis de sangre en los que descubren un poco de colesterol. Ella sabe que sola no va a tener s...