Prólogo

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Un día más, agarré la bufanda de cuadros y la anudé con fuerza sobre mi cuello. Coloqué el abrigo de color café sobre mis hombros y cubrí mis manos con unos guantes, de esos que dejan escapar los dedos pero mantienen cálidas las palmas.

Salí a la calle, notando como el frío calaba mis huesos desde que puse un pie en la acera. Tras sobrepasar los dos esquinazos que separaban mi pequeño apartamento de la avenida, comencé a pasear por ésta, alegremente, como cada sábado por la mañana. Una tímida sonrisa se dibujó en mis labios adorando que esa rutina me haya dado felicidad sin ni siquiera tener que gastar un solo won.

Con parsimonia, fui adentrándome en la extensa calle central, adornada con una fila a cada lado de árboles, arbustos y flores de colores vivos dispuestas en pequeños jardines. Estas últimas, yacían algo marchitas por la época del año pero era realmente hermosa la estampa de la vía que pronto sería empañada de gruesos copos de nieve. Alcé la vista, con la intención de empaparme del paisaje, pero ese entusiasmo con el que caminaba los sábados anteriores parecía haberse esfumado aquel día, como el humo de un cigarrillo tras una larga calada.

"Tae, mira que ramo de peonías he traído, son tus favoritas"

El olor de aquellas plantas inundó mis fosas nasales y volteé mi rostro rápidamente, esperando encontrar a mi espalda a la persona que pronunciaba esa suave afirmación con una voz cargada de ternura y consuelo. Pero mis esfuerzos fueron en vano pues no encontré a nadie a mi alrededor. Suspirando, miré de nuevo al frente, mas pareció que el mundo se hubiese detenido en esos escasos segundos. No de manera literal por supuesto, pues las personas caminaban apresuradamente por la amplia calle a lo que sería su nuevo día de trabajo. Distraídas, observaban ensimismadas sus teléfonos móviles ganándose de vez en cuando el sonido del claxon de motocicletas que circulaban, recordando a los viandantes que deberían prestar más atención a las señales de tráfico. Pero algo estaba cambiando.

Mis ojos chisporroteaban hacia la multitud, intentando encontrar un atisbo en sus orbes que demostrara que mi presencia era advertida. Fracasé estrepitosamente, pues ni los ancianitos que paseaban sosegadamente por el lugar, prestando atención a todo lo que el paisaje y la muchedumbre les podría ofrecer, fijaban sus ojos en mí.

Unos pasos más adelante se hallaba mi fin de trayecto. La librería de mi amiga Hye, aquella que se había convertido en mi confidente y en mi proveedora literaria personal. Yo, demandante de una atención algo desesperada, levanté mi brazo hacia su dirección y aligeré mis pasos a su encuentro. Al fin descubriría su hermosa sonrisa esperando por nuestro café de las diez como cada fin de semana, lo que sería una antesala de nuestras apasionantes conversaciones.

Volví a fallar, fracasé de nuevo al ver como el rostro de la rubia se tornaba triste, mientras miraba apenada el reloj. La hora de nuestro encuentro había llegado pero ella no reparaba en mí ni siquiera un instante. Sentí como mis llamados eran ignorados. Volví a mencionar su nombre de nuevo, con más fuerza que antes pero solo pude apreciar como la mirada de mi amiga se dirigía al cielo balbuceando unas palabras. 

"Vuelve pronto Kim, por favor".

No podía ser cierto, estaba literalmente a dos pasos de mi amiga y ella pedía un favor al cielo sobre mí a la vez que delicadas lágrimas bañaban su rostro tímidamente.

Grité, grité anclado en mi sitio, sin poder mover un músculo. Mis pies parecían estar atados a dos toneladas de hierro, impidiendo que volviera a dar un paso. Grité, esta vez con un miedo distinto, más atroz, más carcelero y sentí caer al frío suelo al notar que ni siquiera ya un hilo de voz podía salir de mi garganta.

"Siempre contigo, ¿Te acuerdas mi amor? Siempre a tu lado, pese y contra todo, siempre los dos. Sé que eres fuerte. Sé que lo harás. Nunca me has fallado. ¿Cómo podrías hacerlo ahora?"

Esa voz resonando de nuevo en mi cabeza. Esa que cada vez sonaba más fuerte, sonaba más desesperada. Traté de tomar aire, pero fui incapaz de notar como éste se introducía en mis pulmones.

"Mi amor, abre los ojos"

Golpeé violentamente el suelo con mi mano, pidiendo encarecidamente ayuda mientras gruesas lágrimas caían de mis ojos. Estaba aterrado.

"No me dejes Tae, vuelve"

Traté de concentrarme pero mis oídos emitieron un zumbido, privándome de cualquier tipo de sonido existente. Sólo aquella voz, aquella que parecía oírse nublada por suaves sollozos seguía ocupando cada esquina de mi mente. Cinco mil puñales se clavaban en mi cuerpo, como si estuviera envuelto en unas ramas de espinas de pies a cabeza. Rodeé mis rodillas con mis brazos, resultando ser un bulto inerte. En aquella gran calle, en esa calle con tanta gente, parecía desvanecerme como una hoja de otoño, esa que se desprendía del árbol y se dejaba arrastrar por el viento.

"No soy nada sin ti, vuelve conmigo, mi estrella"

Y todo se volvió blanco.





Recuérdame *TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora