DOS

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Lo que me dijo Peter me dejó pensando.

Si era algo que pocos sabían, ¿por qué entonces ella tendría esa carta? ¿Acaso el padre de mi amigo pasó por la tumba de su hermana, para dejar la carta, y Grethel la loca la cogió por gusto? Si la situación fuera de esa manera, tendría mucho sentido. Más del que ella haya sido la autora, o lo que sea. Quizás sería así, de no ser porque estamos hablando de dos personas; una que en su momento estaba viva y otra que ya había dejado el plano terrenal. Y aunque lo fuera, no deja de ser raro.

— ¡Julian, ojos al frente! —El grito del entrenador me trae al ahora justo cuando uno de mis compañeros —que hace del equipo contrario—, me embiste. Mi cuerpo cae contra el césped y el dolor me recorre un costado. Jadeando, me quito el casco y respiro profundo, con el rostro sudado. El entrenador me mira con ojos entornados, negando con la cabeza.

— ¡El juego es esta noche! —Dice, casi gritado. Ya saben, siguiendo la ley de que los entrenadores tienen cuerdas nasales de una ballena, porque vocales no poseen—, te agradecería estar aquí y no pensando en tu novio.

—Ese comentario es homofóbico.

— ¡Pues no te comportes como una nenita!

—Estoy muy bien, gracias.

El hombre rueda los ojos, dando tiempo fuera a los demás. Se acuclilla frente a mí, con el gesto más calmado.

— ¿Qué te tiene tan distraído? No logro tenerte al cien por cien, ¿por qué?

—Tal vez sea porque estoy con la mente en blanco.

— ¿Una chica?

—No exactamente.

—Entonces un chico.

—Que no, hombre. Que no es eso.

—Entonces no entiendo.

—Verá, sí es por una chica. Pero no por lo que usted de seguro cree. Es que... —sacudo las manos—, es más complejo.

—Está... ¿cambiando su sexo? ¿Un transgénero? Porque si es así, no veo el problema.

—Vea, no tiene nada que ver con eso —él asiente—, sólo es por una situación que me pasó con esa chica y fue muy rara.

—Entiendo... —hace gesto pensativo—, ¿y esa chica quién es? Debió ser algo muy serio para tener a mi capitán así.

—Si le dijera el nombre se espantaría.

—No... —yo asiento—, no puede ser Queen. El mundo no es tan pequeño.

—Parece que usted es todo un adivino.

El entrenador se sienta a mi lado, con las piernas estiradas.

— ¿Qué ha hecho esta vez?

—Se desmayaría si le dijera.

Y se lo cuento, parecemos dos viejas chismosas. Aunque parece resultarle raro la situación, dejó claro que de Grethel Queen pensaría hasta que duerme abrazada a una ouija después de jugar un rato en el cementerio. Y es que no lo digo yo solamente, lo dicen todos. Ella es la chica rara.

— ¿No has bebido ninguna agua que te haya dado? —Niego—, ¿O un muñeco vudú? ¿Has hecho gestos involuntarios? ¿Será por esa razón que no estás dando la talla? O peor, ¡quiere arruinar tu carrera deportiva!

—Creo que está exagerando un poco.

—De esa muchacha espero muchas cosas, Dael. Pero ¿llegar al extremo de cartas a personas muertas? Quizás sus padres no estén enterados de la situación.

—Me mataría si llegase a pasar eso, lo sé. He sido el único que ha sabido de su extraño... ¿fetiche? Y si sus padres se enterasen, cosa que no dudo en que desea evitar, vendría por mí y me mataría a base de torturas medievales.

—Entonces hay que evitar que algo como eso pase. Estaré aquí si se requiere.

—Eh, entrenador —lo detuve, mientras él sacudía su trasero después de colocarse de pie—, me gustaría que por favor no comentara esto a más nadie. Además, gracias por escucharme.

—Todo sea para que el equipo gane. Concentrado, Dael Julian.

Concentrado. Que palabra más difícil.

.

El juego nos fue de maravilla. Ganamos con bastantes puntos en el marcador, y les pateamos el trasero a los del equipo contrario. Los visitantes se fueron con la cola entre las piernas y la victoria más un fin de semana, da como bienvenida a las fiestas a base de excusas. Los jóvenes de hoy en día sólo quieren un mínimo motivo para beber ilegalmente, y gracias a conocidos universitarios, somos la maravilla misma.

Todo iba bien, hasta después de medianoche. La reina de la rareza entró como un pequeño tornado a la casa, y me sacó casi a rastras de la misma. Sin soltarme, pasamos por la piscina llena de adolescentes, y seguimos hasta un lugar más alejado. Yo, por su puesto, me sentía bastante borracho como para dejarla arrastrarme hasta donde sea que me esté llevando. De hecho, las palabras del entrenador me hacen reír medio ebrio, pero ella se detiene, se gira hacía mí y ¡zas! Una cacheada me voltea la cara.

—Eso es por ser un imbécil.

— ¿Me vas a dar otra? —Pregunto, arrastrando las palabras. Da un paso atrás, como asqueada por el olor. Mientras, yo sobo mi mejilla.

—Por tu culpa tengo el ojo de mis padres puestos en mí —alega, empuñando las manos—, sólo porque no te dejé leer una carta que no era tuya.

—Oye, pero tampoco era tuya. Tenía el nombre de mi amigo.

— ¡Tu amigo no es el único con ese nombre, grandísimo genio!

Mi boca se abrió. Oh, sí es cierto. Suelto una risita.

—Oye, en mi defensa, se podría esperar eso de ti.

—Sólo porque crees lo que los demás dicen de mí sea cierto, no lo es; y si así fuera, eso no te da derecho a burlarte de mí o hablar de más. ¡Hasta la directora piensa que soy extraña!

— ¿Qué no lo eres?

—En serio que eres un imbécil —reitera, con un gesto incrédulo.

— ¡Pero es que parecía una carta dirigida a un muerto!

— ¡Eso no importa! No te da ningún derecho a meterte en mis asuntos, en mis cosas, ¡en mi vida! Crees que por ser considerado "normal", tienes derecho a criticar a los que son diferentes a ti. Y no es así. No lo es. No te da derecho, porque esas personas que tú y los tuyos consideran raros, también tienen sentimientos. Y duele ser tratados de esa manera por sólo ser tú mismo.

Sus palabras, de nuevo, me dejaron hecho piedra. Creo que Grethel se le da muy bien hablar cuando sus emociones están bullendo dentro de su ser.

—Yo... no lo sabía.

—No, sí lo saben. —Me empuja, apretando la quijada—, lo saben y lo disfrutan.

—Yo...

—Sólo te voy a pedir que dejes ese tema estar —murmura, volviendo el tono de voz a uno más calmado—, aunque espero que no lo olvides por tener copas de más.

Intento decir algo, pero me ha dejado mudo. Termino sentándome en un tronco, mientras la veo marchar.

Sin embargo, algo sobre su hombro —algo que no estaba allí antes—, me hace un ademán silencioso.

Debo parpadear varias veces, sospesando la idea de que el alcohol ha hecho mucho en mí. Pero no es así, aún sigo viéndolo sobre su hombro.

Es un ave, con una particular similitud a un pequeño pavo real. Pero es rojo, y su cola parece estar echa de fuego.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora