CARTOCE

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Aparco mi auto frente a la casa de Grethel, jugueteando nerviosamente con mis dedos. Esta vez, para mi sorpresa, ha sido la madre de la misma quien me ha contactado. Así que estoy aquí, nervioso hasta la medula.

No me ha evitado, para nada, lo que es peor, es que actúa como si el beso que nos dimos hubiera sido obra de mi cabeza. Y ha sabido llevar tan bien su treta, que hasta me he cuestionado si realmente pasó. De no ser porque Doggy y Peter estuvieran presentes, juraría que mi mente me jugó una muy fea después de haber llevado más golpes que Rocky.

Dándome el valor del mundo, bajo del auto y camino hasta la puerta. Toco el timbre y sólo es cuestión de medio minuto, cuando se abre.

Dallas me mira de pie a cabeza al reconocerme, y sin argumentar mucho, me deja pasar.

—Si buscas a Grethel, ten —me pasa un cuchillo de plástico—, suerte en la batalla, compañero.

—Prefiero ver a tu mamá primero.

Me mira, alzando una ceja—, en la cocina. Ahí vas a encontrarla haciendo una tarta.

Me dedico a mirarlo, y es en ese momento que me percato de su rostro pintado. De hecho, si me dedico a escuchar más a fondo, hay una gritadera de voces infantiles en el patio.

— ¿Qué está pasando allá atrás?

—Dado que no me has traído nada —encoge sus hombros—, supongo que es porque no estás enterado. Es mi cumpleaños.

— ¿Tu cumpleaños?

— ¿Eres sordo o qué?

—Dallas —su madre aparece, sonriendo al reconocerme—, por favor, no seas maleducado.

—No me trajo nada, mamá.

—No lo sabía, es obvio que Grethel no le diría —se acerca a mí, para besar mi mejilla. —Es bueno verte, necesitamos ayuda aquí. Muchos niños revoltosos y... —suelta un bufido—, con Grethel todo es difícil cuando hay niños mucho tiempo.

—Ah. Entiendo —asiento, confundido. Realmente no entiendo nada—, pero, ¿por qué yo?

—Nos dejaron mal los de entretenimiento infantil, y mi hija tiene que lidiar con algo que acaba su paciencia.

—Y puede destruir mi fiesta también —agrega Dallas, preocupado—, conozco a esa loca desalmada.

Yo un poco, sí.

— ¿Y se supone que yo...? —Dejo la pregunta al aire.

—Te tengo una propuesta. Ahm, Dallas... —el niño obedece la orden silenciosa, y cuando regresa, lo hace cargando un disfraz de dinosaurio inflable—, lo ideal es que no sepa que se trata de ti, por favor. La avergonzaría muchísimo.

—Déjenme adivinar, ¿también...? —Alzo el disfraz, su madre asiente en respuesta—, si descubre que soy yo, ¿me matará?

—Para eso te di el arma, compañero.

Aunque en un principio no quiero acceder, me veo tentado por el dinero extra. No debo hablar, sólo estar allí. Y para mi suerte, el disfraz hará que no me reconozca con facilidad. Esperemos que sí. Una vez puesto mi disfraz, sigo a Dallas al patio trasero. La locura y los globos con helio adornan el sitio. Junto al castillo inflable, veo a Grethel, disfrazada hasta el cuello. Me acerco en silencio, y ella me mira con una ceja alzada. Percibo su mal humor y aprieto el cuchillo de plástico color rosa en mi mano.

Vamos, ¿no debe de ser tan difícil, o sí?

— ¿Qué tanto me miras, Rex? —Me quedo hecho piedra—, ¿quieres que te enseñe como desaparecieron realmente los dinosaurios? Porque si crees en la teoría del meteorito, no estás ni cerca.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora