EXTRA #1

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Esta escena sucede tiempo después del capítulo número vientres, por lo tanto, podría contener spoilers.

Lo que hubiera pasado sí...

Dael aguardaba con paciencia, sentado en la zona rocosa en donde las olas rompían con fuerza, pero no con la suficiente para llegar a mojarlo. En su mano, un lapicero con la tapa mordida y la tinta lo suficiente para apenas marcar, se deslizaba por el papel con suavidad. En su camino, la mancha azul que eran de las palabras que se filtraban en su cabeza.

Amaba y odiaba esto a partes iguales. Lo amaba, porque era gratificante escribir cartas para los muertos. Lo odiaba, porque su reina, era uno de ellos.

Suspiró, haciendo una pausa. Sus ojos se fijaron en el horizonte infinito del mar, dedicando cada segundo para recordarla.

Después de su muerte, fue duro seguir. Pero lo hizo, porque era lo que ella hubiera deseado para él, y porque lo necesitaba. No podía vivir con el recuerdo de su amor muerto, pero tampoco podía olvidarle. Quizás fuera culpa por el poder —que no pidió— que le fue concedido, lo que lo hacía ser más consciente de ello.

Había momentos, incluso, que se culpaba. Si tan sólo hubiera encontrado esa carta antes de que tres puñaladas acabaran con la vida de Grethel, probablemente todo hubiera sido diferente. Quizás, pensó, tendría una familia con ella. Y no estaría ni se sentiría tan solo como ahora. Si bien era cierto que Fénix —Heihei con amor— lo acompañaba y ya compartían palabras, insultos o burlas, no lograba del todo deshacerse de la sensación. Sí, logró conseguir un lugar en el equipo estadal de la capital del país, gracias a la beca que le fue otorgada. Se la había pasado largo rato dándole vueltas al asunto. Porque sí. Lo hacía como una constante. Muchas veces, de forma más inconsciente que respirar.

Mientras volvía su atención a la carta que escribía, sus recuerdos lo transportaron al pasado. Posterior a la muerte de Grethel, fue muy duro. Se sentía en un cumulo oscuro de emociones, apenas y con ganas de comer. Fue áspero, y aunque sus mejores amigos y su padre siempre permanecieron junto a él, nada lo lograba sacar de su oscura habitación.

Excepto una vez. Había pasado un mes entero cuando se dignó a ir al cementerio de nuevo. Mirar la tumba, la foto y el amor de su vida, lo derrumbó como nada lo había hecho. Allí lloró como un bebé, como nunca lo había hecho. Con el corazón en retazos y con su sonrisa en su mente, sólo allí.

No fue hasta que sintió a Fénix cerca, que volvió en sí. Fue una sensación extraña, dado que no tenía la vendita en alguna parte de su cuerpo, pero después de tanto procesarlo, entendió algo. Ya no era la típica vendita, era un anillo. Uno que no estaba allí antes, pero que apareció junto al celestial ser a su lado.

Lo odió.

Se deshizo de él —y de Fénix—, tantas veces como podía. Pero el anillo siempre aparecía, y con ello, el peso constante de la culpa. De la ira bullendo en su sistema. Si tan sólo Fénix no hubiera puesto su atención en él... pero igual, si no lo hubiera hecho, no hubiera evitado la muerte de Grethel. Era posible que ni siquiera fueran cercanos para que le afectara, pero se negaba a dejar su dolor de lado, si eso significaba olvidarla. Era mejor sufrir sabiendo que la amaba, a pasar de ella como quién lo hace con una mosca muerta.

Era una constante lucha, hasta que se rindió. Decidió aceptar las cosas que la vida le ofrecía, mordiendo su lengua con fuerza.

Fue un proceso, pero, poco a poco, el profundo hoyo en donde estaba sumergido, ya dejaba de serlo. Comenzó aceptando su responsabilidad como mensajero, luego, consigo mismo; aceptó la beca que había estado en veremos, tomó vuelo a la capital y se asentó fijo en un apartamento. Poco a poco, adaptándose. Acostumbrándose. Viviendo como ella no pudo hacerlo.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora