VEINTITRES

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Grethel había decidido faltar a la escuela ese día. Según su mensaje de más temprano, me explicó que su padre había llegado e intentaban resolver sus tensos problemas de familia. No quise entrometerme demás, pero me generaba nervios su situación. Me preocupaba por ella, después de todo, estaba atravesando un problema familiar delicado. Temía que las cosas se salieran de control, pero no estaba en mis planes involucrarme más de lo que me permitía. Si algo sabía, era cuán recelosa era Grethel en cuanto a su vida privada, y debía más bien estar agradecido del alcance que tenía nuestra relación.

Lo que me molestaba, a ciencia cierta, era que no tuvo la confianza suficiente para dejarme en claro lo sucedido con su relación entre Greta, la madre de la misma y ella. Me tragaba el nudo de preocupación que me generaba, pero saber que su padre y madre estaban al tanto, me mantenía más sereno. Me regresaba la paz que necesitaba.

Pero no dejaba de molestarme lo obvio: creía conocer a la reina, pero no había escarbado lo suficiente de aquel diamante que era.

Estaba pelando una mandarina, mientras bromeaba con Peter, cuando mis ojos captaron a Greta a la distancia. Sin pensar mucho en las consecuencias, me acerqué hasta ella, abordándola en el pasillo. Me miró de arriba abajo, sin darme del todo su atención. Ella tampoco me gustaba, era bastante obvio, pero tenía la necesidad de hablarle.

Mientras mis ojos se giraron a los carteles que estaban poniendo en los techos del pasillo —esos que anunciaban el gran juego de esta noche—, busqué la forma de ir al tema. Ella se cruzó de brazos, alzando una ceja que pretendía ser intimidante.

—Quiero hablar sobre Grethel.

Su intención de dejarme plantado relució en sus ojos, pero me adelanté y la tomé del brazo, para llevarla a un salón vacío. Bufó un rato más, pero se cruzó de brazos y pretendió que mi presencia y mis intenciones no le afectaban.

— ¿Tú tienes algo que ver con lo sucedido?

Alzó una ceja.

— ¿Por qué debería de decirte?

Le di su razón, pero quería saber.

—Va, sólo dime si tú no has tenido nada que ver con esto.

—No. Son planes de la mujer que me dio la vida, pero no tengo nada que ver en esto. Es un asunto entre mi media hermana y mi madre, no tengo nada que ver.

— ¿Cómo puedes ser tan cruel? Grethel intentó hacer las cosas bien para ambas, y sólo lo jodías todo.

—Mira, no es mi problema, ni el tuyo, ¿ok? —Alegó, restándole importancia—, me alejé del calvario que esa mujer me imponía y ya no es mi asunto. E incluso no le he vuelto a hacer la vida imposible a Grethel, porque mi educación se vio amenazada. Y es lo único que me queda. Me las resolveré sola, sin ella. Porque no la necesito. Si ella quiere jugar a ser la heroína, que lo intente con alguien más. Yo no la necesito.

—Eres egoísta.

—Supongo que mi vida de mierda me convirtió en esto, ¿no crees? —Acotó, con sarcasmo—. Más te vale que no me busques para hablar de ella, no me interesa. Sólo... la quiero lejos, ¿va?

Apreté los labios, rabioso.

—Te vas a quedar sola.

Mi comentario la hizo detenerse en seco en el umbral, suspirando. Vi algo diferente en su mirada, pero lo disfrazó tan rápido como llegó. Sin decir nada, salió del salón dejándome con un sabor agriamargo.

.

El juego final se estaba llevando a cabo. La gente en las gradas aumentaba mi adrenalina, y el hecho de saber que había un cazador de talento de una universidad tan importante, me tenía al cien. Las posibilidades de conseguir una beca eran tentadoras, y estaba poniéndome al cien para obtener mi victoria.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora