DIECINUEVE

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Ver a Grethel nerviosa siempre me resultó gracioso, pero, ver a Grethel disfrazada y nerviosa, era otro nivel de diversión.

Caminaba de un lado por el pasillo, en donde aguardábamos su turno entre los participantes. Su vestido lila rozaba el suelo cada que caminaba, sus zapatillas de tacón se hacían escuchar en un eco, y su cabello —peluca— caía hasta el final de su espalda. Para completar su disfraz, una máscara negra con detalles de encaje en color bronce, una pequeña corona sobre su cabeza, y un labial rojo que acentuaba su boca.

— ¿Nerviosa? —Se volvió a mirarme, alzando una ceja. Mi presencia allí era mejor que en los asientos, según ella. Por ende, sostenía su violín y portaba una máscara tan ridícula como la suya. Según ella, para proteger mi identidad y la de ella.

—Después de tanto tiempo, supongo que sí. Es completamente normal considerando el hecho de que hacía mucho desde que tuve una presentación —hizo una pausa, para tomar aire. —Y estoy en todo mi deber como persona experimentar el miedo, los nervios, como también las ganas de salir corriendo de aquí ahora mismo. ¡Es más! Ahora mismo...

La sujeto por los hombros, deteniendo su ademan de echarse a escapar. Bufó, soplando el flequillo sobre su frente, que la hacía verse como otra.

— ¿Vas a irte después de estar aquí? —Dudó.

—Estoy en mi derecho.

—Seleccionaran a los participantes. Me dijiste que eran cincuenta cupos, ¿cierto? —Asiente, pero su cabeza está en otro lado—, ¿qué numero te asignaron? —Mira la etiqueta, "participante numero ciento uno". Y son muchos.

—Es un minuto por participante... —juega con sus dedos—, ¿crees que lo logre?

—Confío en tu talento —aprieto sus hombros—, ve allí y demuestra que no eres una princesa, que eres una reina.

Su sonrisa crece. Traga fuerte e intenta relajarse. Yo me dedico a mirarla, con calma.

Estar aquí —como su asistente y amigo—, no fue una decisión tomada de buenas a primera. Supongo que el "te pagaré", que soltó al final, fue lo que me convenció del todo. Mi propósito, parece, es ayudarla en lo que requiera. Cada participante tiene uno, pero eso se debe a que una de las reglas del concurso así lo dictamina. Aun así, serlo no ha sido tan fácil; como Grethel, he tenido que disfrazarme. Una máscara, para alejar y así no tener algún problema, y una ropa que no va con mi estilo; demasiado elegante. En algunas ocasiones, sólo puedo pensar que la reina está siendo paranoica, pero quizás sea comprensible ante todo el desastre vivido.

El asunto es, que al mantenerse en anonimato, ha acaparado más la atención de los que la han visto, pero, para su suerte, no hay ninguna regla que diga cómo debe presentarse. Hay libertades como excentricidades; ella lo ha sabido usar a su favor.

—Participante numero ciento uno —la llama una mujer, con una tabla de madera en la mano—, prepárate, sales en cinco.

—Oh Dios. Oh, Dios —empieza, casi hiperventilándose. Suelto una risita, pero sujeto su cara y soplo sus ojos. Ella los cierra, y no los abre hasta que se tranquiliza. Sin embargo, no la suelto.

—Lo harás bien. Confía en ti.

— ¿Y si se rompe una cuerda? ¿Y si me tropiezo? ¿Y si el cielo se cae?

—Las bellotas ganan.

— ¿Qué?

Sacudo la cabeza. Divertido.

—Tú sólo has lo que amas —le paso el violín, que lo abraza tragando grueso—, ser una reina.

—No una princesa. Lo tengo.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora