EPÍLOGO

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— ¡Papá!, ¿has visto mis lentes? —El grito de mi hija mayor resonó por los pasillos de la casa, mientras sus pasos hacían eco. Grethel soltó una risita entre dientes, sorbiendo de su café.

— ¡Sobre la lavadora, creo!

Hubo una pequeña pausa, antes de que su respuesta fuera un enorme "gracias".

Riendo, me acerqué a mi esposa y la abracé de la cintura. Se contuvo de decir algo más, pero no reprimió mi gesto de dejar un casto beso cerca de su cuello.

—Soy el hombre más afortunado de este planeta.

—No lo dudo.

—Grr... —le lanzo un gruñido, haciéndola reír.

—Ay, no, que asco —mi otro hijo, el segundo, hizo una mueca—, por favor, papá, no hagas eso delante de mí.

—Como si no supieras ya cómo se hacen los bebés, Gabriel. Vi el historial de búsqueda de la computadora y sabes que no tienes edad para ello.

—Pero, ¡mamá!

Se puso rojo como un tomate, y tuve que contener mi risa al verla marchar, en busca de la pañalera de nuestro último nene. Me acerqué a mi pequeño, que tenía una cara para nada satisfecha.

—Escucha, hijo mío —lo abracé por los hombros—, ahora que ya tienes pelitos y todo eso...

— ¡Papá, ¿tú también?!

—Escucha —lo reprendí—, mira, tienes que buscar en incógnita. Y evita usar calcetines a la próxima. O mejor no hagas próxima, las pornos mienten.

— ¡Dael! —Escuchar el grito de reprimenda de Grethel desde la sala, me dio mil años de vida.

Justo en ese momento, el sonido del timbre se hizo sonar por toda la casa. Cuando mi hija mayor corrió hasta la puerta y la abrió, se les echó encima a su tía y a la pequeña bebé que sostenía en brazos. A su vez, Doggy se acercaba hasta a mí y chocaba sus manos con las mías.

—Bienvenido a la paternidad.

—Ni en un millón de años creí que me casaría con Greta, joder.

Suelto a reír, sacudiendo la cabeza.

—Al menos tú si sentaste cabeza. Peter anda todavía metiendo el pene en cualquier cavidad húmeda.

—Según escuché, anda detrás de una chica que ni le para.

Suelto una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—Peter siendo Peter.

En ese momento, el timbre volvió a sonar. Esta vez, Gabriel se acercó hasta la puerta, la abrió y el rey de Roma se asomó, con una botella de vino en las manos.

— ¡Familia, amada familia! —Se acercó hasta nosotros, siendo seguido por mi hijo, que lo miraba con admiración—, ¿cómo está este varón de esta casa?

—Grethel se dio cuenta de que vio porno —sorbo de mi jugo, mirando el sonrojo intenso en la cara de mi hijo—, está castigado por eso.

— ¿Tienes que decirles a todos?

Asiento, divertido, ante la indignación en su rostro.

—Es mi deber como padre.

Doggy hizo una mueca—: Dios mío, yo soy padre de una niña.

Su gesto desgraciado nos hizo reír.

Peter se arrodilló frente a mi hijo, en plan de darle un gran consejo de hombre a hombre.

—Escucha, pequeño campeón. Si no quieres ser pillado, usa una pestaña de incógnita.

—Eso dijo papá.

—No esperaba menos de un hombre como tu padre —mi mejor amigo me guiña un ojo.

—Vamos a la sala. Hay que apurar siempre a las mujeres.

Al llegar, noto a mi esposa y su hermana compartiendo bebés y chismes entre risas. Los ojos de ella brillan como nunca habían brillado jamás, y yo me siento ansioso ante el regalo de aniversario que pretendo darle. Estoy un poco nervioso, pero siento que le encantará.

Con voz de mando, indico que es momento de ir al auto. De inmediato mis retoños me obedecen, y en el momento en que le paso una tira de tela a mi esposa para que se cubra los ojos, alza una ceja.

—Es un regalo sorpresa. Vamos, te encantará.

Ella bufa, pero se lo coloca con una sonrisa en la boca.

Mientras conduzco, soy seguido por los otros autos. Al llegar a la plaza, la guío con los ojos vendados y la coloco frente a su regalo. Ella espera a que le indique cuando puede, y al momento de hacerlo, sus ojos se llenan de lágrimas y la ternura invade su mirada.

Frente a nosotros, hay una estatua de bronce de tres metros de alto. Es sencilla, pero con un valor significativo como ningún otro: Fénix con las alas abrazando el violín, la carta y el balón de fútbol americano, sobre lo que parece ser un montón de hojas en proceso de ser quemadas.

Ella se lleva una mano al pecho, antes de dejar ir un ligero llanto con una sonrisa. Me permite abrazarla mientras que Gabriel comenta que no le ve mucho que digamos a la estatua, y su hermana le responde que no entiende el sentimentalismo porque es un hombre tonto.

Mientras miro la estatua, rememoro de apoco cómo fue nuestro camino hasta llegar aquí. Fue duro, pero con un resultado más valioso y singular.

Cierto que Grethel no se marchó a Francia, pero no por ello dejó de lado el amor que le tenía a la música. Se dedicó por su cuenta, aprendió a todo dar y logró obtener un premio de música por ello. Su fama la catapultó a ser una de las mejores del género, pero su dedicación a su familia y su papel como abogada, le llevaron a guardar ese amor como un bonito recuerdo.

Por mi parte, aunque nunca pude jugar de nuevo, no perdí las esperanzas y encontré otras maneras. Ahora entreno a los chicos de la preparatoria para que vayan a por ello y disfruten sus sueños a montón. Que se esfuercen y lo valoren.

Y las cartas... las voces... simplemente dejé de escucharlas.

Supe que era la manera de decirle adiós al otro lado.

Esa estatua, representaba todo lo que vivimos juntos.

Fénix, como lo que nos unió, las cartas, como nuestros inicios. El balón y el violín, como un sí puedes cumplir tus sueños. Y las hojas siendo consumidas por el fuego, como un siempre volverá a nacer una oportunidad, aunque creas que no habrá más luz en la penumbra.

Eso, es el resumen de mi vida. De nuestra vida.

Porque ahora que miro a mi familia, sé que aún queda más por vivir.

Fin.

Cartas para el otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora