Entrar a la academia era una tarea que cualquiera podría hacer, siempre y cuando, lograra superar las pruebas impuestas por los administradores y no quedar tan herido como para no poder continuar en las fechas establecidas para las siguientes confrontaciones.
Se aplicaba un total de ciento treinta y cuatro pruebas, que finalmente clasificarían a unos cuantos de los miles que aspiraban a llegar al final de su preparación y convertirse en aquellos detectives y defensores de los que tanto se pregonaba.
Se ocupaban años, y esa era la razón por la que muchos de los aspirantes, eran demasiado jóvenes, más no era razón para detenerse. Se arriesgaba mucho, y se dejaba mas, una vez iniciado el camino, no había vuelta atrás, a no ser que se aceptara el deshonor como consecuencia de desertar.
Era más que evidente, la mayoría, no buscaba convertirse en un justiciero, pero esa posición significaba poder, y el poder traería riqueza e influencia enormes como para ser ignorados como muchos que no lograron llegar al final.
Había diferentes grupos entre los aspirantes.
Los regulares, que eran simples jóvenes que se enlistaban para recorrer el camino de las pruebas con el objetivo de ser importantes para el orgullo de sus familias. El segundo, eran los hijos de las diez grandes familias, que eran entrenados desde pequeños para representar los apellidos más importantes, y por último, estaban las mujeres que habían hallado gracia ante los ojos del gobernante de la ciudad, Jahad, que, dejando a sus sirvientes a cargo, se elegían a miembros femeninos de las familias con talentos especiales y superiores a los demás, para ser patrocinadas por el rey, cómo era llamado para burlar su influencia en todo.
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Las pruebas habían sido exitosamente superados por unos y afligido a otros. Las convicciones igualmente, eran diferentes unos de otros, venganza, justicia, poder, honor y objetivos más trascendentales para un par.
Los novatos fueron recibidos y asignados a ciertos lugares del gran espacio que conformaba la sala de reuniones, todos se miraban con la interrogativa de quienes serían los más fuertes.
Un joven observaba a todos con detenimiento, recordaba una y otra vez como intentó ganar aliados fuertes y confiables en la prueba para posteriormente recibir una retribución a cambio de la ayuda anteriormente prestada.
No obstante, no podía evitar pensar demasiado en el chico que estaba a su lado, junto a otro miembro "obligado" en el equipo improvisado. En la segunda y última prueba hasta el momento, la unión de quienes solo segundos antes, eran enemigos, fue necesario y no hubo lugar a discusión, salvo por ese joven con cara de niño y mirada de bebé.
Los participantes estaban dispersos en un gran campo de pastizales altos, y de los cuatrocientos aspirantes, debían quedar doscientos, deshacerse de la competencia de una u otra forma, implicaba herir a los contrincantes a muerte para que no pudieran hacer las siguientes pruebas.
Y eso hacia él, buscar aliados o enemigos de quienes hacerse o liberarse antes de que causaran problemas en un futuro. El lugar donde él fue puesto, no era muy amenazante, habia quedado un poco alejado del resto. Caminó en busca de aliados o contrincantes, pero su andar se detuvo cuando vio a otro aspirante.
No parecía mucho menor que él, pero indudablemente era muy diferente. Desde su estatura más baja, su complexión frágil a su vista, y su pésima postura antes de atacar, le dió la información suficiente para saber que el chico sería fácilmente ejecutado por algún otro aspirante que estuviera en el área.
- Con esa pésima postura, no atraparás ni a un conejo - al estar lo suficientemente cerca, pudo notar que "esa cosa curiosa" no era pelinegro, sino un castaño, pero tenía el pelo muy oscuro para ser confundido.