Una mujer de cabello castaño se levantó de su cama, y fue lentamente hacía la ventana a observar el cielo nocturno. Entre sus brazos cargaba una foto, la cual era de su persona especial.
— Mi pequeño. — Dijo casi en un susurro, para luego volver a quebrarse al pensar en él.
Sus ojos ya estaban cansados e hinchados de tanto llorar, pero aún así, las lágrimas parecían no poder detenerse. En un arranque de ira, dejó caer la imagen y aventó con fuerza la lámpara que estaba en su mesita de noche. Comenzó a arremeter contra todo lo que estuviera en su alcance, perdió el equilibrio y de rodillas cayó, abriéndole paso a un desgarrador llanto.
— ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me quitaron a mi hijo?! —
Los vecinos no tardaron en alertar a la policía de lo que sucedía en el domicilio conjunto. Sabían de quien se trataba, así que estos no tardaron en llegar.
Un hombre de gran porte, entro casi corriendo a la casa y fue hacía donde estaba aquella mujer, que por poco y no lo reconoce. Había tomado un pedazo de madera y cuando buscó lanzarlo, él simplemente la abrazó.
— ¡Carina, mi amor! Soy yo, tranquila. —
Al parecer, una venda invisible cayó de sus ojos, y soltando el objeto, se aferró al contrario, volviendo a llorar contra su pecho.
— Mario, ya no puedo más... ¡No puedo más! —
Se sentaron en el suelo y apoyaron contra la cama. Acarició suavemente el cabello de su amada, la cual no dejaba de llorar.
— Lo sé, mi vida. Soy el único que puede entenderte. —
Miró a su costado y las silenciosas lágrimas brotaron de sus ojos color café. Al igual que su esposa, estas lágrimas eran amargas y cargadas de culpa, tras ver la imagen de su preciado tesoro.
Aún con su brazo alrededor de ella, se acercó y con su mano libre tomó la foto, colocándola frente a ellos. Forzaron unas pequeñas sonrisas, mientras esas gotas salinas caían sobre aquella sonrisa que había desaparecido.
Como cada noche, desde hace casi 30 años de la tragedia, esta parecía ser eterna. Los recuerdos se negaban a abandonar la casa misma, y ellos también se aferraban a la sonrisa que ya no estaba, la risa y voz que ya no oían, que no los llamaba...
— ¿Quieres que mañana vayamos a verlo? Charla un rato con él y le cuentas alguna historia, como cuando era pequeño. — Preguntó el mayor, besando la frente de su amada esposa.
Ella asintió.
— Aunque no pueda abrazarlo, quiero estar con él. —
Mario se negó a soltarla por el resto de esa noche, de todas formas, no iban a dormir, era como si hubieran olvidado como hacerlo. Sus ojos pesaban, pero Carina se negaba a cerrarlos, porque sabía que las pesadillas regresarían. Aún cuando sabían que no era bueno para su salud, el miedo era mayor, estaba harta de perderlo una y otra vez...
Cuando el sol comenzó a asomarse, ellos finalmente se pusieron de pie y decidieron limpiar un poco antes de ir a desayunar. Mario se encargó de tirar los pedazos de madera y vidrios, no quería que ella se acercara a estas cosas, por lo que, Carina sólo se encargaba de pasar la escoba, llevándose sólo los pequeños trozos, casi invisibles con esta.
No tardaron mucho, puesto que su desayuno sólo consistía de una taza de café y una o dos tostadas, el apetito también parecía haberse ido.
A pesar de los años, ellos seguían siendo un matrimonio joven, pero el dolor los había hecho envejecer tanto.
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Corazón con Escamas
General FictionUn misterioso atentado que acabó con la paz en una tranquila ciudad, la cual jamás volvió a ser la misma. ¿El alto mando habrá tenido algo que ver o el responsable es alguien que sigue caminando entre la gente del lugar? Como si nada hubiese pasado...