7. Dolor

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Era ya jueves y por fin Luca se encontraba descansando en su departamento. El día había sido muy agotador para el ojimiel, empezando por que el restaurante se llenó de gente sin importar que era temprano, sumado a eso que uno de sus compañeros no asistió y tuvo que cubrirlo; pero el agitado día no acabo ahí, luego de pasar a las prisas por el departamento para cambiarse la ropa y recoger su mochila, tuvo que correr hasta la universidad, pues el transporte se había detenido debido a un accidente de tránsito, afortunadamente llegó exactamente unos minutos antes de que la clase comenzara, desafortunadamente el profesor no estaba de buen humor por lo que él y sus compañeros sufrieron las consecuencias; acabadas ya sus clases a penas tuvo tiempo de comer algo; pues los martes y jueves se llevaban a cabo sus entrenamientos, el torneo estaba cercano, por lo que el entrenador les exigió aún más; después de entrenar y ducharse fue a la biblioteca por algunos libros que le ayudarían con su proyecto, y así, luego de conseguirlos, se dirigió por fin a descansar.

-Vaya que fue un día pesado mon petit - decía Han masajeando los hombros del exhausto chico- pero afortunadamente ya estamos aquí, solos, por fin podemos...- Luca lo interrumpió.

-¡Besarnos!- dijo casi gritando y dándose media vuelta a velocidad de la luz quedando de frente al sorprendido ángel.

-¡¿Qué?! No- se alejó un poco- iba a decir que podemos hablar, no hablamos nada durante el día-.

-Aaaa ya- sonó un poco decepcionado- ven aquí entonces- abrió sus brazos mientras se volvía a acomodar en el pequeño sofá- ¿de que quieres hablar Hani?-.

El alado se acercó con una gran sonrisa y se acomodó entre los brazos del ojimiel- puede ser cualquier tema, sólo quiero hablar contigo sin que nadie interrumpa- depositó un tierno beso en la mejilla de su amado.

-Sonaba mejor mi idea, pero no puedo decirte que no- besó la frente del alado. De pronto, mientras veía las alas del mencionado, su mente comenzó a trabajar para aprovechar el momento y llevar a cabo el plan perfecto para hacer que este se quitará la camisa; a veces la mente de Luca trabajaba de maneras misteriosas.

- Oye Hani, una pregunta- daba inicio a su plan- ¿Cómo es que te pones y quitas la camisa? Digo, tener alas lo ha de volver difícil ¿no?- acariciaba suavemente cada pluma de las majestuosas alas del ángel esperando su respuesta.

-Pues solo me la pongo y quito, no es tan difícil como crees- decía disfrutando inocente cada toque.

-Oo ya veo, espera, ¿Si te cambias la ropa?-escuchar aquello lo hizo sorprenderse un poco.

Han siempre vestía la misma camisa manga larga de color blanca adornada con pequeños botones dorados que estaba hecha de una tela con una suavidad exquisita, acompañada de un pantalón de vestir sin ninguna arruga y echo exactamente a su talla, ambos hacían lucir al ángel puro y delicado.

-Pues si, sé que siempre visto lo mismo pero es porque es mi uniforme por decirlo así, además se supone que ustedes no nos ven así que da igual si vestimos siempre lo mismo-.

-Eso suena coherente- volvía a retomar su objetivo- pero aún sigo con la duda de cómo es que te pones la camisa si está no tiene hoyitos donde puedan entrar tus alitas- sus dedos dibujaban pequeños circulitos en la espalda del ángel, cerca del comienzo de sus alas.

-Si quieres te lo muestro- se puso de pie- en verdad no es nada complicado-. El inocente Han había caído.

El ángel se puso de pie frente al curioso joven y comenzó a desabrochar cada uno de los botones dorados, sin prestar atención a la mirada atenta de este, quien parecía que su vida dependía de observar con suma atención los movimiento de las delgadas manos del alado. Cada botón fuera de su lugar hacia que el corazón del joven latiera más fuerte, y los nervios se apoderaron de él cuando el último de los ellos fue desabrochado, dejando al descubierto un poco de su algo marcado abdomen y cintura ligeramente delgada. Aquello tomó por sorpresa al joven, quien involuntariamente soltó un "wow" mientras sus ojos se abrían de par en par, pero esa no fue su única reacción, ya que su mente no tardó demasiado en llenarse de pensamientos poco inocentes, provocando que sus mejillas se pintaran de un tono carmesí apenas visible y sus ojos se apartaran nervioso para mirar a cualquier otro lugar de la habitación; en momentos como ese agradecía internamente que su hermoso ángel guardián no tuviera la capacidad de leer los pensamientos.

El castigo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora