«Érase una vez un ángel que nació para complementar a un demonio y el demonio para salvar al ángel»
Jade comienza a sentirse atraída por Dieter desde el primer instante en que lo conoció. Todos los acontecimientos en los que juntos se ven implicado...
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—No fue un día tan malo.
—Pero tampoco fue tan bueno —contradijo Theo caminando a mi lado.
—Ha comparación de ayer no ha sido tan malo —siguió Rylee.
—No entiendo por qué somos tan pesimistas —sonreímos a las palabras de Adelin.
—Bueno, desde mi punto de vista, ayer sí que fue un día un tanto malo.
Les había contado respecto a lo sucedido con el coche negro y Dieter. Claro, luego de recibir unos cuantos sermones y consejos, nos fuimos a tomar todo por broma.
—¡Oh vamos! El que te hablara... ¿Dieter? —dudosa cuestionó —. ¿Es así como dijiste que se llama?
—Así es.
—Pues que él te hablara en realidad compensa en algo el mal rato que pasaste.
Adelin se encogió de hombros. Yo solo reí. Cuando le conté que gracias a él aún seguía enterita y coleando, la peliverde no tardó en exponer lo atractivo que era. Él le había encantado.
Rodé los ojos.
Las clases habían finalizado y esperábamos a Sebastian en la entrada de la universidad, sentados en el césped bajo un árbol. Ya se había tardado más de lo normal.
Ese día íbamos a ir todos juntos caminando hasta nuestras casas. El motivo era que todos, en especial yo, estuviésemos seguros y nada malo volviese a ocurrir. Idea brillante de parte de Rylee.
—Parece que te gustó mucho ese chico —Theo achicó los ojos y observó acusadoramente a Adelin.
—¡Claro que no! —respondió en voz dramática.
—Yo creo que te gustó y mucho —contra atacó Rylee con una sonrisa.
La cara de Adelin fue de pocos amigos y yo reí al verla.
—Yo podría ayudarte a conseguir su número —le guiñé un ojo.
—Todas son ideas muy tentadoras, pero... —perdió la mirada a lo lejos de nosotros, en las puertas de la universidad.
Inmediatamente nosotros tres copiamos su acción.
—Pero aún sientes algo por él —concluyó Rylee.
Sebastian iba saliendo con un corta sonrisa, buscándonos y saludando a aquellos que se le acercaban o despedían.
—Y él no puede saberlo, ¿Entendido? —nos señaló a los tres.
