S I E T E

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A N T I N A T U R A L E S 


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Después de tomar un baño intenté conciliar el sueño, debía reunir toda le energía necesaria, ya faltaban pocos días para que terminara el largo martirio, debía dar solo un poco más de mí. 

Pero esa noche pareció que Morfeo quería hacerme sufrir realmente. Di vuelta tras vuelta sobre el colchón de mi cama, bajo toda la oscuridad y luego de un centenar de ellas, la desesperación comenzó a invadirme, además, un terrible dolor de cabeza se hizo presente por culpa del insomnio. 

De pronto el calor comenzó a irritarme y lancé al suelo todas las sábanas que me cubrían. 

No pude ni pensar por un tiempo, solo me quedé con la vista fija en el techo de mi habitación. Unas que otras veces pedía piedad para poder dormir al menos una hora. 

Coloqué música, creí que podría ayudarme a dormir. 

Pero no fue así. 

Sonaron varias canciones y yo aún no lograba pegar un ojo. Me rendí cuando la lista de reproducción volvió a iniciar. Me levanté y encendí la lámpara de mesa para poder buscar un libro o mi cuaderno para dibujar, algo debía causarme sueño y dejarme tirada al fin.

Busqué en mi habitación cualquiera de las dos cosas. Rebusqué una y otra vez entre los libros que tenía, hasta que decidí por uno de Agatha Christie que una maestra de preparatoria me había recomendado, pero que nunca me puse en la tarea de leer. 

Su nombre era Cita con la muerte. 

Suspiré y antes de dirigirme a la cama para iniciar la lectura, di un vistazo a la ventana de mi habitación que dejaba la vista al lado izquierdo de la casa, donde dejábamos todas las noches los autos por seguridad.

Quedé rígida en mi lugar cuando lo vi. No respiré siquiera y una energía densa recorrió mi cuerpo con fuerza, desde la cabeza hasta la punta de mis pies. 

Mi corazón también se detuvo al ver aquello. La sorpresa y el miedo me impidió moverme, sentía que si hacía un movimiento, por muy mínimo que fuera, iban a verme y esa sí que sería mi muerte. 

Un escalofrío terrible me invadió y el nudo en mi garganta apareció. 

Dos figuras se movían en el exterior, justo frente mi coche. Temblé. 

El capó de mi auto estaba abierto y uno de ellos movía algo de adentro, no sabía si tocaba el motor o alguna otra parte porque no lograba verse con exactitud. No le puse tampoco mucha importancia con el miedo helándome el alma. Y el otro, él solo estaba ahí, parado y observando hacia todos lados; noté una característica en él, solo tenía un brazo y una única extremidad.

G R A V I T YDonde viven las historias. Descúbrelo ahora