Adelaide había hecho un gran sacrificio al saltar por la brecha, dejando a su hija y a Klaus solos. Pero a ella solo le importaba saber que Hope estaría a salvo.
El infierno, un mundo nuevo y no descubierto, quien lo gobierna es alguien despiadado...
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Una sonrisa ladina se dibujó en el rostro del pelinegro mientras observaba a la joven Hope, quien disfrutaba de la breve libertad que le había concedido, siempre bajo la estricta condición de su vigilancia personal. La noche caía a su alrededor, y la tensión entre ambos era palpable, casi como si el aire mismo estuviera cargado con la energía oscura que los envolvía.
—¿Sabes? —dijo él, con un tono suave pero cargado de malicia mientras se acercaba lentamente a ella—. Me gustaría ver de qué estás hecha en realidad. En cada prueba a la que te he sometido, has demostrado que, muy en el fondo, esa oscuridad que cargas por legado está desesperada por salir. —sus ojos destellaron con una chispa de maldad—. ¿No crees que estás desperdiciando un potencial enorme?
Hope, sintiendo la furia burbujear dentro de ella, no pudo evitar replicar.
—No me interesa lo que te gustaría ver. —su voz era firme, cargada de un desprecio controlado—. Ya he tenido suficiente de tus juegos.
Con determinación, levantó su mano en forma de puño e intentó golpearlo. Pero él, con la velocidad de un relámpago y el poder de su magia, detuvo el golpe a centímetros de su rostro, manteniéndola inmóvil en el aire.
—Tienes el carácter de tu madre, —musitó, acercando su rostro al de ella, su voz impregnada de un frío desprecio— tan decidida a resolver todo a golpes, creyendo que siempre saldrá ilesa de cada situación que enfrenta.
Sin más advertencia, la lanzó al otro lado de la habitación con un movimiento de su mano, haciendo que su cuerpo impactara brutalmente contra una pared de piedra. El sonido sordo del golpe resonó en la estancia. Un gruñido profundo emergió de la garganta de Hope, señal de que su lobo interior comenzaba a tomar el control. Desde su transformación, sus emociones estaban en un torbellino constante, y a menudo era incapaz de evitar que su naturaleza salvaje se manifestara.
—Vaya, qué linda escena —dijo él con una mueca burlona, levantando su mano hacia la adolescente, disfrutando de cada momento mientras la magia oscura fluía de él hacia ella—. Me das mucho miedo, perrito.
Con un simple gesto, cada hueso en el cuerpo de Hope comenzó a crujir y quebrarse bajo la presión mágica. Su dolor era evidente, y él se regodeaba en su sufrimiento, cada gemido de ella alimentaba su propia satisfacción.
—Sí, procesa ese dolor —susurró con una sonrisa maliciosa—. Retrasar tu transformación y sentir cómo se quiebra cada hueso en tu cuerpo te hará más fuerte. Y todo gracias a mí, por supuesto.