Adelaide había hecho un gran sacrificio al saltar por la brecha, dejando a su hija y a Klaus solos. Pero a ella solo le importaba saber que Hope estaría a salvo.
El infierno, un mundo nuevo y no descubierto, quien lo gobierna es alguien despiadado...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
• ────── ✾ ────── •
La mañana llegó con una suavidad inesperada. Al abrir los ojos, la calma envolvió a la mujer como una manta cálida, brindándole un respiro después de días de constante preocupación. Los sonidos de la naturaleza la rodeaban: el canto alegre de los pájaros, el suave murmullo del viento y el sol que se asomaba con una calidez reconfortante. Era un nuevo comienzo, una sensación rara en medio de las tormentas que había enfrentado últimamente.
Se levantó de la cama con una sensación de ligereza, disfrutando por primera vez en mucho tiempo de una mañana sin la carga de la preocupación. Al estar lista, salió de la cabaña, notando el ajetreo de las primeras horas del día en la manada. Entre las personas que estaban despiertas, identificó a Enya, que estaba dando indicaciones a algunas jóvenes recién llegadas sobre cómo integrarse en la manada. Sin embargo, notó con preocupación que no veía a su hija por ningún lado.
Decidió dirigirse a la cabaña donde Hope había pasado la noche, y un jadeo de sorpresa escapó de sus labios al ver la escena frente a ella. Con un gesto decidido, tiró de las cobijas que cubrían a su hija y al híbrido jefe de la manada, revelando a los dos enredados en un sueño reparador.
—¡Buenos días! —exclamó con un tono enérgico, un atisbo de humor en sus palabras—. Levántense si no quieren que los despierte con un regaño monumental.
—¡Mamá! —se quejó Hope, estremeciéndose al sentir el aire frío—. Aún es muy temprano...
—Tienes suerte de que quien me llama me salvó de un discurso más largo —dijo, señalando su celular antes de salir de la cabaña para tomar la llamada con algo más de privacidad.
El nombre en la pantalla le hizo sonreír.
—Nik —dijo, cuando contestó la llamada.
—Hola, amor. ¿Crees que podrías regresar antes de tu pijamada con la manada?
—Cierra la boca —respondió con una risa ligera, mirando a su hija desde la puerta—. Estaremos allí cuando antes. Adiós.
Hope, con una expresión seria y un silencio que la envolvía, seguía sin mostrar signos de alegría por el despertar temprano al arribar a la mansión. En contraste, su madre mantenía una sonrisa que apenas se veía, una mezcla de ternura y resignación.
—Ada... —Klaus apareció frente a ellas, observando a la mujer con una mirada inquisitiva—. ¿Por qué te has vestido como Elijah?
—Es cuestión de estilo, querido hermano, algo que tú no entenderías —respondió Elijah con una sonrisa traviesa, mientras se unía a la conversación, notando el parecido entre el atuendo de su cuñada y el suyo propio.