Capítulo 2: Pesadillas

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         Me remuevo incomoda, sintiendo la humedad bajo mi espalda y el calor arrastrarme, pero aun así no consigo desprenderme de la imagen que se forma ante mí, los faros encendidos, la noche oscura, y él.   

     – Hola papá.

    – Hola princesa, siento la tardanza    – se disculpa con voz rasposa por el cansancio.

     El corazón me late a prisa siendo vagamente consciente de ello porque solo quiero verlo, quiero observar su rostro una vez más.

     Mi padre ama su trabajo, aunque en muchas ocasiones este le trae muchos dolores de cabeza, ser un fiscal no es trabajo fácil, pero para él vale la pena. Cada que encierra a un asesino, violador o vendedor de droga, siente una gran satisfacción, uno menos de ellos en la calle significa que su ciudad es un poco más segura para las dos mujeres de su vida. Eso hace que el estrés que sufre en el largo y duro proceso valga la pena, aunque él jamás trae el trabajo a casa. No importa qué tan cansado esté, ni qué tan profunda sea su preocupación, para su familia siempre tiene las más deslumbrantes sonrisas.

     Y yo amo eso más que nada en el mundo.

     – Está bien, no te preocupes     –. Dejo que mi padre me envuelva en sus protectores brazos, y una parte de mi lucha por aferrarme a ellos, algo grita que extrañaré sentir su calor     –. La verdad, no llevo mucho esperando.

     – No me gusta que estés sola a estas horas princesa    –. Me aparta apresurándose a abrir la puerta del auto para mí, luego pasa a acomodarse él en el asiento del conductor y todo cuanto anhelo es poder continuar sintiendo su olor, uno que he extrañado tanto.

   – ¿Qué tal tu día papá?  – le pregunto cuando el auto ya está recorriendo las tranquilas carreteras, le doy una mirada de soslayo logrando captar el momento en que frunce sus labios en una mueca de preocupación     –. Todo está pasando tan rápido, demasiado rápido aproximándose el adiós. 

     – He tenido días mejores   –. Me da una rápida mirada antes de volver la vista a la carretera   –. Pero mañana será todo mejor    –. Me regala una gran sonrisa que queda opacada por la refulgente luz que se nos aproxima a gran velocidad y entonces lo sé, con certeza segura, que estos instantes son los últimos y quiero despedirme mientras su mirada busca la mía, quiero gritar que lo amo, pero no puedo cuando el desgarrador chirrido del metal cediendo ante la fuerza ejercida al impactar nos arrastra hacia el mismo final que siempre tiene mi sueño. 

    – ¡Maldita sea!   – . Mi garganta está seca y cada fibra de mi piel tiembla, las gotas de sudor corren por mi frente y a lo largo de la espalda.

     Otra de esas pesadillas, si es que cabe llamarlas así, más bien son los retardos de lo que fue la peor noche de mi vida. Odio que eso pase, son demasiado vividas, demasiado reales, como si mi mente se encaprichara en regresarme a ese momento una y otra vez, cuando yo solo quiero olvidar esa maldita noche.

     Me retuerzo tanto como puedo entre la almohada, aferrándome a la corcha como bote salvavidas, e intento recobrar la calma.

     – No hay modo en que consiga quedarme aquí     –. Me quito la corcha del cuerpo a patadas, y en medio de la oscuridad de la noche que me envuelve, la poca luz que entra desde la ventana es mi guía hasta llegar al baño. Rocío agua fría haciendo desaparecer las muestras de sudor que me inunda la frente y las lágrimas que me cubren las mejillas, pero los temblores de mis manos no se contienen.
     
     Le doy una larga mirada a esa chica aterrada que está en el espejo mirándome con ojos llorosos    –. ¡Vamos Lis, es solo una pesadilla!         – me digo a mí misma   –. Puedes hacerlo, puedes seguir adelante, a pesar de que él ya no está.

La flor de LisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora