Los dioses tienen a sus descendientes, aquellos que deben seguir su legado en la tierra para que todo se mantenga en equilibrio.
Un ejemplo de ello es Leo, quien como hijo de Ao Guang (Rey dragón del mar del este) ha sido entrenado desde niño para u...
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Estaba aterrado, no lo podía negar, pero ni todo el temor del mundo me haría poner en riesgo a mis dongsaengs. Eran mis hermanos menores, mi responsabilidad y aunque mi mente estaba del todo confundida y ofuscada, eso era algo que jamás iba a cambiar.
Así que en cuanto note que le había disparado a Ravi, aunque fuera un simple rozón, y que Hongbin y Ken corrían el mismo peligro. Luego escuché la voz de Ravi, y de su absurdo plan para que yo huyera mientras ellos se quedaban ahí, y mientras hablaba el maldito soldado de negro ya le estaba apuntando a la cabeza.
Ahí fue donde me decidí, prefería sufrir la tortura que aquellos seres me tenían preparada, a ver morir frente a mí a mis dongsaengs; así que tiré de Ravi para evitar que se lanzara directo a su muerte y con las manos levantadas me entregué al soldado de negro.
Al menos mi plan funcionó y los cinco soldados dejaron de amenazar a los chicos mientras yo me dirigía a la enorme camioneta negra que desde ya me prometía mil y una desgracias, cada vez que titubeaba aunque fuera un poco el soldado líder detrás de mí me daba un fuerte empujón.
No bien me acerqué al vehículo, la gran puerta corrediza se abrió y un par de fuertes manos me arrastró dentro, grité asustado antes de que una mano enguantada cubriera mi boca, varias más me detenían de los brazos y las piernas.
Tuve un par de segundos para arrepentirme de mi decisión, para lamentar toda aquella pesadilla en la que había caído antes de que un pinchazo lastimara el lado derecho de mi cuello, ni siquiera me dio la oportunidad de sentir dolor, en cuando la jeringa fue retirada la oscuridad de la inconsciencia se abatió sobre mí.
Al menos fue un cierto alivio, entre sueños no había dolor ni miedo; sin embargo fue un alivio momentáneo pues estos volvieron aun antes de que terminara de despertar.
Lo primero de lo que me di cuenta es que estaba en una posición muy incómoda y que no me podía mover de ella. Estaba arrodillado sobre alguna superficie de frío metal, mismo que me rodeaba el cuello con un collar helado que me obligaba a permanecer derecho, también me detenía los brazos dolorosamente cruzados a la espalda y había un peso similar en mis tobillos.
Aun antes de abrir los ojos comencé a temblar, sintiendo cómo el terror iba haciendo presa de mi cuerpo de nuevo a la par que intentaba hacer fuerza contra los agarres de mis manos. El tintineó que ocasionó mi movimiento me dijo que, además de los grilletes, había cadenas de por medio.
"Tranquilo mi pequeño, no luches más"
Todo mi cuerpo se tensó al escuchar de nuevo aquella voz, aquella maldita voz grave con la que había iniciado mi terrible pesadilla y que, al parecer, sonaba únicamente en mi mente.
"Luchar solo te agotará y llamara la atención de aquellos que te capturaron. No luches, debes mantenerte sereno y esperar"
"¿Esperar?" Pensé, intentando comprender algo de todo aquello.