(+18)
— No se lo dejaré tan fácil. — Pronunció Saotome, con su típico aire de arrogancia.
— Está bien. — Rió su amiga, Yumeko. — Adiós Mary~ — Se despidió, desapareciendo por aquellos oscuros pasillos.
A paso pesado, se dirigió hacia la puerta de la sala del Consejo Estudiantil, sabía que probablemente se encontraría allí, como siempre.
No se molestó siquiera en golpear, ya que decidió entrar silenciosamente.
Vio a Ririka algo agitada, lo cual se le hizo extraño, pudo ver cómo unas pequeñas lágrimas se escapaban de sus ojos.
— ¿Por qué de esa idiota? — Murmuró la albina, secando sus lágrimas con las mangas de su uniforme.
Escondió su rostro en sus rodillas, quedando como una bolita sobre aquella gran silla, que la hacía ver pequeña.
Esto sorpresivamente causó un poco de remordimiento en Mary, el cual le duró poco al recordar su rabia.
Apretó su mandíbula, escabulléndose en la oscuridad de aquella sala. Se iba acercando poco a poco a las espaldas de la albina.
Hasta que finalmente, la alcanzó, apretando levemente su hombro. Su víctima rápidamente se movió, algo asustada.
— Eh~ — Murmuró Ririka, confundida.
— Hola. — Pronunció Mary, en un tono grave y arrogante, desde la oscuridad.
— ¿Q-Qué demonios haces a-aquí? — Tartamudeó la albina, observando cómo sus ojos amarillentos brillaban de forma extraña.
— Vengo a terminar lo de la otra vez... — Merodeó de forma sádica al rededor suyo — Mejor aquí, ¿no? Así nadie podrá escucharnos... ni interrumpirnos. — Sonrió.
Rió un poco, al ver lo asustada que se encontraba la pobre vicepresidenta, aquella era incapaz de mirarla a los ojos.
Sin más rodeos, la tomó por la cintura y la empujó hacia el escritorio de forma brusca, para luego tomar su asiento.
— Wow~ es cómodo. ¿Cierto? — Comentó la rubia, palmeando su regazo.
Al ver que la albina no obedecía a sus señas, tomó su muñeca y la sentó encima suyo. Sentía la respiración temblorosa de la chica sobre su cuello.
— S-Suéltame — Sollozó Ririka, lo cual fue en vano, ya que fue ignorada.
Desabrochó uno por uno los botones de su camisa. Dejando pequeñas lamidas y mordiscos en su cuello y clavícula, provocando que Ririka soltase algunos jadeos.
— ¡Para! — Gritó Ririka, al sentir como la rubia apretaba fuertemente sus pechos.
Trató de safarse del agarre de la misma, pero claramente no lo logró.
Quitó su sostén de forma ágil, dejando sus lindos pechos completamente expuestos. Tomó uno de sus pezones con la boca, mientras que pellizcaba el otro, provocando que la albina se quejase y gimiese incontables veces.
— No lo hagas más difícil. — Pidió la rubia a regañadientes.
La dejó encima del escritorio, y se posicionó encima de ella. Prosiguió con lo suyo, colando sus manos por debajo de la falda de la albina.
Ririka se movía inquieta debajo de Mary, a la última estaba comenzando a molestarle esto.
— Quédate quieta. — Ordenó la rubia, con la mandíbula tensa.
Ririka hizo caso sumiso a sus palabras, podía sentir como el miedo se apoderaba de ella.
"¿Qué sería capaz de hacerme esta loca sino le doy lo que quiere?" Pensó Ririka, dejándose llevar.
Mary bajó una de sus manos a sus bragas, acariciando su entrepierna con un tacto rudo. Ririka no podía evitar gemir, sintiéndose algo extraña por ello.
— ¿Es tu primera vez no? — Preguntó en un tono burlón, provocando que Ririka se sienta peor. — Está bien, seré cuidadosa. — Sonrió.
Se deshizo por completo de su ropa, a tirones.
— N-No seas tan ruda. — Suplicó Ririka, una vez más.
Comenzó a penetrarla, para su mala suerte, la rubia no fue nada cuidadosa, al contrario, el dolor comenzaba a apoderarse de aquella zona.
— M-Mary~ ¡D-Duele! — Gimió, mientras que sus ojos celestes dejaban escapar algunas lágrimas.
Se aferró al cuerpo de su enemiga, abrazándola por encima de sus hombros.
— Shh~ Ya pasará. — Dijo la rubia en un tono de voz sospechosamente suave.
Así fue, con un par de embestidas más, el dolor se fue convirtiendo poco a poco en placer. Inundó la sala con agudos gemidos, hasta finalmente alcanzar en éxtasis en manos de la persona que más odiaba.
— Límpialos. — Pronunció la rubia, acercándole sus dedos a su boca.
Los chupó de arriba a abajo, limpiándolos completamente, estaba avergonzada pero ya no le quedaba mucha más dignidad por perder.
Saotome se alejó con una mirada sombría, desapareciendo en la luz tenue. Una vez más, se despidió de un portazo.
La dejó dolida y sola en aquella fría sala.