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Años antes de la actualidad

—Hijo.

La dulce voz de aquella cariñosa madre resonó en la casa de la familia Jeon, una mujer de treinta años, de figura esbelta cabello negro como la noche y unos ojos almendrados. Una mujer bastante bella y no había duda que el primer hijo había heredado su belleza, pero su esposo no se quedaba atrás, el doctor Jeon era un hombre bastante corpulento y elegante, su metro ochenta y cabello color carbón le daba una presencia que solo pocos poseían.

Su esposo estaba en el hospital y su pequeño hijo estaba escondido como era de costumbre, su niño se escondía en la casa para no escuchar los ruidos que venían del exterior, a pesar de que tenían una habitación hecha para él, seguía escondiéndose.

La situación del menor cada vez iba peor, antes podía soportar estar en la habitación especial—había pasado un año desde que había empezado a empeorar—. La madre cada vez que veía a su hijo con sus manitos tapando sus oídos le partía el alma por no poder ayudarlo, antes lloraba, pero hace unas semanas se había colocado más agresivo.

La mujer al llegar al pasillo con suelo de madera; se quitaba los zapatos para no incomodar a su pequeño, había empezado a aprender como sobrellevar la condición.

A su hijo le molestaba todo ruido que hiciera algún objeto contra algo o que proviniera del cuerpo humano. Le molestaba el sonido que provoca los tacones contra el suelo de madera o cualquier suela, le molestaba las respiraciones o voces fuertes, el sonido de la puerta al cerrarse, el molesto sonido que producía la tetera al hervir.

—Hijo, Es hora de comer —susurró cuando llegó a la habitación del sótano.

Ella sabía que por muy bajo que hablara, él la escucharía. Él tenía un superpoder y su maldición era su tan fino oído. Se dio la media sin tener respuesta, ya que sabía que el pequeño llegaría unos minutos después. La casa era tan silenciosa que se podía escuchar los latidos del corazón.

Se dirigió a la cocina y empezó a servir la comida favorita de su hijo, lista en el plato de porcelana sacó los cubiertos de plásticos porque a su bebé le desesperaba el sonido que hacía los cubiertos al chocar entre sí.

Como un fantasma el menor de cuatro años estaba sentado enredando la pasta en el tenedor, sonrió al ver a aquel ángel que tenía la boca embarrada con salsa de tomate, era la luz de sus ojos, era su razón de vivir. Se quedó mirando como se acababa todo el contenido del plato y limpiaba su boca con una servilleta de papel.

—Gracias, mamá.—susurró el menor clavando su oscura y brillosa mirada en la de su madre.

—Jungkook —Se acercó y le dio un beso silencioso en la cabeza.

—Dime.

—Te amo —quiso aguantar las lágrimas para no preocuparlo

—Yo también —Se separó y fue a dejar los platos.

A pesar de su corta edad Jungkook sabía el esfuerzo que hacía su mamá para darle el mejor ambiente y le quería agradecer y encontraba que lavando los platos era de gran ayuda para ella. Se levantó de manera silenciosa Y regresó al sótano.

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Misofonia VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora