Capítulo 11

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Helena

—¿En serio tengo que ir con esto en la cabeza?

—Estás demasiado acostumbrada a esconderte y a ir encorvada. Las sirvientas van con la cabeza gacha, pero bien rectas. Caminan ligero, sin hacer ruido y con una media sonrisa en la cara. Nunca hacen gestos que puedan mostrar lo que sienten—enumera Orión mientras Helena camina de un lado a otro con un libro en la cabeza.

Lleva ya casi toda la semana aprendiendo. Su mayor problema es que no sabe leer, lo cual sería muy útil para interceptar mensajes de la reina en palacio. Porque hace pocos días han recibido el mensaje de que el puesto de sirvienta personal de la reina está vacante, y todos están emocionados con el hecho de que ella lo vaya a ocupar. Así que por las mañanas aprende protocolo y por las tarde aprende a leer y a escribir. Tener la vida tan controlada la hace echar un poco de menos la pequeña libertad que tenía en la calle.

Hace días que no ve a Jack, quien se ha mudado a una habitación con los pequeños príncipes, que al parecer saben más como ser un rey que él. Helena no se imagina lo que debe de ser estar en la posición de Jack y piensa evitar ese destino todo lo posible. Ella no quiere ser reina, solo quiere poder vivir en paz. Ayudará a la reina y a Jack y después vivirá tranquila.

—¿Podemos parar?

—¿Prefieres leer el libro en vez de llevarlo en la cabeza?—Helena gruñe ante la preguntita y sigue caminando, por desgracia, al girar, el libro cae al suelo.

—Patético—escupe la palabra la pequeña princesa Anna.

—Princesa—saluda Orión con una inclinación de la cabeza.

—¿Qué quieres?—le espeta ella sin ninguna consideración por su estatus real.

—Se dice “¿Qué desea, majestad?”—niega con la cabeza la enana—Obviamente vas a conseguir que te maten. 

Helena lanza una mirada hacia Orión, que esconde una sonrisa y carraspea para no reírse. Recoge el libro del suelo y lo lanza encima de la tosca mesa de madera de la estancia. Está harta y no piensa seguir con la tontería.

—Vamos a parar—y no es una pregunta.

Sale del lugar, desoyendo los gritos de Orión y de Anna. Uno le pide que vuelva inmediatamente y la otra sigue con cortar cabezas. De verdad, esa niña tiene una especie de trauma.

Da muchas vueltas por los pasillos hasta que sin quererlo, se encuentra con la salida. No hay gente fuera, pues no se espera ninguna llegada y una parte de su camuflaje se estropearía si hubiera guardias apostados en la puerta de la base de los rebeldes. Por ello no tiene ninguna dificultad para salir.

Anda hasta una piedra y se sienta encima. Cierra los ojos y deja que el sol la golpee, agradeciendo sus rayos después de tanto tiempo pasado en las grutas excavadas.

Piensa en el día que se coló en palacio en busca de algo de comer para su madre. Tenía apenas siete años y era más pequeña que el resto de los niños a su edad y le fue fácil meterse por entre las rejas debido a que estaba muy delgada por no comer.

En su camino había oído gritos de gente que pedía comida a la gente que pasaba, todos muy bien vestidos. Al parecer había una gran fiesta. Helena no quería ver las luces, los bonitos vestidos, los caballeros galantes… ella tenía claro que quería coger la comida y huir.

Sin embargo, mientras se escabullía de sombra en sombra, tropezó con un cuerpo y cayó al suelo. En lo alto de unas escaleras, una niña había estado mirando la fiesta. Era hermosa, su pelo rubio brillaba como el oro y su piel blanca, aunque en la nariz había unas pocas pecas que le daban un aspecto adorable.

Ambas se habían quedado mirándose fijamente, ninguna se atrevía a ser la primera en actuar. Finalmente, fue la otra la que se acercó a ella, con una mirada curiosa en sus ojos. 

—¿Quién eres?

—No soy nadie—no dar nombres era una regla básica—¿Y tú?

—Soy una pobre princesa atrapada en el palacio—la niña esbozó una triste sonrisa—Espero que alguien me rescate.

—Rescátate a ti misma—fue su respuesta.

La niña la había mirado con los ojos muy abiertos, sorprendida por su respuesta. Había abierto la boca para decir algo más, cuando oyeron un ruido. Con miedo de que la atraparan, Helena se había levantado y había salido corriendo. Olvidada la comida, había vuelto a salir del palacio, prometiendo no volver. El riesgo era demasiado grande.

Le dio un último vistazo, preguntándose por el futuro de aquella bella y pobre princesa. No volvió a pensar en ella. Hasta hoy. La cercanía de su marcha ha traído esa historia de vuelta a su mente y se pregunta si ella estará en palacio. Sabe que los reyes tienen tres hijos, los dos infantes y la princesa Suzanne. ¿Sería aquella niña Suzanne? Puede que fuera alguna de las bastardas del rey, ya que a las niñas bastardas, que no pueden acceder al trono, no se las asesina. 

—¿En qué piensas?

Orión se sienta a su lado, la cara impasible, aunque parece que quiera sonreírle. 

—En una niña de cabellos dorados que quería que la rescataran—es su respuesta.

—¿Tú?

Helena no responde, solo enarca una ceja y mira al frente, hacia las montañas que les ocultan del camino y de los guardias de los reyes. Y de los reyes mismos. De esos reyes ante cuya presencia va a estar dentro de poco. No puede evitar un estremecimiento, no sabe si de miedo o de expectación, puede que de ambos. 

—Lo vamos a hacer bien—se sorprende diciendo en voz alta, pero se da cuenta de que empieza a creérselo.

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Jack

Ha llegado el día de la despedida. Ha tenido que madrugar tanto que cuando han salido, todavía era de noche. Pero eso no parece afectar a los guardias, que están bien despiertos.

No han sido muchos los que han salido para despedir a Orión, a Helena y a un acompañante que irá con ellos como medida de protección hasta la capital. El guardia da un beso a una mujer, a la que no parece hacerle ninguna gracia su partida. Orión no se despide de nadie y se mantiene impasible a un lado, escuchando las últimas directrices que le da Paca.

Helena por su parte se acerca a él, con la cabeza bien alta, caminando como si se deslizara. Y ese es solo uno de sus muchos cambios. Ella se para frente a él, a una distancia respetable y le tiende la mano. Con tranquilidad la aparta y da un paso para rodearla con los brazos. Por supuesto Helena es como un palo, recta y sin devolverle el apretón. Por ello, la abraza más fuerte.

—Ten cuidado—se aparta para mirarla—Tengo mensajes. Anna dice que la única que puede cortarte la cabeza es ella. El enano no ha parado de decir cosas, simplemente acuérdate de que él se preocupa por ti. Y por mi parte, si crees que te han atrapado, corre. Y no dejes de correr hasta que llegues aquí. 

Ella se aparta y le da un pequeño golpe en el brazo, lo cual supone, es su respuesta. Se queda mirándola mientras se aleja con los dos hombres. Paca se acerca a él con la mirada seria.

—Madre quiere verte después de que desayunes. 

Asiente con la cabeza y tras ver desaparecer al grupo tras un grupo de piedras, se da la vuelta para volver a entrar. El mundo no se detiene y la vida tampoco.

De sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora