Capítulo 16

56 6 12
                                    

Helena

 

—Y dime, ¿Cuándo crees que mi madre se cansará de ti?

Helena mira con el ceño fruncido al infante Sirius, que está repantingado en el asiento, con las piernas separadas y una sonrisa de lobo en la cara.

—¿Qué quiere decir, alteza?

—Sirius para ti—él le guiña un ojo—Me gusta que las mujeres guapas me llamen por mi nombre. Sobre todo cuando...

—¿Te alaban?—le detiene ella a lo que él responde con una carcajada.

—¿Puedes alabarme?—Sirius se echa hacia adelante y la mira fijamente y con gran curiosidad—Por favor...

Una verdadera sirvienta se habría achantado, bajado la cabeza y callado. Por desgracia Helena no es una verdadera sirvienta, por lo que le da un repaso para coger ideas. Alabarle significa cosas buenas... hummmmm.

—Supongo que eres... ¿atractivo? Tienes los ojos lo suficientemente separados y unos labios elegantes.

—Esos son... ¿cumplidos de pobre?

Antes de que pueda evitarlo, Sirius se cambia de sitio y se sienta a su lado. El carruaje gira y Sirius cae encima de ella, que queda atrapada entre él y el asiento. Se queda quieta, tensa, mientras él baja la cabeza hasta que sus labios quedan a la altura de su oído.

—A estos ojos les encanta mirarte y mis labios desean probarte—susurra.

—Pero entonces las manos de mi marido tendrían que matarte. Y sería una gran pérdida, ¿verdad?—apenas se mueve ella, los puños apretados e intentando no ser ella la que asesine al pervertido.

Sirius se echa hacia atrás, para nada impresionado por su bravata. Helena cree captar un brillo de interés en sus ojos, un brillo que no le gusta nada. Duda mucho que un marido sea suficiente para volverla invisible ante Sirius.

—Hablaremos de ello... luego.

Es entonces cuando Helena se da cuenta de que se han detenido. Dos segundos después la puerta se abre y Sirius baja con tranquilidad, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Helena agarra la cesta en la que lleva la carta que tiene que entregar y le sigue.


Ante ella se encuentra con una enorme casa, flanqueada por dos hombres que miran al frente y se inclinan cuando el infante pasa a su lado. Helena le sigue y tras pasar las puertas, se queda embobada mirando el enorme recibidor de techos altos y con detalles en oro por todas partes.

Cuando una chica aparece a su lado y la golpea con el codo, salta del susto. La joven es un poco mayor que ella y está llena de curvas por todas partes. Sus ojos se fijan en la cesta y después le hace un gesto para que la siga.

Sin embargo, el infante tiene otros planes y cuando está a punto de alejarse, Sirius la llama para que vaya con él.

—Tengo deberes que atender... —intenta excusarse, pero él no la deja.

—Que son tenerme contento.

Espera a que él se dé la vuelta para de manera rápida pasar la carta a la chica para después, de mala gana, caminar a través de un amplio pasillo hasta un salón, donde dos mujeres charlan animadas. Ambas son pelirrojas de tez blanca como la nieve y bastante hermosas. Sus vestidos de seda son elegantes y sugerentes al mismo tiempo. Para un pintor, la estampa que ambas ofrecen sería un regalo.

—¡Sirius!

La más joven se levanta y corre hacia el infante, rodeando su cintura y pegando su cara al pecho de Sirius, que simplemente se deja adorar. Lady Kistar hace un gesto de molestia por los modales de su hija, pero se pone de pies para recibir al invitado. Helena se hace a un lado y se queda parada quieta, por si necesitan su ayuda.

—¡Has tardado mucho en venir a verme!—se queja la niña Kistar mientras acompaña a Sirius de vuelta al sofá.

—He estado ocupado.

Helena apenas si presta atención a la insulta conversación. Con una mirada es obvio que la chica besa el suelo por el que camina su futuro marido y que él simplemente la tolera como puede. Algo que no pasa desapercibido para Lady Kistar, que lanza miradas llenas de reproche hacia el infante siempre que su hija no la mira.

Llevan unos quince minutos reunidos, cuando unos gritos procedentes del otro lado de la puerta llegan hasta ellos. Se escuchan ruidos de pasos y de repente, un hombre abre las puertas del salón de golpe, golpeando las paredes al hacerlo.

—¿Pero qué significa esto? —se enfada Lady Kistar.

—Señora, una de las sirvientas, la de milady —señala a su hija—Se ha vuelto loca y ha... ha...

—¿Sí, Alfred? ¿Qué ha hecho? ¿Robar mi mejor cubertería? ¿Rasgar mis vestidos?—Lady Kistar no parece demasiado preocupada.

—Creo que debería verlo.

Con curiosidad, todos salen siguiendo a Alfred que camina presuroso por el pasillo a dos puertas de donde están. Helena se une a la comitiva, deseosa también de saber.


Al entrar en el despacho rodeado de estanterías, se encuentran con dos hombres sosteniendo contra el suelo a una mujer. Una mujer que Helena conoce. Es la sirvienta personal de la hija de Lord Kistar. La mujer a la que hace escasos minutos le ha entregado una carta de parte de la reina.

Gira la cabeza y sin querer, da un paso atrás. Todavía tiene algo con la sangre, al parecer.

Sentado en un diván y medio desnudo, un hombre, Lord Kistar presumiblemente sangra sin parar de dos heridas, una en el pecho que parece profunda y otra en el cuello, que le impide hablar. Sin embargo, tiene fuerzas suficientes para señalar a la mujer con odio mientras un médico intenta salvarle.

—¡Querido!—Lady Kistar se acerca a su marido pero se queda a cierta distancia para no mancharse—¿Qué te ha pasado?

Bien, pregunta estúpida. Es obvio lo que ha pasado. La reina ha querido matar a Lord Kistar. Y quien sabe... por como sangra, puede que lo vaya a conseguir.

...............

En el castillo, Sicelle espera la llegada de su hija. Espera recibir de un momento la noticia de cierto fallecimiento, lo cual la tiene muy contenta.

—¿Has llamado?

Suzanne entra en la habitación donde está recostada y se queda de pies, parada ante ella. Sicelle observa a la niña. Tiene su belleza, pero no su ambición. Desde bien pequeña, pasaba más tiempo con los pobres de palacio que con los hijos de los nobles.

—Tengo un trabajo para ti. El destino del reino, nuestro destino, depende de ello.

Suzanne se muerde el interior de la boca con fuerza a medida que su madre continua hablando. Lo que su madre no entiende, es que ella puede ordenar, pero su hija no tiene porqué obedecer.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 04, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

De sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora