Helena
La reina la mira de arriba abajo y Helena tiene que esperar, paciente, a que le dé el visto bueno. Ha sido presentada como su nueva sirvienta y ha sabido mantener la mirada baja, esperando por la aprobación de la reina. La mujer, muy parecida a ella, levanta su aristocrática nariz y le ordena que vaya en busca de su té, lo que toma como algo bueno.
—Siempre lo tomo con dos cucharadas de azúcar y muy caliente. Si está frio acabará en tu cara, harás bien en recordarlo.
Y tras la orden, sigue peinando sus largos cabellos. O mejor dicho, una mujer se encarga de hacerlo, siguiendo sus instrucciones. Helena se dirige a la puerta de la enorme habitación de la reina, en la que podría hacerse una fiesta de lo grande que es y baja a las cocinas, cuando un grito de la reina la detiene.
—¡Eh, tú! Tráeme también un par de galletas.
Las enormes cocinas están a tope ya que es la hora de desayunar y hay que empezar a preparar también la comida de después. Helena se dirige a la cocinera, que le asigna a una aprendiz para que la ayude cuando lo necesite.
La chica, recién salida de las calles, no para de rascarse la cabeza mientras espera a que el agua del té empiece a hervir. Bien caliente ha dicho la reina, así que bien caliente lo va a tener.
—¿La nueva sirvienta de la reina?
Helena se gira para encontrarse con una chica un poco más joven que ella, mirándola curiosa desde un taburete. Por su ropa y las joyas, debería de parecer fuera de lugar. Sin embargo, el pequeño delantal y la mejilla manchada de harina logran camuflarla lo suficiente. Asiente con la cabeza y empieza a buscar el azúcar.
—Aquí tienes—le acerca la chica—Le gusta con tres cucharadas de azúcar.
—Dos—corrige sin pensar.
—Eso dice para tener una razón para discutir con la pobre que tiene delante—la chica niega con la cabeza—Echa tres. Le gusta lo dulce, raro, ya que no tiene ni una pizca de dulzura en su interior.
—Princesa, eso es un poco rudo por su parte—habla la cocinera.
—Pero cierto—la chica se sacude las manos y se las termina limpiando en un trapo, dejando intacto su bonito delantal y entonces le tiende una de ellas—Soy Suzanne. O princesa. Pero prefiero Suzanne.
Helena levanta su mano mientras en su cabeza aparece la imagen de aquella princesa cautiva. En su mente no aparecen ideas sobre ayudarla o amistad. Tener como contacto a la hija de la reina, puede ser provechoso. Inmediatamente desea ver la cara de Orión a la noche cuando le cuente lo que ha pasado.
—Helena. O sirvienta. O, eh tú. Pero prefiero Helena.
Suzanne esboza una sonrisa a la vez que le suelta la mano, pequeña y delicada, muy diferente a la suya.
—Mi habitación es la cuarta a la derecha de la de mi madre. Por si sientes deseos de despotricar contra ella alguna vez. Ven y así lo haremos juntas. Yo siempre tengo ganas de despotricar contra ella.
Helena pone el té que le tiende la aprendiza en una bandeja y tras pensarlo dos segundos, vierte tres cucharadas de azúcar. Por último, coloca un par de galletas en un pequeño y blanco plato y coge fuerzas para enfrentarse de nuevo a la reina.
Por los pasillos se cruza con Orión, que vestido con el uniforme de la guardia le hace un gesto para preguntarle si todo va bien. Helena asiente con la cabeza y se apresura, no vaya a ser que el té se enfrié y termine en su cara.
La reina toma un sorbo y finalmente Helena deja salir un suspiro de alivio cuando con pesadumbre, la mujer deja la taza de vuelta en el pequeño plato, para después coger una de las galletas.
—Hoy no planeo salir, pero la futura mujer de mi hijo y su madre vendrán a palacio de visita. Quiero que tengas preparado un té y unos pastelitos. A esa gorda le encantan. La cocinera sabe cuales son. Y avisa por favor al infante de que debe presentarse ante nosotras aunque sea unos minutos, es la cortesía—y se queda mirándola fijamente al ver que no se mueve.
—¿Quiere decir que vaya ahora?
—¿Y cuando sino?—la reina se lleva una mano a la sien, como si le doliera la cabeza y Helena se apresura a marcharse.
Tiene que preguntar varias veces y dar bastantes rodeos hasta que finalmente encuentra al infante. Y todo para que se encuentre ante el infante incorrecto. Tirado en la cama, desnudo y con el pelo revuelto, el chico le lanza una sonrisa lasciva.
—Así que eres la nueva… me gusta catar a las nuevas…
—No creo que su futura esposa lo aprobara—se echa hacia atrás.
—Oh—por la cara del chico pasa una expresión fugaz de desilusión—Buscas a mi hermano. Estará en la habitación de al lado. Acompañado. Al parecer ser heredero del reino es un mayor atractivo que el ser simplemente el segundón.
Helena tiene una respuesta en la punta de la lengua, pero se obliga a callársela. Camina hacia atrás, moviendo la mano en busca del picaporte de la puerta. Cuando lo toca, esboza una sonrisa.
—Gracias por la información—y se apresura a salir antes de que el infante se mueva demasiado y pueda ver las joyas reales.
Camina presurosa a la habitación de al lado, donde un guardia la mira de arriba abajo. No reacciona y sigue recto al lado de la puerta incluso cuando llama. Puede que para él sea normal ver a mujeres llamando a la habitación del heredero.
—¡Adelante!—grita una voz pastosa desde el interior y se apresura a abrir la puerta.
Efectivamente, el heredero no está solo. Un pelo rojo está suelto por las sábanas blancas. Revolviéndose el pelo, el heredero la mira con curiosidad.
—Su majestad la reina me pide que le recuerde que esta tarde vienen su prometida junto con su madre y que necesita presentarse para verlas.
Él no la escucha. Está demasiado ocupado revisándola de arriba abajo. Sus ojos son iguales a los de los guardias cuando miraban a Lina. Y no le gusta. No le gusta nada. Así que simplemente repite lo mismo de nuevo y sale corriendo. Estar en palacio va a ser complicado. Pero por diferentes razones a las que creía en un principio.
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De sangre azul
FantasyNo esperes una historia normal de príncipes azules encantadores y princesas en apuros que necesitan que las rescaten. Ellos son: -Helena: criada en la calle, pobre, valiente, impetuosa, de acción y sin pelos en la lengua. -Jack: niño rico, lector v...