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Yo debía estar molesta con Alejandra. Debía ni siquiera dirigirle la palabra. Debía dejar de estar interesada en ella. Debía no querer besarla. Pero no podía. Y me di cuenta de eso cuando me encontraba caminando hacia su casa el martes por la noche.

La verdad no sabía ni a qué iba, porque seguro estaba su madre y me correría de su casa reconociéndome como la acosadora de su hija. Pero como yo no me daba por vencida, y bueno, porque soy algo idiota, ya estaba frente de su casa tocando la puerta.

Mis nudillos tocaron tres veces y di un paso hacia atrás. La puerta se abrió y quien estaba ahí no era ella, pero tampoco era su madre. Un señor de mediana edad y algo robusto me sonreía desde dentro de la casa.

"Buenas noches," saludé. "¿Se encuentra Alejandra?" mi sonrisa forzada de niña educada me sirvió con aquel hombre, pues asintió.

"Sí, deja le llamo." Avisó dejando la puerta abierta y dirigiéndose hacia dentro.

Escuché la familiar vara golpear el piso y me encontré con Alejandra en la puerta, dio un pequeño suspiro y sonrió.

"Ana." Articuló saliendo y cerrando la puerta tras ella.

"Me asusta un poco que sepas que soy yo sin siquiera decirte." Admití dando otro paso hacia atrás y quedando al borde del porche.

"Bueno, mi papá dijo que una chica linda me buscaba..." dijo sacándome una impecable sonrisa. "Y además tu olor te delata."

Tosí por lo bajo al escucharla decir eso.

"Vine porque querías hablar ayer." Puntualicé para que al menos pensara que no soy tan fácil. Ella asintió lentamente y comenzó a golpear la vara contra el suelo, señal de que iba a caminar, me hice a un lado para dejarla pasar y que me guiara. Ella caminó a un lado del porche en donde se encontraban cuatro sillas de patio y se sentó sin dificultad en una. Yo me senté consiguiente a ella.

"De lo que te quiero hablar es de mi madre." Comenzó ella quitándose sus anteojos. Rápidamente moví mi mirada a sus ojos y contemplé un hermoso color avellana que irradiaba en su mirada, mi respiración se entre cortó cuando sus ojos cayeron en los míos, aunque yo sabía que ella en verdad no podía verme, se sintió fantástico. "Ella odia el hecho de que yo hable con extraños, no quiere que tenga conocidos... por eso tengo escuela en casa, y sólo unas veces me deja salir sola..." Alejandra tenía sus ojos en un punto desconocido, su vista mirando sin ver. "Cada vez que alguien está lo suficientemente cerca de mí, ella se vuelve loca y hace cualquier cosa para alejar a las personas de mí."

Mi mirada estaba absorta en sus ojos, pero mi mente estaba procesando sus palabras. Me sentía demasiado libre al escucharla decir eso. Creía estúpido el comportamiento de su madre, incluso aunque Alejandra tenga esa discapacidad, no es una enferma ni mucho menos.

"¿Por qué hace eso?" Pregunté tragándome las palabras que en verdad quería decir.

"Ella sólo tiene miedo. Pero eso es otra historia, Ana, luego te contaré... si es que soportas a mi madre y sus condiciones." Rió levemente.

"¿Cuáles son esas condiciones?" Mi curiosidad era una entrometida.

"Creo que debes salvarme la vida." Respondió con una sonrisa.

"Bueno, no te quería decir esto pero yo sí tengo poderes subnormales, lo que me hace una heroína y puedo salvarte, Alejandra." Una carcajada salió de su boca haciendo que mi pecho brincara sin control, el sonido de su risa provocándolo. "Pero en serio, yo quiero seguir hablando contigo, y salir a la playa, o al parque o cosas así." Me encogí de hombros. Ella suspiró quedamente.

"Si alguien intentara hablarme y yo no la detuviera, normalmente estaría en serios problemas, pero creo que correré el riesgo contigo, Ana."

Dios, mi estómago sintió una punzada indescriptible, mis manos comenzaron a sudar y mi corazón aleteó sin permiso al escucharla decir aquello.

"Si yo conociera a alguien como tú... que demonios... no creo que alguna vez pueda conocer a alguien como tú." Dije temblando.

"¿Alguien ciego?" Preguntó y mi corazón dio un vuelco.

"No, alguien increíble." Ella sonrió de lado mientras tomaba mi mano en la suya.

"No sé qué es lo que en verdad quieres, Ana, pero no te voy a detener." Apretó ligeramente mi mano.

Todos mis sentidos me rogaban por besarla, y yo en verdad lo habría hecho, sino fuera porque pretendía que supiera que yo quería algo más que sólo besarla.

De pronto la puerta se abrió haciendo que soltáramos nuestras manos y su padre asomó la cabeza por el orificio.

"Alejandra, tu madre no tarde en regresar." Avisó sonriéndome.

"Ahora voy." Ella dijo y se levantó de la silla, su padre cerró la puerta. "Debo entrar." Se disculpó y yo me levanté.

"No te preocupes." Dije animada. "Nos vemos luego." Me despedí y ella rió.

"Me ves luego," dijo entretenida "yo sólo te hablaré." Sonreí ante mi estupidez.

"Lo siento, te veo luego." Me corregí y salté dándole un beso en la mejilla. Ella se tocó levemente el lugar y sonrió. Me di la vuelta e hice mi camino de regreso a casa.

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Abrí los ojos intentando que se adaptaran a la oscuridad de la habitación, pero por más que los tallaba no podía ver nada. Quise levantarme pero me di cuenta de que ya estaba parada y sostenía una vara en mi mano, entonces traté de soltarla pero no lo logré, y pasé mis dedos por el lugar en el que se encuentran mis ojos, unas gafas estaban sujetadas por mi nariz, intenté quitarlas pero era inútil.

De pronto una mano se aferró a mi brazo, lastimándome. Solté un grito sordo, que no se escuchó. Luego a lo lejos divisé un punto de luz y las gafas ya no estaban, ni la mano y la vara. Ahí entre la oscuridad estaba una niña de cabello negro dándome la espalda, quise caminar hacia ella, pero cada que daba un paso ella se alejaba.

"Aléjense, por favor." Una voz femenina habló haciendo eco en la oscuridad. Volteé hacia todos lados pero no había nadie ahí, solo yo y la niña.

"No he hecho nada." La voz habló de nuevo. Entonces la niña se dio vuelta y sus ojos avellanas chocaron contra los míos, tuve una sensación extraña recorriendo mi cuerpo.

"No entiendo por qué me odian tanto." La voz que sonaba en el lugar era de la pequeña niña al otro lado.

"¿Quiénes te odian?" Mi propia voz dijo, me sorprendí, yo no estaba pensando decir eso.

"Todos. Yo no tengo la culpa de ser así." Me contestó.

"Seguro que no te odian, cariño." Estaba más calmada de lo que me sentía.

"Parece que lo hacen." Dijo. Negué con la cabeza. "Ser ciega no es una opción. Así soy."

Estaba por contestarle cuando unos niños de su mismo tamaño corrieron hacia ella. La niña comenzó a gritar, y yo hubiera hecho todo por ir hasta ella y abrazarla, de alguna manera me recordaba a Emily, y no dejaría que atacaran a mi hermana. Los niños jalaron el cabello de ella mientras picoteaban su cuerpo y la empujaban, traté de correr y arrancarle los brazos a cada uno, pero mis pies no se movían. Entonces comencé a gritar que la soltaran, pero no me escuchaban, me tiré al suelo de la frustración y encajé mis uñas en el suave piso. La niña lloraba, como yo, tirada en el suelo. En este momento hubiera deseado tener la vara, al menos así podría golpear a los estúpidos niños que la molestaban.

"¡Por Dios! ¡Suéltenla!" Grité con todas mis fuerzas.

Mis ojos se abrieron y me encontré con el techo de mi habitación. Volteé a ver el reloj en la mesita de al lado. Eran las dos de la madrugada.

Mi cuerpo estaba cubierto de sudor frío y mis manos estaban enterradas en el colchón de mi cama, mis mantas tiradas en el piso. No lo pensé dos veces y, con mi pijama puesta, me puse mis tenis, tomé mi celular y salí de mi habitación.

Tenía que ir a ver a Alejandra.

CRITICAL - Ale y Ana (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora