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Hola. 

El siguiente capítulo es el final de esta corta historia de amor eterno.

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Una cosa que me parecía verdaderamente curiosa era el amor. ¿Cuántas veces la vida iba a hacer que te rompieran el corazón? Una cantidad grande de personas podrían hablarte acerca de eso, pero siendo sinceros no sabemos explicar eso de romper corazones. No sabemos dejar explicado el horror que siente tu corazón cuando lo rompen, no sabes si se asfixia o si solamente se estruja, ni siquiera sabemos si en realidad se rompe. Lo único que sabemos es que queremos llorar. Llorar y llorar. Y repetirnos lo estúpidos que fuimos. Nos echamos completamente la culpa de todos los errores cuando seguramente nosotros no hicimos algo malo. El corazón es muy sensible, te lo pueden romper varias personas, tanto a la vez como por separado. Y simplemente te quedas ahí, encerrado en tu habitación, o en el baño, o en la terraza, llorando por una persona que seguro piensa que todo va a estar bien, mientras tú te hundes en depresión.

Había leído un artículo sobre eso cuando vivía en Míchigan, no obstante no sabía lo que era que te rompieran el corazón, incluso me parecía estúpido e iluso. Le dabas el corazón a alguien y esa persona se encargaba de tratarte bien, estar contigo, no lastimarte, pero de repente ya no, de repente se hartan de ti, y te dejan, sin siquiera enseñarte cómo vivir sin ellos. Es cierto que nacimos solos pero cuando te acostumbras a algo, no es fácil dejarlo ir, así, como si nada.

Alejandra y yo habíamos terminado hace más o menos tres meses.

La agonía me había carcomido los primeros días, llegué al punto de tener pensamientos suicidas. Justo llegando los dos meses mis padres quisieron mudarse, yo no podía seguir recordándola en cualquier parte de Jacksonville. Querían regresar a Míchigan y se suponía que lo haríamos, pero como si nada me llegó la aceptación a la universidad, así que decidieron establecerse más para poder pagar aunque yo no tuviera ganas ni de salir de casa.

Las razones de nuestro rompimiento varían. Después de que salí del hospital nos distanciamos mucho. Por la escuela, sus citas médicas, y sus arranques de depresión por si la próxima operación no resultaba. Tuvo razón.

Ella había perdido la fe de volver a ver luego de la tercera operación a la que se sometió. Y sinceramente yo también perdí la esperanza. Cada operación costaba setecientos dólares, lo que significaba que en verdad no se podía estar gastando tanto si fallaban de ésa manera.

Y pasó, terminamos. Fue una discusión bastante fuerte, incluso tuve la sensación de querer abofetearla, cosa que no hice, obviamente. Pero cuando me dijo que no podía seguir con esto, con nosotras, sentí un balde de agua fría recorrer mi cuerpo de cabeza a pies. Entonces supe que se había acabado todo, que ya no era un "nosotras", nos habíamos convertido en "ella y yo", ya no éramos una misma.

No hablamos desde ése día, no sé nada de su vida ni ella de la mía. Lo último que recuerdo salir de su boca es "no mereces tener éste tipo de discusiones, Ana, debes pelear por alguna aventura o algún plan de la universidad, yo no voy a seguirte a donde sea porque mi discapacidad no me lo permite, se acabó". Exactamente ahí sentí que mi vida se iba al carajo, yo la amaba, en verdad.

Incluso ahora la sigo amando. Mientras estoy acostada en mi cama viendo el blanco techo, me tengo claro que la amo, que lo sigo haciendo, aunque ella ya no me ame, yo lo seguiré haciendo, y era una mierda aquello.

Un revoloteo me distrae de los pensamientos vagos que tengo por la tarde, una paloma pasa frente a mi ventana para descansar en el alféizar que la conforma, me limito a observarla con detenimiento. Quisiera saber lo fácil que es ser una de ellas, ser libre, sin miedo a volar, sin miedo a llorar, sin miedo a nada. Mis divagaciones no completas ocurren automáticamente cuando me encuentro pensando en Alejandra, es como un movimiento de defensa. No quiero seguir llorando por ella, y mi consciencia o lo que sea me ayuda en eso. Pero no hace buen trabajo. A veces me encierro en el baño a llorar, a llorarle a ella, me miro en el espejo y me doy cuenta de lo patética que soy, de que me metí sola en esto, de que hubiera sido más fácil enamorarme de alguien más, alguien que no sea Alejandra Rocha. Pero me mentiría a mí misma si digo que me arrepiento de enamorarme de ella, de amarla. Es la peor forma de morir, pero ya estaba enamorada de ella, y no cambiaría eso por nada.

Mi estómago rugió pidiendo ser alimentado, así que salté de mi cama para bajar a buscar algo de comer a la cocina. Mamá estaba cortando vegetales, su mirada clavada en ellos. Hice algo de ruido para que no se asustara por mi presencia.

"Hey, cielo." Saludó dejando lo que estaba haciendo para prestarme atención.

"Hey," sólo dije con la voz apagada, "tengo algo de hambre."

Mi madre asintió de inmediato.

"¿Quieres esperar? O si te apetece hay lo necesario para hacer algún sándwich," respondió.

"Okay, quiero un sándwich." Acepté yendo al refrigerador.

"¿Cómo te ha ido?" Preguntó regresando a cortar vegetales.

"Supongo que bien, he estado leyendo," me encogí de hombros.

"¿No te han dado ganas de salir?"

Rodé mis ojos, mamá y papá habían estado animándome para salir a algún lado, pero yo prefería estar acostada en mi cama leyendo historias en donde los personajes terminan siendo felices, no como en el mundo real.

"No me atrae salir por ahora."

"Eso dijiste hace un mes, cariño," dijo nostálgicamente mi madre. Me mantuve en silencio mientras hacía mi sándwich, no tenía ganas de discutir con ella.

"Hoy fui al centro comercial y... me encontré a la familia Rocha," contó.

Me paralicé. Mi cuerpo no reaccionaba al escuchar ése apellido. ¿Mi madre pudo ver a Alejandra? ¿Ella estará bien? ¿Se sentirá igual de mierda que yo en estos últimos tres meses?

"Ah, ¿sí?" me hice la desentendida.

"Sí, ellos parecen felices."

"¿Parecen?" Pregunté guardando el jamón y el queso en el refrigerador.

"Alejandra no estaba con ellos, Ana." Dijo Abby.

Cerré decepcionada los ojos. No la vió. Seguro estaba encerrada como yo. Esbocé una sonrisa triste. A veces quisiera que esto no doliera tanto para ninguna, quisiera que continuáramos con nuestras vidas.

"Estaré arriba, mamá." Anuncié tomando el sándwich en mis manos.

"La van a operar, Ana, de nuevo," estaba por salir completamente de la cocina cuando me regresé a verla. "Y si no resulta, la última opción es una donación," suspiró, "mañana la operan." Terminó seriamente.

Me sentía desorientada. ¿Una donación? ¿A qué se refería con eso? ¿Alguien podía donarle a Alejandra unos ojos? ¿Dónde quedarían los color avellana hermosos de ella? Mi estómago sintió un jalón, como cuando hacía estupideces que de repente se me ocurrían.

"Mamá, ¿tienes las llaves del auto?"

Debía ver a Alejandra.

CRITICAL - Ale y Ana (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora