Parte I: Capítulo 5

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Día 13: Christian

Un pequeño pedazo de papel del tamaño de la palma de mi mano llama mi atención.

Es blanco y está quemado, como si hubiese descendido a los infiernos pos equivocación, logrando volver solo con lo esencial del relato que mantiene atrapado con débiles lazos de tinta sobre su arrugada y porosa superficie.

Sin poder frenar esa curiosidad que te inunda y hunde en sus profundidades, lo tomo y mis ojos leen con las ansias que son propias de la intriga.

Las lágrimas me llenan, me ahogan, un nudo indestructible en mi garganta.

Perdida, sola, con un corazón partido en la maleta busco mi libertad.

Pero se esconde, dejando rastros y huellas de esperanza finita sobre un suelo de jaulas vacías. Una esperanza que ya comienza a desaparecer, se agota en mí.

Perdida, sola.

Mi mandíbula se encuentra tensa mientras el papel se desliza fuera de mi corto alcance y vuela.

Vuela como su antigua dueña quiere hacerlo, buscando tocar más corazones que sólo el mío en el mundo, llevado por una corriente en llamas.

Se dice hasta luego, porque adiós es para siempre.

- Adiós.

Para siempre.

***

Día 14: Emery

Corro desesperada. Las dos de la madrugada siempre han sido para mí, horas de búsqueda y hoy en particular, se me hacen cortas mientras busco mi pedacito perdido.

12 minutos.

Necesito encontrarlo aunque sé que lo perdí. Siento como ese lazo que guardaba con esa parte de mi alma esta suelto y con la distancia se hace cada vez peor, dejando solo hilos oscuros que baten al viento dentro de mi laberinto.

8 minutos.

Paro de golpe al ver su espalda. Las cicatrices son estrellas fugaces sobre las constelaciones doradas de su piel.

7 minutos.

Cuatro pasos mudos después mis yemas repasan las estrellas fugaces, añorando deseos extraviados.

6 minutos.

Está tenso, pero no se aparta. El calor que irradia su cuerpo entibia mi mente helada, derritiendo los afilados pedazos que la rompen día a día. Nos quedamos inmóviles.

3:00 am.

Para siempre.

***

Día 15: Christian.

No veo a Emery por ningún lado y eso me aterra, porque muy dentro de mí creo que tal vez se sintió espantada por mi cuerpo.

Al pensar en esas cicatrices que escondo bajo vergüenza, un escalofrío me recorre.

Nunca me he bañado en el mar como los demás chicos de mi edad. Lo hacía por las noches, cuando la luna era mi consejera y las estrellas las espectadoras.

Por eso al ver una cabellera rubia, me acerco rápidamente.

La chica se vuelve y siento la decepción atrapándome entre sus largas garras y simulando una jaula de la que no puedo salir.

No es mi margarita.

Los Colores del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora