Capítulo X: Ala Rasi

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—Vamos pequeño, apresúrate llevas siglos dentro del baño —dijo Sebastian mientras tocaba con insistencia la puerta— tardas demasiado en vestirte.

Ciel rodó los ojos al escuchar la queja de su compañero, ya estaba casi listo, solo faltaba colocarse su parche blanco en el ojo derecho, arregló un poco su cabello azulado y salió, encontrándose con Sebastian todavía frente a él.

—Estoy listo, ¿contento? —mencionó con cierto tono de irritación el más joven— no entiendo cuál es el apuro, si solo iremos a traer mis pertenencias.

—Lo sé, pero recibí un mensaje de Claude, quiere vernos, así que luego iremos con él —sonrió revolviendo los azulados cabellos del chico— oye, ¿por qué te pusiste ese parche?

En los días que el menor tenía viviendo ahí llegó a sentir un ápice de incomodidad cada que el azabache lo veía, pensaba que era estúpido porque en los pequeños lapsos de tiempo que estuvieron juntos cuando apenas sucedía todo siempre mostró ambos ojos, ahora que vivían juntos era diferente, así que por eso había decidido cubrirlo.

Pero tras la pregunta del azabache no supo que responder.

—Quise ponérmelo es todo —susurró desviando la mirada de esos orbes escarlata que lo veían con atención.

—A ver, ven aquí —con seguridad Sebastian lo jaló del brazo haciendo que el joven se sentara al borde de la cama, con una mirada de desconcierto al ver que el mayor se agachaba frente a él con una sonrisa en su rostro— no te sientas avergonzado y ocultes ese bonito ojo violeta que tienes, es más deberías estar orgulloso de ello, eres especial así Ciel.

A veces se preguntaba cómo le hacía el azabache para leer su mente, es como si se conocieran desde hace mucho y supiera todo sobre él. Le era increíble como había cambiado desde que se conocieron, era muy atento, siempre le preguntaba como se sentía, cuidaba de su salud, incluso si cumplió con la medicina que debía tomar para el asma, le recordaba cada cierta hora cuando debía tomarlo, de alguna forma eso le reconfortaba al azulino, era maravilloso tener su apoyo.

—Tú ¿en qué eres especial Sebastian? —esa pregunta lo descolocó un poco, nunca se había puesto a pensar en eso.

—En ser un desastre seguramente —respondió sacándole una sonrisa al azulino, quién se quitaba el parche, por esta vez le haría caso y se olvidaría de ser inseguro con su heterocromía.

Ambos salieron de la habitación, por suerte se habían levantado temprano para desayunar, el azabache agarró las llaves del auto, cada quien se sentó en el lugar correspondiente e iniciaron su camino a la casa Phantomhive.

—Ciel, ¿Estás seguro que tu padre no estará? —cuestionó con nerviosismo.

—Ya te dije que no, ¿acaso tienes miedo de que ahora si te golpee? —se mofo al ver como su acompañante apretaba con fuerza el volante.

—No, es solo que sería incómodo que ambos estuviéramos ahí —dijo en su defensa.

—Tranquilo, solo estará mi madre, ella no es ni la mitad de lo que es mi padre, te agradará.

Con lo dicho el azabache se tranquilizó, no quería demostrar ser un cobarde pero admitía que le aterraba el señor Phantomhive.

Después de un tranquilo recorrido, llegaron a su destino, Ciel bajó primero, por suerte se quedó con las llaves de su casa, así que prosiguió a abrir la puerta con cuidado, al entrar parecía no haber nadie, pero sabía perfectamente que su madre a esa hora se encontraba en el cuarto de lavado, y efectivamente ahí estaba. Fue muy poco el tiempo que pasó afuera pero el azulino la había extrañado.

Forelsket [SebaCiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora