Recuerda tu lugar

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El ser esclavo de Casio Gajeel implicaba orden, limpieza y buena presentación. Los esclavos y siervos tenían ropas similares. Solo diferenciados por la marca de esclavitud, una especie de brazalete-candado en el brazo derecho cuya llave solo la tenía el amo. Levy no recordaba tener ropas tan bonitas. Incluso tenía una pieza extra que le cubría ambos lados de su espalda y ocultaba la cicatriz que ahí tenía. Totomaru le dio una cinta roja para su cabello y dijo que era una esclava muy guapa.

Levy entendió rápidamente sus tareas. Hacía las labores de la cocina de manera ágil. La sala de banquetes nunca estuvo más limpia ni mejor arreglada. Las arreglos florales que hacía eran hermosos y sabía perfectamente cómo hacer cada cosa que le mandaran, pero su tarea favorita era cuidar de la mascota de la casa.

El centurión había traído a una cría de pantera desde las selvas de Asia de una de sus expediciones y le puso PantherLily. Lily, para abreviar, ya estaba domesticada y bien crecida, pero era muy arisca con los otros sirvientes y esclavos, pero solo Levy pudo hacer que Lily se volviera un manso gatito. Por eso Levy era la encargada de pasearla por la ciudad, alimentarla o cepillarla.

Lo que sorprendía a todos en la casa, incluido al propio Totomaru era que ella hacía todo con alegría.
-¿Cómo puedes hacer todo tan feliz? Eres una esclava, una propiedad, un ser más bajo que un animal- le dijo Jet.

Jet era un siervo libre y el mayordomo de la casa. Él le tuvo cariño a Levy ni bien ella dejó ver su rostro y sintió la necesidad de cuidarla. Por eso le frustraba ver que ella no necesitaba ser cuidada.

-Lo único que me duele ahora, es que tú mismo me creas más bajo que un animal. Pero aunque la sociedad diga lo contrario, yo sé que valgo más que eso- Levy le miraba a la cara, pues ella solo debía agacharla ante los nobles, militares y su amo-Una vez llegaron los escritos de un hombre de Oriente a La Gran Biblioteca, decía: Si tu mal tiene cura, ¿de qué te quejas? Y si no tiene cura ¿de qué te quejas? La cura de mi mal solo está en manos de mi amo. Tengo ropa, techo y comida y agradezco a la diosa Mavis por eso. ¿Por qué me quejaría? Siempre hay alguien detrás de nosotros que es más infeliz aún.

-¿Y quien es más infeliz que tú? Tú eres una esclava-se quejó Jet.
-Por lo visto tú, que siendo libre, no logras apreciar lo que te rodea- y diciendo esto se fue a seguir con sus labores.

***

¡TOCK! ¡TOCK! ¡TOCK!
-Adelante-dijo Totomaru.
-Señor, su merienda- le dijo Levy.

Al igual que Jet, Totomaru no podía resistirse a la inocencia de Levy. Sus conocimientos en distintas materias le habían hecho famosa entre los esclavos, aunque muchos le tenían envidia. Siempre le sorprendía las historias que contaba y las soluciones que planteaba a los problemas.
-Pequeña, tengo mucho trabajo antes de darme el lujo de una merienda.

Levy dejó en una mesa cercana los platos de comida.
-Señor ¿puedo hablar?
-Levy, no es necesario que pidas permiso para hablarme.
-Lo sé, señor, pero no sé como tomará lo que le diga.
-Tus palabras, Levy, me han ayudado mucho. Habla tranquilamente.
- En India se usa en las cuentas un sistema distinto al romano, que hace cuentas con gran rapidez.
-¿Qué tan rápido?
-Puedo decirle con total seguridad que quince veces doce hacen ciento ochenta.

Totomaru se quedó sorprendido de que existiera tal sistema.
-¿Cómo conoces este método?
-Serví al jefe de La Gran Biblioteca de Alejandría desde que tuve capacidad para servir. Él me llevó una vez por India y Arabia. Estuvimos ahí por unos dos años. Él se aseguró de que yo aprendiera lo mismo que él. Lamenté mucho cuando falleció.
-¿Eras su amante?
Levy se puso roja al instante.
-Él era un hombre viejo, señor y aunque sería normal, no fui su amante. En los papeles que le dieron al comprarme consta que nunca he sido tocada por un hombre.

Totomaru se enrojeció.
-Disculpa, Levy, no quise ofenderte.
-No se preocupe, señor ¿Desea que le enseñe o no?

Levy era una maestra excelente. Totomaru se sorprendió de lo rápido que podían hacerse las cuentas con ese sistema. Pensó que hasta podría darle tiempo libre.
-Dime, Levy ¿cual será tu precio por esto?
Ella solo sonrió.
-La libertad es el sueño de todo esclavo. Pero eso usted no me lo puede dar.
-Puedo pagar por tu libertad.
-Entonces solo estaría cambiando de amo, señor.
-¿Cómo pagarte entonces?
-Solo el alumno podrá decir cuanto vale lo que le enseñó su maestro.
-¿La Gran Biblioteca?- Levy asintió- Enséñame, pequeña, aunque tengo latiendo en mi pecho el sentimiento de que nunca podré pagarte tu saber.

Pasaron los días y Levy le enseñaba el cálculo de los hindúes. Fueron ellos los que crearon el sistema que hoy se conocen como los números arábigos.

No pasó mucho para que Levy se volviera el blanco de los murmullos de los esclavos. Jenny, una de las esclavas, era la que más los incitaba. Un día reunió a varias esclavas que sentían lo mismo y, tomando por sorpresa a Levy, en la noche, la amarraron y le golpearon dicíendole:
-¡Eres solo una esclava! ¡No te sientas importante por simpatizar con el administrador! ¡Recuerda tu lugar!

La Flor de RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora