≈Capítulo 39≈

79 23 0
                                    

Sentí como me sacudían de mi hombro, pensé que estaba soñando pero no, poco a poco empecé a escuchar la voz de Annabeth más y más cerca de mi

—Andy—decía—, Andy, Andrómeda

Abrí los ojos viendo a mi rubia amiga, estaba muy despierta. Pero la tierra, estaba simbrando, todo a mi alrededor estaba moviéndose.

—Despierta a tu hermano, ahora.

Aún sintiéndome adormilada empecé a mover a mi hermano de un lado a otro.

—¡Percy, despierta!

—¡Tyson! ¡Tyson corre peligro! —dijo—. ¡Hemos de ayudarle!

—Lo primero es lo primero —replico Annabeth—. ¡Hay un terremoto!

La estancia se sacudía algo rápido.

—¡Rachel! —grito mi hermano.

Ella abrió los ojos al instante, tomó su mochila, Percy tomo mi mano y los cuatro echamos a correr. Casi habíamos llegado al túnel del fondo cuando la columna más cercana crujió y se partió. Seguimos a toda marcha mientras un centenar de toneladas de mármol se desmoronaba a nuestras espaldas.

Llegamos al pasadizo y nos volvimos un instante, cuando ya se desplomaban las demás columnas. Una nube de polvo se nos vino encima y continuamos corriendo.

—¿Sabes? —dijo Annabeth—. Empieza a gustarme este camino.

No había pasado mucho tiempo cuando divisamos luz al fondo: una iluminación eléctrica normal.

—Allí —señaló Rachel.

La seguimos hasta un vestíbulo hecho totalmente de acero inoxidable, como los que debían de tener en las estaciones espaciales. Había tubos fluorescentes en el techo. El suelo era una rejilla metálica.

Estaba tan acostumbrada a la oscuridad que me vi obligada a guiñar los ojos.

Annabeth y Rachel parecían muy pálidas bajo aquella luz tan cruda.

—Por aquí —indicó Rachel, quien echó a correr de nuevo—. ¡Ya casi hemos llegado!

—¡No puede ser! —objetó Annabeth—. El taller debería estar en la parte más
antigua del laberinto. Esto no...

Titubeó porque habíamos llegado a una doble puerta de metal. Grabada en la superficie de acero, destacaba una gran A griega de color azul.

—¡Es aquí! —anunció Rachel—. El taller de Dédalo.

****

Annabeth pulsó el símbolo y las puertas se abrieron con un chirrido.

—De poco nos ha servido la arquitectura antigua —dijo mi hermano.

Mi amiga le miró ceñuda y entramos los cuatro.

Lo primero que me impresionó fue la luz del día: un sol deslumbrante que entraba por unos gigantescos ventanales. No era precisamente lo que uno se espera en el corazón de una mazmorra. El taller venía a ser como el estudio de un artista, con
techos de nueve metros de alto, lámparas industriales, suelos de piedra pulida y bancos de trabajo junto a los ventanales. Una escalera de caracol conducía a un altillo. Media docena de caballetes mostraban esquemas de edificios y máquinas que se parecían a los esbozos de Leonardo da Vinci. Había varios ordenadores portátiles por las mesas. En un estante se alineaba una hilera de jarras de un aceite verde: fuego griego. También se veían inventos: extrañas máquinas de metal que no tenían el menor sentido para mí. Una de ellas era una silla de bronce con un montón de cables eléctricos, como un instrumento de tortura. En otro rincón se alzaba un huevo metálico gigante que tendría el tamaño de un hombre. Había un reloj de péndulo que parecía completamente de cristal, de manera que se veían los engranajes girando en su interior. Y en una de las paredes habían colgado numerosas alas de bronce y de plata.

Los Hermanos Jackson Y La Batalla Del Laberinto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora