≈Capítulo 4≈

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El joven dragón que hacía la guardia dormitaba enroscado alrededor del pino, pero alzó la cabeza cobriza cuando nos acercamos y dejó que Annabeth le rascara bajo la quijada. Enseguida soltó un sibilante chorro de humo por las narices, como un calentador de agua, y bizqueó de placer.

-Hola, Peleo -dijo Annabeth-. ¿Todo bajo control?

La última vez que habíamos visto al dragón medía dos metros de largo. Ahora tendría por lo menos el doble y el grosor del pino. Por encima de su cabeza, en la rama más baja del árbol, relucía el Vellocino de Oro, cuya magia protegía los límites del campamento de cualquier invasión. El dragón parecía tranquilo, como si todo estuviera en orden. A nuestros pies, el Campamento Mestizo, con sus campos verdes, su bosque y sus relucientes edificios blancos de estilo griego, tenía un aire la mar de pacífico. La granja de cuatro pisos que llamábamos la Casa Grande se erguía orgullosamente en mitad de los campos de fresas. Al norte, más allá de la playa, las aguas de Long Island Sound refulgían al sol.

Y no obstante... había algo raro. Se percibía cierta tensión en el aire, como si la colina misma estuviera conteniendo el aliento y esperando que sucediera algo malo.

Descendimos al valle y vimos que la temporada de verano estaba en su apogeo. La mayoría de los campistas habían llegado el viernes anterior, lo cual me hizo sentir un tanto incómoda. Los sátiros tocaban la flauta en los campos de fresas,
haciendo que las plantas crecieran con la magia de los bosques. Los campistas recibían clases de equitación aérea y descendían en picado sobre los bosques a lomos de sus pegasos. Salían columnas de humo de las fraguas y nos llegaba el martilleo de los chavales que fabricaban sus propias armas en la clase de artes y oficios. Los equipos de Atenea y Deméter estaban haciendo una carrera de carros alrededor de la pista y, en el lago de las canoas, un grupo de chicos combatían en un trirreme griego con una enorme serpiente marina de color naranja. En fin, un día típico en el campamento.

-Tengo que hablar con Clarisse -anunció Annabeth.

Annabeth siempre tenía formas de sorprenderme pero esta vez me voló los sesos con esa frase. Mi hermano la miró como si acabase de decir: «Tengo que comerme una enorme bota apestosa.»

-¿Para qué?-dijo Percy.

Clarisse, de la cabaña de Ares, era una de las personas que peor me caían. Era una abusona ingrata y malvada. Su padre, el dios de la guerra, quería matarnos. Y ella trataba de machacar a mi hermano continuamente.

Aparte de eso, una chica estupenda.

-Hemos estado trabajando en una cosa -explicó Annabeth-. Nos vemos luego.

-¿Trabajando en qué?-volvio a preguntar Percy

Annabeth volvió la vista hacia el bosque.

-Voy a comunicarle a Quirón que han llegado -dijo-. Querrá hablar con ustedes antes de la audiencia.

-¿Qué audiencia?

Ella ya había echado a correr hacia el campo de tiro al arco sin mirar atrás.

-Vale -murmuro Percy-. A mí también me ha encantado hablar contigo.

-Si...-dije haciendo una mueca-, creó que hay que irnos a dar una vuelta...

* * *

Mientras cruzabamos el campamento, fuimos saludando a algunos de nuestros amigos. En el sendero de la Casa Grande, Connor y Travis Stoll, de la cabaña de Hermes, estaban haciéndole el puente al coche del campamento. Silena Beauregard, la líder de Afrodita, nos saludó a mi hermano y a mí desde su pegaso mientras pasaba de largo. Busqué a Enebro, pero no la encontré. Finalmente, nos dimos una vuelta por el ruedo de arena, adonde suelo ir cuando estoy de mal humor. Practicar con la espada siempre me ayuda a serenarme. Será porque la esgrima es una de las cosas que sí comprendo y mi hermano me entiende en el tema compartido.

Los Hermanos Jackson Y La Batalla Del Laberinto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora