≈Capítulo 30≈

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Antes de la cena, nos pasamos un momento por la arena. La Señorita O'Leary, en efecto, estaba allí acurrucada, como una montaña negra y peluda, masticando con desgana la cabeza de un maniquí de combate.

En cuanto nos vio se puso a ladrarnos y se nos acercó dando saltos. Creí que estábamos muertos. Sólo me dio tiempo a decir «¡Vaya!» antes de que nos tiro al suelo y empezara a lamernos la cara. Normalmente, siendo como somos los hijos de Poseidón, sólo nos mojamos si quieremos, pero mis poderes al parecer no incluían la saliva de perro, porque me quedé completamente bañada en babas.

—¡Vaya, chica! —grité

—No puedemos respirar. ¡Deja que nos levantemos! —grito Percy

Finalmente, logramos quitárla de encima. Le rasqué las orejas y Percy le dio una gigantesca galleta para perros.

—¿Dónde está tu amo? —le pregunto mi hermano—. ¿Cómo es que te dejó aquí?, ¿eh?

Ella lloriqueó, como si también le hubiera gustado saberlo. Percy estaba dispuesto a creer que Quintus era un enemigo, pero aún no acababa de comprender por qué había dejado allí a la Señorita O'Leary. Si de algo estaba convencido era de que su mega perra le importaba de verdad.

Estaba pensando en ello y secándome las babas de la cara cuando oímos la voz de una chica:

—Tienes suerte de que no te haya arrancado la cabeza.

Era Clarisse, que estaba al otro lado del ruedo con su espada y su escudo.

—Vine a practicar ayer —gruñó— y trató de morderme.

—Es una perra inteligente, Ares—comenté

—Qué graciosa, Pequeña trucha

Se acercó a nosotros. La Señorita O'Leary soltó un gruñido, pero Percy le dió unas palmaditas en la cabeza y la calmó.

—Ese estúpido perro del infierno —masculló Clarisse— no va a impedirme que practique.

—Me he enterado de lo de Chris —dijo Percy—. Lo siento.

Clarisse dio unos pasos por la arena. Al pasar junto al maniquí más cercano, lo atacó con crueldad, le arrancó la cabeza de un tajo y le atravesó las tripas con la espada. Luego sacó el arma y continuó caminando.

—Ya, bueno, a veces las cosas salen mal. —Le temblaba la voz—. Los héroes quedan malheridos. Se... se mueren y los monstruos, en cambio, regresan una y otra vez.

Tomó una jabalina y la lanzó al otro extremo del ruedo. Fue a clavarse en otro maniquí, justo entre los dos orificios para los ojos del casco.

Había llamado héroe a Chris, como si nunca se hubiera pasado al bando del titán. Me recordó el modo que a veces tenía Annabeth de hablar de Luke. Decidí no mencionar el tema.

—Chris era valiente —dije—. Espero que se mejore.

Me lanzó una mirada furiosa, como si yo fuera su próxima diana. La Señorita O'Leary gruñó.

—Haganme un favor —murmuró Clarisse.

—Sí, claro.

—Si encuentran a Dédalo, no se fíen de él. No le pidan ayuda. Mátenlo, simplemente.

—Clarisse...

—Porque una persona capaz de construir una cosa como el laberinto... es la maldad en persona. La maldad sin más.

Por un instante me recordó a Euritión, el pastor, que no dejaba de ser un hermanastro suyo, aunque muchísimo más viejo. Ella también tenía una expresión muy dura en los ojos, como si la hubiesen utilizado durante los últimos dos mil años y ya estuviera harta. Envainó la espada.

—Se acabaron las prácticas. A partir de ahora va en serio.

A la mañana siguiente nos ocupamos personalmente de que la Señorita O'Leary tuviera suficientes galletas y le pedí a Beckendorf que no la perdiese de vista, cosa que no pareció hacerle mucha gracia. Pero vamos, quien le puede decir que no a una niña.

Luego cruzamos a pie la Colina Mestiza y nos encontramos en la carretera con Argos y Annabeth. Subimos a la furgoneta. Permanecimos en silencio. Argos nunca hablaba, tal vez porque tenía ojos por todo el cuerpo, incluida —según decían— la punta de la lengua, y no quería hacer alarde de ello.

Annabeth parecía mareada, como si hubiese dormido incluso peor que mi hermano.

—¿Pesadillas? —le pregunto por fin, Percy.

Meneó la cabeza.

—Un mensaje Iris de Euritión.

—¡Euritión! ¿Le ha pasado algo a Nico?—dije viendo a mi rubia amiga.

—Abandonó el rancho anoche y entró en el laberinto.

—¿Qué? ¿Euritión no intentó detenerlo?—gruñi.

—Nico se había ido antes de que despertara, Andy. Ortos siguió su rastro hasta la rejilla de retención. Euritión me ha dicho que en las últimas noches había oído a Nico hablando solo. Aunque ahora cree que hablaba con el fantasma de Minos.

—Corre un gran peligro—dijo Percy.

—Ya lo creo. Minos es uno de los jueces de los muertos, pero su crueldad es increíble. No sé lo que querrá de Nico, pero...

—No me refería a eso. He tenido un sueño esta noche... —Nos conto todo lo que le había oído decir a Luke, incluida su alusión a Quintus, y también que sus hombres habían encontrado a un mestizo que andaba solo por el laberinto.

Annabeth apretó los dientes.

—Es una noticia terrible.

—¿Qué vamos a hacer?—dije viendo a ambos.

Ella arqueó una ceja irónicamente.

—Menos mal que tu hermano tiene un plan para guiarnos, ¿no?

Los Hermanos Jackson Y La Batalla Del Laberinto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora