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Los personajes de Inuyasha no son míos, ni nunca lo serán, pertenecen a Rumiko Takahashi

Se podía distinguir entre el verde follaje un manchón rojo movilizarse a toda prisa, de repente detuvo su veloz corrida observando el pequeño campamento que había montado la azabache, todo olía a lagrimas y a tristeza, pesaban enormemente en la conciencia de Inuyasha quien dio media vuelta y se perdió nuevamente entre los árboles, sin siquiera mirar a su compañera.

La vida de la azabache había terminado desde el momento en que la dejó sola en la cueva, se encontraba como una muerta que caminaba sin deseos. Se sentó en una roca acariciando su vientre aún plano y suspiró.

– Perdóname hijo por estar tan triste – musitó la azabache con lágrimas en los ojos – ahora viviré solo para ti, ya veras que mami pronto estará bien – pronunciaba acariciando maternalmente su vientre. – Papi también te ama mucho solo…solo…que – intentó terminar la frase pero no pudo por lo que tomó su rostro en sus manos llorando desgarradoramente, no podía recordarlo, lo extrañaba tanto, era una mentira ella nunca más estaría bien Inuyasha se había llevado su corazón y por más que ella quisiera volver a ser feliz y estar bien por su hijo, no lo conseguía. Sintió unos brazos rodearle desde atrás en un abrazo cálido y unas pequeñas manos acariciarle el cabello.

– No llores más Kagome – pidió una Sango preocupada, no le hará bien al pequeño –murmuró.

– Lo sé Sango pero…pero no puedo dejar de sentirme triste – musitó la azabache – son solo síntomas del embarazo me pondré bien – aseguró brindándole una sonrisa fingida. Ella no contó a nadie que había visto a Inuyasha, temía que todos la tomaran por loca.

– Come – ordenó Sango acercándole una fuente con comida. Kagome no tenía nada de hambre pero debía comer para su hijo por lo que se obligó y comió mecánicamente, medio plato completamente asqueada.

– Gracias – musitó acercándole el recipiente, Sango solo le respondió con una radiante sonrisa antes de tomar el recipiente y alejarse rumbo a la cabaña que ahora compartía con Miroku. – Será mejor que vuelva a mi época – pensó Kagome, no quería hablar con nadie, pero estar sola le hacía pensar tonterías y que mejor compañía que la de sus seres queridos, recogió sus cosas, ya no tenía sentido estar allí, el ya no volvería por ella. Tomó su gran mochila azul y se lo puso en el hombro y caminó a pasos lentos rumbo al poso.

Los días se hacían interminables para Kagome que intentaba ponerse feliz con los avances de su embarazo, se había hecho la primera ecografía y no paró de llorar al ver a su hijito tan pequeño y ella haciéndole tanto daño, de tanta tristeza había tenido dos amenazas de aborto en dos semanas que había estado en su época, sentía que moriría si perdía a su hijo.

Subió las escaleras lentamente, parecía que el hanyou absorbió con su partida todas sus energías, se miró al espejo, se encontraba ojerosa su cabello recogido en una coleta baja y traía puesto el traje negro obsequio de Inuyasha, tenía abultado levemente el vientre, su hijo ya había pasado los tres meses de gestación. Acarició lentamente su vientre y a pesar de todo sonrió.

– Te amo hijo – pronunció mirándose fijamente el vientre.

Se oyeron algunos ruidos raros abajo que llamaron la atención de Kagome quien escucho y se acercó temerosa a la ventana pero no vio a nadie, se volvieron a escuchar esos ruidos, parecían como si se hubiera caído algo al suelo.

como controlar a un inuhanyo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora