Capitulo 3

470 82 21
                                    

Axel
6 años atrás.

Habían pasado varios días desde que llegué a vivir a esta porquería de lugar. Había comenzado el verdadero infierno de lo que era ser un ciego.

Las críticas comenzaron, los murmullos no cesaban y las burlas por parte de los otros críos de este lugar cada vez se hacían más frecuentes.

Trataba de aceptar que ahora este era mi estilo de vida, trataba de creer que aprendería a convivir con esto que ya era parte de mi. Juro que lo trataba. Pero todo se tornaba difícil cuando tenía personas de mierda llenando mi mente a cada segundo con sus palabras basuras.

Hoy era uno de esos días dónde me sentía cansado de mi, y de la vida. De esos dónde sentía la necesidad de querer acabar con esta tortura llamada vivir.

Dolía respirar, dolía existir. Dolía aún más cuando sabía que me había convertido en un ser inservible, incapaz de comer o siquiera poder caminar hasta la cama solo.

Lágrimas salían de mis ojos, mientras por mi mente pasaban imágenes de lo que alguna vez fuí, y jamás volvería a ser.

Las personas que trabajaban en esta casa, no tenían idea de cómo ayudarme. Solo servían para hablarme y tratarme con lastima. No podía verla reflejada en sus rostros, pero si era capaz de sentirla. Las vibras no mienten, y yo creía en ellas.

Mis días aquí consistían en despertar, esperar que alguien viniera y me guiara al cuarto de baño mientras me indicaba dónde se encontraba cada cosa para poder realizar mi aseo personal. Luego me sacaban a tomar aire fresco, mientras me imaginaba lo hermoso que podía estar el paisaje en dicho día.

La imaginación tiene poder, y ahora más que nunca lo entendía.

El momento de comer con los otros críos era momento de ser usado a sus antojos. Tiraban comida a mi ropa, y seguían haciendo sus comentarios como los de este día cuando me decían mientras comían: "El ciego no puede comer" "El ciego es una nenita" "No puede hacer nada solo, que asco".

Nunca deje que nadie me tratara mal, siempre me creí capaz de poder defenderme de las escorias que habitaban este mundo. ¿Por qué ahora no hacía nada? ¿Por qué de repente me quedaba callado? No lo sabía.

Me había convertido en lo que siempre más odié. En un cobarde.

Odiaba cada segundo que pasaba en este lugar. Odiaba no tener la posibilidad de siquiera ser adoptado para poder escapar de aquí. ¿Quien querría un ciego, siendo un estorbo en su vida? Nadie.

Era de noche, y me encontraba inmóvil en la cama que me habían dado. Haciendo lo que mejor sabía hacer durante los últimos días, pensar.

- El marica ya está llorando otra vez, chicos.- Pude escuchar que decía la voz de uno de los críos con los que compartía habitación.

La mujer a la que había bautizado como la loca, me había dicho que eran 15 críos los que vivían aquí. Todos amables, cariñosos y buenas personas. Pero yo aún no había encontrado donde tenían todas esas cualidades que ella había mencionado, porque desde que había llegado no recibía más que solo insultos y burlas de sus partes.

Es cierto eso de que las apariencias muchas veces engañan. Talvez ella se dejaba llevar por la máscara de bondad que estos idiotas le mostraban, pero lo cierto es que todos ellos tenían podrida sus almas. Y así como ellos, eran muchísimas las personas que habitaban este mundo.

Escondidos tras una máscara de bondad, y con el alma llena de maldad.

La voz de otro de los críos me sacó de mis pensamientos.

Valiente © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora