Narra Raquel:
Volvimos lentamente de la dimensión en la que estuviéramos, con las extremidades enredadas en las sábanas, y hablamos durante horas sobre nuestro día, sobre la reunión con Gugliotti, sobre la cena y la noche con mis amigas. Hablamos de la mesa que habíamos roto y de que solo llevaba ropa interior para una semana, así que no podía romperme más.
Hablamos de todo excepto de la confusión que yo sentía en lo más profundo de mi corazón. Le pasé un dedo por el espacio de sus pechos y ella me detuvo con su mano y se lo llevó a los labios.
—Es agradable hablar contigo —dijo, reí y le aparté el pelo de la frente.
—Hablas conmigo todos los días. Y cuando digo hablar quiero decir gritar. Chillar. Dar portazos. Hacer muecas.—Me fue dibujando espirales sobre el estómago con los dedos para distraerme.
—Ya sabes lo que quiero decir.—Lo sabía. Sabía exactamente lo que quería decir y quería encontrar una forma de alargar aquel momento, justo así cómo estábamos, hasta la eternidad.
—Cuéntame algo entonces.—ella me miró a la cara, sonriendo un poco nerviosa.
—¿Qué quieres saber?
—¿La verdad? Creo que quiero saberlo todo. Pero empecemos por algo sencillo. Hazme el historial de las mujeres de Alicia.—Se pasó un largo dedo por la frente.
—Algo sencillo —repitió con una risa—. Yaaaa. —Carraspeó y después me miró—. Unas cuantas en el instituto, unas cuantas en la universidad, unas cuantas en el máster. Unas cuantas después de eso. Y después una relación estable cuando viví en Francia.
—¿Detalles? —Enredé un mechón de pelo alrededor del dedo, esperando que eso no fuera a presionarla mucho. Pero para mi sorpresa me respondió sin vacilar.
—Se llamaba Silvie. Era abogada en un pequeño bufete de París. Estuvimos juntas tres años y rompimos unos meses antes de que volviera a casa.
—¿Por eso decidiste volver?—Elevó la comisura de la boca en una sonrisa.
—No.
—¿Te rompió el corazón?—Su sonrisa se convirtió en una sonrisita burlona dirigida a mí.
—No, Raquel.
—¿Le rompiste tú el suyo? —¿Por qué le estaba preguntando aquello? ¿Es que quería que me dijera que sí? Sabía que era capaz de romperle el corazón a alguien. Y estaba bastante segura de que acabaría rompiéndome el mío.
Ella se acercó para besarme, atrapándome el labio inferior antes de susurrarme.
—No. Ambos pensamos que aquello ya no funcionaba. Mi vida sentimental ha estado totalmente exenta de dramas. Hasta que llegaste tú.—Reí.
—Me alegro de haber cambiado a la patróna.—Sentí su risa en las vibraciones que recorrieron mi piel y ella me besó el cuello.
—Vaya que si lo has hecho. —Sus largos dedos bajaron hasta mi estómago, mis caderas y finalmente entre mis piernas—. Tu turno.
—¿De tener un orgasmo? Sí, por favor.— ella rodeó perezosamente con un dedo mi clítoris antes de deslizarlo en mi interior. Conocía mi cuerpo mejor que yo. ¿Cuándo había ocurrido eso?
—No —murmuró—. Tu turno de contar historial.
—No puedo pensar en nada cuando estás haciendo eso.—Con un beso en el hombro apartó la mano y la puso sobre mi estómago, volviendo a describir círculos.
Hice un mohín pero ella lo ignoró y se puso a observar los dedos que tenía sobre mi cuerpo.
—Dios, ha habido tantos hombres… No sé por dónde empezar.
—Raquel… —dijo en tono de advertencia.
—Un par en el instituto, una en la universidad.
—¿Solo has tenido relaciones sexuales con tres hombres?—Me aparté para mirarla.
—Einstein, he tenido relaciones con «dos» hombres y una con una mujer, luego tu.—Una sonrisa satisfecha apareció en su cara.
—Cierto. ¿Y soy la mejor por un margen vergonzosamente grande?
—¿Lo soy yo?—Su sonrisa desapareció y parpadeó sorprendida.
—Sí.
Era sincera. Y eso hizo que algo dentro de mí se derritiera hasta producirme un breve ronroneo cálido. Extendí la mano para cogerle la barbilla intentando ocultar lo que esa información me estaba haciendo.
—Bien.
Le besé el hombro y gemí contenta. Me encantaba su sabor y oler ese aroma a salvia y a limpio. Metí los dedos entre su pelo y tiré hacia atrás para poder morderle la mandíbula, el cuello y los hombros. Ella se quedó muy quieta, un poco incorporada por encima de mí y sin devolverme los besos.
¿Qué demonios…?
Inhaló para hablar y después cerró la boca de nuevo. No sé cómo, pero logré apartar la boca de ella lo justo para pronunciar:
—¿Qué?
—Me acabo de dar cuenta de que crees que soy una mujeriega empedernida, pero me importa.
—¿Qué te importa?
—Quiero oírtelo decir.
La miré y ella me devolvió la mirada y sus iris empezaron a tornarse de ese tono verde tirando a castaño que sabía que se le ponía cuando se enfadaba. Revisé mentalmente los últimos minutos intentando entender de qué estaba hablando.
Oh.
—Oh, sí.—Juntó las cejas.
—¿Sí qué, señorita Murillo?—
El calor me llenó. Su voz sonó diferente al decir eso. Brusca. Exigente. Y tremendamente sexy.
—Sí, tú eres la mejor por un margen vergonzosamente grande.
—Eso está mejor.
—Al menos hasta ahora.—ella rodó para ponerse encima de mí, me agarró las muñecas y me las sujetó por encima de la cabeza.
—No me provoques.
—¿Que no te provoque? Por favor… —le dije casi sin aliento. Su intimida me rozaba el la cara de mi muslo izquierdo. La quería más arriba, empujando hacia mi interior—. Provocarnos es prácticamente todo lo que hacemos.
Como si quisiera demostrar que estaba equivocada, colocó sus manos a cada lado de mi rostro apoyándose en la cama, tirando de mi pierna para que le rodeara la cadera con ella y comenzó a frotar nuestros sexos mojados, se quedó muy quieta por un momento, mirándome. Su labio superior se elevó un poco.
—Muévete por favor —le susurré.
—¿Eso te gustaría?
—Sí.
—¿Y si no lo hago?—Me mordí el labio e intenté mirarla fijamente.
—Eso es una provocación —dijo en un gruñido, sonriendo.
—¿Por favor? —Intenté mover las caderas, pero ella siguió mis movimientos para que no pudiera conseguir ninguna fricción.
—Raquel, yo nunca te provoco. Yo te follo hasta que te dejo casi sin sentido.—Reí y vi que se le cerraban los ojos porque mi cuerpo le apretaba aún más.
—Aunque no es que tuvieras mucho sentido en la cabeza ya de principio —dijo mordiéndome el cuello—. Ahora dime lo bien que te hago sentir. —Algo en su voz, cierta vulnerabilidad o una forma de bajar el tono al final de la frase, me dijo que no estaba solo jugueteando.
—Nunca nadie me había hecho correrme antes. Ni con las manos, ni con la boca, ni con ninguna otra cosa.—
Había estado manteniendo la inmovilidad hasta entonces, aunque los signos de esfuerzo para lograrlo eran evidentes; le temblaban los hombros y respiraba entrecortadamente, como si todo su cuerpo quisiera explotar en una enorme maraña entre las sábanas. Pero cuando dije eso, se quedó completamente helada.
—¿Nadie?
—Solo tú. —Me estiré para darle un mordisco en la mandíbula—. Yo diría que eso te da cierta ventaja.
Ella dijo mi nombre en una exhalación cuando sus caderas empezaron a moverse adelante y atrás. Y otra vez. La conversación había terminado; su boca encontró la mía, y después mi barbilla, mi mandíbula y mis orejas. Su mano subió por mi costado, mi pecho y finalmente hasta mi cara.
Creí que las dos estábamos perdidos en el ritmo; pude sentir el clímax más allá de mí pero muy cerca y le clavé ambos talones en el trasero porque necesitaba que se moviera más y más rápido, necesitaba todo de ella. Pero entonces me susurró:
—Ojalá lo hubiera sabido.
—¿Por qué? —conseguí preguntar en una exhalación que apenas hizo llegar el sonido a mis labios. «Más rápido», le pedía a gritos mi cuerpo. «Más.»—. ¿Es que eso cambiaría de alguna forma lo imbecil que eres?— ella me apartó las piernas, me giró y me puso de rodillas.
—No lo sé. Solo me gustaría haberlo sabido —gruñó empezando a embestirme de nuevo—. Dios. Tan profundo.
Sus movimientos eran tan fluidos que era como el agua danzarina y ondeante, como un rayo de sol que se colara en la habitación. Los muelles del colchón se quejaron debajo de nosotros y la fuerza de sus embestidas me empujaba hacia el cabecero de la cama.
—Casi. —Me aferré a las sábanas mientras suplicaba en mi interior que siguiera—. Casi. Más fuerte.
—Joder.—Sincronizaba un movimiento con el anterior porque sabía que había llegado al punto en el que no podía cambiar nada—.
Su cara, su pelo, su voz, su olor… Cada parte de su cuerpo me llenó la mente cuando obedientemente llegué al clímax debajo de ella.
Sus embestidas eran salvajes; entonces todos los músculos se le quedaron helados antes de fundirse contra mi cuerpo. «Joder, joder joder…» murmuró en mi pelo antes de quedarse en silencio y dejar todo su cuerpo aún encima de mí.
El aire acondicionado se encendió con un zumbido constante. Cuando consiguió recuperar el aliento, Alicia se apartó de mí y me pasó la mano por la espalda sudada.
—¿Raquel?
—¿Hummm?
—Quiero más que esto. —Su voz sonaba tan ronca y pastosa que ni siquiera estaba segura de que estuviera despierta del todo.
Me quedé helada y mis pensamientos explotaron formando un terrible caos.
—¿Qué acabas de decir?—Abrió los ojos con un esfuerzo evidente y me miró.
—Quiero estar contigo.—Me incorporé sobre un codo y la miré, totalmente incapaz de extraer una sola palabra de mi cerebro.
—Tengo mucho sueño. —Se le cerraron los ojos y me puso un brazo pesado alrededor para atraerme hacia ella—. Ven aquí, cariño. —Metió la cara en mi cuello y murmuró—: No pasa nada si tú no quieres. Aceptaré cualquier cosa que me des. Solo déjame quedarme aquí hasta mañana, ¿vale?
De repente yo estaba totalmente despierta, mirando fijamente a la pared oscura y escuchando el zumbido del aire acondicionado. Me aterraba que eso lo cambiara todo y más aún que ella no supiera lo que estaba diciendo y que eso no cambiara nada.
—Vale —le susurré a la oscuridad al oír que su respiración se ralentizaba hasta adoptar el ritmo constante del sueño.
Rodé y abracé una almohada contra mi cuerpo, buscando algo de consuelo. Su olor no me dejaba dormir, pero las sábanas frías del otro lado de la cama me decían que estaba sola. Miré hacia la puerta del baño, intentando centrarme en cualquier ruido que se oyera desde el interior, pero no había ninguno.
Seguí tumbada allí, agarrando la almohada mientras se me iban cayendo los párpados. Quería esperarla. Necesitaba el consuelo de su cuerpo caliente al lado del mío y el contacto de sus fuertes brazos rodeándome. Me la imaginé abrazándome, susurrándome que esto era real y que nada iba a cambiar por la mañana. No pasó mucho tiempo antes de que los ojos se me cerraran y volviera a un sueño incómodo.
Algo más tarde volví a despertarme, sola de nuevo. Me moví para mirar la hora: eran las 5.14 de la madrugada.
«¿Qué?»
ESTÁS LEYENDO
Mi Secretaria 🔞
FanfictionRaquel se ha relacionado con la familia Sierra desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales, rápidamente recurre a la compañía Sierra media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar p...