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narra Alicia:

La observé mientras varias expresiones cruzaban su cara: vergüenza, irritación y después... ¿curiosidad? Conseguí distinguir vagamente la voz de un hombre al otro lado y sentí que la troglodita de mi interior se despertaba de nuevo. ¿Quién demonios la estaba llamando?
De repente ella entornó los ojos y algo en mi interior me dijo que debería ponerme nerviosa.

—Bueno, muchas gracias por decírmelo. Sí. Sí, lo haré. Vale. Sí, te llamaré cuando me decida. Gracias por llamar, Suarez.

¿Suarez? «El cabrón de Suarez».
Ella colgó y volvió a meter el teléfono en el bolso lentamente. Mirando al suelo negó con la cabeza y se le escapó una breve carcajada antes de que una sonrisa malévola apareciera en sus labios.

—¿Hay algo que quiera decirme, señorita Sierra? —me preguntó dulcemente y no sé por qué eso me puso aún más nerviosa. Rebusqué en mi cerebro, pero no se me ocurría nada. «¿De qué estará hablando?»

—He tenido una conversación de lo más extraña —me dijo—. Parece que Suarez ha comprobado su correo esta mañana y tenía una confirmación de entrega de sus flores. ¿Y a que no sabes lo que decía en ella?

Ella se acercó un paso hacia mí e instintivamente yo di un paso atrás. No me gustaba la dirección que estaba tomando aquello.

—Parece que alguien firmó la entrega.

«Oh, mierda».

—El nombre que había en la confirmación era Alicia Sierra.

«Jo-der». ¿Por qué demonios firmé con mi nombre? Intenté pensar una respuesta, pero de repente tenía la mente en blanco. Obviamente mi silencio le dijo a ella todo lo que necesitaba saber.

—¡Hija de puta! Firmaste la entrega y después me mentiste. —Me dio un empujón por los hombros—. ¿Por qué has hecho eso? —Tenía la espalda contra la pared y buscaba frenéticamente una salida alternativa.
    
—Yo... ¿qué? —balbuceé. Parecía que el corazón se me iba a salir del pecho.
 
 —En serio. ¿Por qué demonios lo has hecho?

 Necesitaba una respuesta, decidí que probablemente lo mejor era confesar.

—No lo sé, ¿vale? —le grité—. Solo es que... ¡joder!

 Ella sacó su teléfono y pareció mandar un mensaje a alguien.

—¿Qué haces? —pregunté.

 —No es que sea asunto tuyo, pero le estoy diciendo a Agatha que siga sin mí. No pienso salir de aquí hasta que me digas la verdad. —Me miró fijamente y sentí la furia que la estaba consumiendo.

Pensé durante un segundo en decirle a Macarena lo que estaba pasando, pero ella me había visto salir detrás de Raquel; seguro que se lo había imaginado para entonces.

 —¿Y bien? — La miré a los ojos y dejé escapar un profundo suspiro. No había forma de que yo pudiera explicarlo sin que pareciera que había perdido la cabeza.
    

—Vale, sí, yo las recogí. —Se me quedó mirando con la respiración acelerada y los puños cerrados con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
    
—¿Y?
   
 —Y... las tiré. —Mientras estaba allí de pie delante de ella me di cuenta de que me merecía toda su furia. Había estado siendo injusta. No le estaba ofreciendo nada pero seguía poniéndome en el camino de alguien que podría hacerla feliz.

 —Joder, eres increíble —dijo entre dientes. Supe que estaba haciendo todo lo que podía para no lanzarse hacia mí y darme una paliza. —Explícame por qué hiciste eso —añadió. Y ahí llegaba la parte que no sabía explicar.

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora