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Narra Alicia:

Tenía experiencia con negociaciones, negativas y regateos, pero ahí estaba, en la desconocida posición de haber puesto todas mis fichas en juego, pero como se trataba de Raquel, no me importaba. En ese caso yo iba con todo.
    
—¿Tienes ganas de llegar a casa? Han sido casi tres semanas fuera.—
    
Ella se encogió de hombros mientras tiraba de mis bragas sin la más mínima ceremonia y me acariciaba con su cálida mano con una familiaridad que hacía que se me despertaran lugares hasta entonces desconocidos.
    
—Me lo estoy pasando bastante bien aquí, ¿sabes?—Yo me fui demorando en cada botón de la blusa, besándole cada centímetro de piel cuando se mostraba ante mí.
   
 —¿Cuánto tiempo tenemos para jugar antes de nuestro vuelo?
    
—Trece horas —me dijo sin mirar el reloj. La respuesta había sido muy rápida y por la forma en que sentí su piel cuando metí dos dedos bajo su ropa interior, no parecía que estuviera deseando dejar esa habitación de hotel pronto.
    
Le rocé los muslos con los dedos, jugué con su lengua y me froté contra su pierna hasta que sentí que se arqueaba hacia mí. Me rodeó la cintura con las piernas y extendió las manos sobre mi pecho, decidida a hacerla correrse tantas veces como pudiera antes de que saliera el sol.
    
Para mí no había nada más en el mundo que su piel suave y resbaladiza y el cálido aire que proyectaban sus gemidos en mi cuello. Una y otra vez me moví encima de ella, enmudecido por mi propia necesidad, perdida en ella. Sus caderas se movían al mismo ritmo que las mías y levantaba la espalda para apretar sus pechos contra mí. Quería decirle: «Esto, lo que tenemos, y es lo más increíble que he sentido en toda mi vida. ¿Tú lo sientes también?».
    
Pero no tenía palabras. Solo instinto y deseo y el sabor de ella en mi lengua y el recuerdo de su risa resonando en mis oídos. Quería que ese sonido no dejara de reproducirse. Lo quería todo de ella: ser su amante, su compañera para las peleas y su amiga. En esa cama podía serlo todo.
    
—No sé cómo hacer esto —dijo en un momento extraño; a punto de llegar al orgasmo y aferrándose a mí tan fuerte que creí que me iba a dejar cardenales. Pero supe a lo que se refería porque era algo doloroso estar tan llena de esa necesidad y no tener ni idea de cómo iban a salir las cosas. La quería de una forma que me hacía sentir como si en cada segundo estuviera saciada y a la vez muerta de hambre… y mi cerebro no sabía que hacer con todo aquello. En vez de responderle o decirle lo que pensaba que podíamos hacer, le besé el cuello, apreté los dedos sobre la suave piel de su cadera y le dije:
    
—Yo tampoco, pero no estoy preparada para dejarlo pasar tan pronto.
    
—Me siento tan bien… —Susurró contra mi garganta y yo gruñí en una agonía silenciosa, evidentemente incapaz de lograr encontrar algo coherente como respuesta.
    
Tenía miedo de acabar aullando.La besé. La empujé aún más contra el colchón.
    
Ese éxtasis desgarrador siguió durante mucho tiempo. Su cuerpo se elevaba para encontrarse con el mío y su boca, húmeda, ávida y dulce, no dejaba de morderme.
    
Me desperté cuando alguien me arrancó la almohada de debajo de la cabeza y Raquel murmuró algo incoherente sobre espinacas y perritos calientes.
    
Estaba hablando en sueños aquella inquieta acaparadora de la cama.
    
Le pasé una mano ansiosa por el trasero antes de volverme para mirar el reloj. Solo eran un poco más de las cinco de la mañana, pero sabía que teníamos que levantarnos pronto para poder llegar al vuelo de las ocho. Por mucho que odiara dejar nuestro pequeño y feliz antro de perversión, no había trabajado nada mientras estábamos allí y estaba empezando a sentirme cada vez más culpable por la carrera que había dejado a un lado. Durante la última década, mi trabajo había sido mi vida, y aunque cada vez estaba más cómoda con el devastador efecto que Raquel tenía sobre mi equilibrio, tenía que volver a centrarme. Era hora de volver a casa, recuperar mi papel de jefa y triunfar de nuevo.
    
El sol de primera hora de la mañana se filtraba por la ventana e inundaba su piel pálida con una luz azul grisáceo. Estaba tumbada de costado y enroscada, de cara a mí, con el pelo oscuro enmarañado sobre la almohada que tenía detrás de ella y la mayor parte de la cara oculta por mi almohada.
    
Podía entender sus dudas a la hora de decidir cómo iba a funcionar nuestra relación cuando volviéramos a la realidad. La burbuja de San Diego había sido fantástica, en parte porque allí no se daban ninguno de los aspectos que hacían que nuestra relación fuera complicada: su trabajo en Sierra Media, mi papel en el negocio familiar, su beca, nuestras actitudes independientes que chocaban. Aunque quería presionarla para definir lo que había entre nosotras y establecer expectativas para que no nos hundiéramos, su enfoque, más a favor de ir probando, era probablemente el correcto.
    
No nos habíamos molestado en recoger las mantas y volverlas a poner en la cama después de haberlas tirado al suelo la noche anterior, así que tuve la oportunidad de quedarme mirando su cuerpo desnudo. Sin duda podía acostumbrarme a despertarme con esa mujer en mi cama.
    
Pero por desgracia no teníamos una mañana libre por delante. Intenté despertarla poniéndole la mano en el hombro, después le di un beso en el cuello y por fin un fuerte pellizco en el trasero.
    
Ella estiró la mano y me dio un cachete fuerte en el brazo antes de que me diera tiempo de apartarme. Y eso que no estaba segura de que estuviera despierta del todo.
    
—Gilipollas.
    
—Deberíamos levantarnos y ponernos en marcha. Tenemos que estar en el aeropuerto dentro de poco más de una hora.
    
Raquel se movió y me miró, con las arrugas de la almohada marcadas en la cara y los ojos desenfocados. No se molestó en cubrirse el cuerpo como lo había hecho la primera mañana, pero la sonrisa que mostraba no era radiante.
   
 —Vale —dijo, se sentó, bebió un poco de agua y me dio un beso en el hombro antes de salir de la cama.
    
Observé su cuerpo desnudo mientras caminaba hacia el baño, pero ella no me miró. No necesitaba exactamente un polvo mañanero rápido, pero no me habría importado una sesión de caricias o una charla todavía tumbados en la cama.
    
«Creo que no debería haberle pellizcado el trasero».
    
Cuando terminé de recoger mis cosas, todavía no había salido, así que me acerqué y llamé a la puerta del baño.
    
—Voy a mi habitación a ducharme y hacer la maleta.
    
Ella se quedó en silencio unos segundos.
    
—Vale.
    
—¿No me puedes decir algo más que «vale»?
    
Su risa me llegó desde el otro lado de la puerta.
    
—Creo que antes te he llamado «gilipollas».—Sonreí.
    
Pero cuando abrí la puerta para marcharme, ella abrió la puerta del baño y salió para caer directamente en mis brazos, rodeándome con su cuerpo y apretando la cara contra mi cuello. Todavía estaba desnuda y cuando levantó la vista, sus ojos parecían un poco enrojecidos.
    
—Lo siento —dijo besándome la mandíbula antes de acercar la cara para darme un beso largo y profundo—. Es que me pongo nerviosa antes de volar.
    
Se volvió y entró en el baño antes de que pudiera mirarla a los ojos para averiguar si me estaba diciendo la verdad.
    
La habitación de al lado se veía extrañamente inmaculada, incluso para una cadena de hoteles de categoría. No necesité mucho tiempo para hacer la maleta y menos para ducharme y vestirme. Pero algo evitó que volviera a la habitación de Raquel tan pronto. Era como si ella necesitara un poco de tiempo allí a solas para librar la batalla silenciosa que se estuviera produciendo en su interior. Para mí era obvio que ella estaba atravesando un conflicto, pero ¿hacia dónde se decantaría al final? ¿Decidiría que quería intentarlo? ¿O decidiría que no era posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y nosotras?
    
Cuando mi impaciencia superó a mi caballerosidad, saqué mi maleta al pasillo y llamé a su puerta.Ella la abrió vestida como una
pin up caracterizada de mujer de negocios traviesa y me llevó un siglo subir desde sus piernas hasta sus pechos y por fin a su cara.
    
—Hola, preciosa.—Ella me dedicó una sonrisa tímida.
    
—Hola.
   
 —¿Lista? —pregunté pasando a su lado para coger su maleta. La manga de mi chaqueta le rozó el brazo desnudo y antes de que pudiera entender del todo lo que estaba pasando, ella me había agarrado de la camisa y se la había enredado en el puño. Un segundo después tenía la espalda contra la pared y su boca sobre la mía. Me quedé helada por la sorpresa.
    
—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.
    
Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la camisa y gimió dentro de mi boca cuando sintió mi intimidad caliente contra su pelvis. Sus hábiles dedos me sacaron la camisa y después la tiro al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un vuelo.
    
—Raquel —dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo, no tenemos tiempo para esto.
    
—No me importa. —Ella no era más que dientes y labios, lametones por todo mi cuello, manos ávidas bajandome el cierre y acariciando mi sexo.
    
Solté una maldición entre dientes, completamente incapaz de resistirme a la forma en que me agarraba a través de las bragas ni a su forma exigente de apartarme y quitarme la ropa.
    
—Joder, Raquel, has perdido la cabeza, estás salvaje.
    
La giré y ahora fue su espalda la que estaba contra la pared. Le metí la mano debajo de la blusa y le aparté a un lado sin miramientos una copa del sujetador. Su necesidad era contagiosa y mis dedos recibieron encantados el endurecimiento de sus pezones y la curva firme de su pecho que ella apretaba contra mi palma. Bajé la mano y le subí la falda hasta la cadera, le bajé la ropa interior que ella apartó a un lado con el pie.
   
 —Dime que me deseas —me dijo. Las palabras salían a la vez que sus exhalaciones y eran prácticamente solo aire. Estaba temblando y tenía los ojos fuertemente cerrados.
    
—No tienes ni idea. Quiero todo lo que me quieras dar.
    
—Dime que podemos hacer esto. —Me bajó subió la falda a la cintura y me bajó las bragas por debajo de las rodillas y me rodeó la cintura con las piernas a la vez que me clavaba el tacón del zapato en el trasero. Cuando mi intimidad y la de ella se tocaron, metí mi manos entres las dos y la penetre con dos dedos se deslizó contra ella, entrando solo un poco, le cubrí la boca porque dejó escapar una especie de lamento, casi un gemido.
    
O un sollozo.
    
Me aparté para mirarle la cara. Tenía lágrimas cayéndole por las mejillas.
    
—¿Raquel?
    
—No pares —me dijo con un hipo, inclinándose para besarme el cuello. Escondiéndose. Intentó meter una mano entre los dos para cogerme. Era una extraña forma de desesperación. Ambas habíamos probado los polvos frenéticos y rápidos escondidas en alguna parte, pero esto era algo completamente diferente.
    
—Para. —La empujé, incrustándola contra la pared—. Cariño, ¿qué estás haciendo?
    
Por fin abrió los ojos, fijos en el cuello de mi camisa. Me soltó un botón y después otro.
    
—Solo necesito sentirte una vez más.
    
—¿Qué quieres decir con «una vez más»?—Ella no me miró ni dijo nada más.
   
 —Raquel, cuando salgamos de esta habitación podemos dejarlo todo aquí. O podemos llevarnos todo lo que hay con nosotras. Creo que podemos arreglárnoslas… Pero ¿tú también lo crees?
    
Ella asintió mordiéndose el labio con tanta fuerza que ya lo tenía blanco. Cuando lo soltó, se volvió de un rojo tentador y decadente.
    
—Eso es lo que quiero.
    
—Te lo he dicho, quiero más de esto. Quiero estar contigo. Quiero ser tu amante —le juré mientras me pasaba las manos por la cara—. Me estoy enamorando de ti, Raquel.
    
Ella se inclinó, riendo, y el alivio se sintió en todo su cuerpo. Cuando se puso de pie, me acercó otra vez y apretó los labios contra mi mejilla.
    
—¿Lo dices en serio?
    
—Totalmente en serio. Quiero ser la único tía que te folla contra las ventanas y también la primera persona que veas por la mañana a tu lado… después de haberme robado la almohada. También me gustaría ser la persona que te traiga a ti polos de lima cuando hayas comido sushi en mal estado. Solo nos quedan unos meses en los que esto puede ser potencialmente complicado.
    
Con mi boca sobre la suya y las manos agarrándole la cara, creo que por fin empezó a entender.
    
—Prométeme que me llevarás a la cama cuando volvamos —me dijo.
    
—Te lo prometo.
    
—A tu cama.
    
—Joder, sí, a mi cama. Tengo una cama enorme con un cabecero al que puedo atarte y azotarte por ser tan idiota.
    
Y en ese momento los dos éramos totalmente perfectas. En el pasillo, le di un beso final en la palma, dejé caer su mano y abrí la marcha hacia el vestíbulo.

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora