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narra Alicia:

Pánico. La emoción que me atrapó mientras me apresuraba —casi corría— hacia mi despacho, solo podía describirse como puro pánico. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Estar a solas con ella en esa pequeña prisión de acero (su olor, sus sonidos, su piel) hacía que mi autocontrol se evaporara. Era una perturbada. Esa mujer tenía una influencia sobre mí que no había experimentado nunca antes.

Por fin en la relativa seguridad de mi despacho, me dejé caer en el sofá de cuero. Me incliné hacia delante y me tiré con fuerza del pelo deseando calmarme y que mi excitación bajara.
Las cosas iban de mal en peor. 

Había sabido desde el primer minuto en que me recordó la reunión de la mañana que no había forma de que fuera capaz de formar un pensamiento coherente, mucho menos dar una presentación entera, en esa maldita sala de reuniones. Y podía olvidarme al sentarme en esa mesa. Entrar allí y encontrármela apoyada contra el cristal, enfrascada en sus pensamientos, fue suficiente para que me calentara otra vez.

Me había inventado una historia inverosímil sobre que la reunión se iba a celebrar en otra planta y ella se había enfadado conmigo por ello. ¿Por qué siempre se enfrentaba a mí? Pero me ocupé de recordarle quién estaba al mando. De todas formas, como en todas las discusiones que hemos tenido, ella encontró la forma de devolvérmela.

Me sobresalté al oír un estruendo en la oficina exterior. Seguido de un golpe. Y después otro. ¿Qué demonios estaba pasando ahí? Me levanté y me encaminé a la puerta y al abrirla me encontré a la señorita Murillo dejando caer carpetas en diferentes montones. Crucé los brazos y me apoyé contra la pared, observándola durante un momento. Verla tan enfadada no mejoraba el problema que tenía entre las piernas lo más mínimo.

—¿Le importaría decirme cuál es el problema?— Ella levantó la vista para mirarme de una forma que parecía que me acabara de salir una segunda cabeza.

—¿Se te ha ido la cabeza?—

—No, ni lo más mínimo.—

—Pues perdóname si estoy un poco tensa —dijo entre dientes cogiendo una pila de carpetas y metiéndolas sin miramientos en un cajón.

—A mí tampoco me encanta la idea de...

—Alicia —saludó mi padre al entrar con paso vivo a mi despacho—. Muy buen trabajo el de la sala de reuniones. Andres y yo acabamos de hablar con Dorothy y Troy y los dos estaban... —Se quedó parado y mirando a donde estaba la señorita Murillo, agarrándose al borde de la mesa con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—Raquel, querida, ¿estás bien?

Ella se irguió y soltó la mesa, asintiendo. Tenía la cara hermosamente enrojecida y el pelo un poco despeinado. Y eso se lo había hecho yo. Tragué saliva y me volví para mirar por la ventana.

—No pareces estar bien —dijo mi padre, se acercó a ella y le puso la mano en la frente—. Estás un poco caliente.

Apreté la mandíbula al ver el reflejo de ambos en el cristal y una extraña sensación empezó a subirme por la espalda. «¿De dónde viene esto?»

—La verdad es que no me encuentro muy bien —dijo ella.

—Entonces deberías irte a casa. Con tu horario de trabajo y el final del semestre en la universidad seguro que estás...

—Tenemos la agenda llena hoy, me temo —dije volviéndome para mirarlos—. Quería acabar lo de Beaumont, señorita Murillo —gruñí con los dientes apretados.

Mi padre se volvió y me lanzó una mirada helada.

—Estoy seguro que tú puedes ocuparte de lo que haga falta, Alicia —Se dirigió a ella—: Vete a casa.—

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora