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Mi padre siempre decía que la manera de aprender el trabajo que deseas es pasar cada segundo de tu tiempo viendo a alguien hacerlo. « Para conseguir un trabajo en la cumbre, tienes que empezar desde abajo - me decía-. Conviértete en la persona sin la que el consejero delegado no pueda vivir. En su mano derecha. Aprende cómo es su mundo y lograrás que te contrate en cuanto termines los estudios».

Mi jefa, la señorita Alicia Sierra: una tipa odiosa pero muy atractiva.

El estómago se me retorcía solo con pensar en ella: alta, guapísima y la maldad personificada. La gilipollas más creída y más pedante que he conocido en mi vida. Pero mi padre también me había dicho otra cosa: « Descubrirás muy pronto que la belleza solo es externa, pero la fealdad llega hasta lo más profundo» . Yo ya había tenido mi ración de hombres desagradables en los últimos años; salí con unos cuantos en el instituto y en la universidad. Pero esta se llevaba la palma.

-vaya! Buenos días señorita Murillo.- la señorita Sierra estaba de pie en el umbral de mi despacho, que servía de antesala al suyo. Su voz tenía una nota dulce como la miel, pero eso no era propio de ella... más bien miel congelada que se había hecho pedazos al romperse, pedazos agudos y cortantes.

Después de haber derramado agua sobre mi móvil, de que se me cayeran los pendientes en el triturador de basura, de que me hubieran golpeado el coche por detrás en la interestatal y de haber tenido que esperar a la policía para que nos dijera lo que los dos ya sabíamos (que la culpa había sido de aquel otro tío), lo último que necesitaba esa mañana era una señorita Sierra de mal humor.

La salude como hacia todos los dias.

-buenos días, Señorita Sierra.-

Y deseé que me hiciera su asentimiento de cabeza habitual en respuesta. Pero cuando intenté pasar a su lado, ella murmuró:

-¿Buenos « días» , señorita Murillo? ¿Qué hora es en su planeta unipersonal?

Me detuve y le sostuve su mirada fría. Era unos veinte centímetros más alta que yo y antes de empezar a trabajar para ella yo nunca me había sentido tan pequeña. Llevaba trabajando en Sierras Media Group seis años, pero desde que ella había vuelto al negocio familiar nueve meses atrás, yo había empezado a llevar tacones e incluso a considerar la inverosímil posibilidad de ponerme zancos para poder mirarla directamente a los ojos. Y llevaba tacones ese día, pero aun así tuve que inclinar la cabeza y eso claramente le encantó, porque vi cómo le brillaban los ojos azules

-He sufrido una cadena de desastres esta mañana, señorita Sierra. No volverá a ocurrir -dije aliviada por que mi voz sonara firme.

Nunca había llegado tarde, ni una vez, pero por supuesto ella tenía que llamarme la atención la primera vez que pasaba como si fuera algo grave. Conseguí pasar junto a ella y atravesar la puerta, dejé mi bolso y el abrigo en el armario y encendí el ordenador. Intenté actuar como si él no siguiera de pie en el umbral, observando todos mis movimientos.

-« Una cadena de desastres» es una muy buena descripción de lo que he tenido que gestionar en su ausencia. He hablado con Alonso Prieto para quitarle importancia al hecho de que no le hubieran llegado los contratos firmados a la hora prometida: las nueve de la mañana, horario de la costa Este. También he tenido que llamar a Agata Jiménez para hacerle saber que, de hecho, íbamos a seguir adelante con la propuesta como la dejamos por escrito. En otras palabras, esta mañana he estado haciendo su trabajo y el mío. ¿De verdad que incluso con esa « cadena de desastres» no ha podido ni siquiera llegar a las ocho de la mañana? Algunos empezamos a trabajar antes de la hora del brunch, señorita Murillo.

Levanté la vista para mirarla; estaba claramente cabreada y me miraba fijamente con los brazos cruzados sobre sus pechos. Y todo porque había llegado una hora tarde... Parpadeé y aparté la mirada, evitando deliberadamente fijarme en cómo el traje oscuro cortado a medida se tensaba a la altura de sus hombros. El primer mes que trabajamos juntas, durante una convención, cometí el error de ir a hacer ejercicio al gimnasio del hotel y al entrar me la encontré cubierta de sudor al lado de la cinta de correr. Tenía una cara por la que mataría cualquier modelo femenina y el pelo más increíble que he visto. Pero claro, ella tenía que estropearlo abriendo la bocaza y diciendo: « Me alegro de que por fin se interese un poco por su forma física, señorita Murillo» .

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora