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narra Raquel

Como esperaba, el vuelo a San Diego me dio tiempo para pensar. Me sentía querida y descansada después de la visita a mi padre. Tras su cita con el gastroenterólogo, que nos tranquilizó diciéndonos que el tumor era benigno, nos pasamos el resto del tiempo hablando y recordando a mamá, incluso planeando un viaje para que viniera a verme a Madrid.

Para cuando me despidió con un beso, yo me sentía lo más preparada posible, teniendo en cuenta la situación. Estaba muy nerviosa por volver a ver cara a cara a la señorita Sierra, pero me había dado a mí misma la mejor charla de preparación posible, y había hecho varias compras por internet y tenía la maleta llena de nuevas «braguitas poderosas». Había pensado mucho en mis opciones y estaba bastante segura de que tenía un plan.

El primer paso era admitir que este problema venía de algo más que de la tentación que producía la cercanía. Estar separadas por miles de kilómetros de distancia no había servido para calmar mi necesidad. Había soñado con ella casi cada noche, despertándome cada mañana frustrada y sola. Había pasado demasiado tiempo pensando en lo que estaría haciendo, preguntándome si estaría tan confundida como yo e intentando arrancarle a Silene toda la información que podía sobre cómo iban las cosas por allí.

Silene y yo tuvimos una interesante conversación cuando me llamó para informarme de cómo iba lo de mi sustitución temporal. Me reí como una histérica cuando me enteré de la sucesión de asistentes. Por supuesto que a Alicia le estaba costando mantener a alguien cerca de ella. Era una gilipollas.

Yo estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a su actitud hosca; profesionalmente nuestra relación funcionaba como un reloj. Pero el lado personal era una pesadilla. Casi todo el mundo lo sabía, aunque no conocían el alcance de la situación.

Muchas veces recordé nuestros últimos días juntas. Algo en nuestra relación estaba cambiando y yo no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. No importaba cuántas veces nos dijéramos que no iba a volver a pasar, porque lo haría. Estaba aterrada de que esa mujer, que era mucho más que mala para mí, tuviera más control sobre mi cuerpo de lo que lo tenía yo, no importaba cuánto intentara convencerme a mí misma de lo contrario.

No quería ser una mujer que sacrificaba sus ambiciones por una pareja.

De pie en la zona de llegadas, me di una última charla de preparación. Podía hacerlo. Oh, Dios, esperaba poder hacerlo. Las mariposas de mi estómago no paraban de revolotear y me preocupé brevemente por si acababa vomitando.

Su avión se había retrasado en Madrid y eran más de las seis y media cuando por fin aterrizó en San Diego. Aunque el tiempo en el avión me había venido bien para pensar, las otras siete horas de espera posteriores solo habían vuelto a poner en funcionamiento mis nervios.

Me puse de puntillas intentando ver mejor entre la multitud, pero no la vi. Volví a mirar mi móvil y leí otra vez su mensaje.

-Acabo de aterrizar. Nos vemos en unos minutos.-

No había nada sentimental en ese mensaje, pero hizo que me diera un vuelco el estómago. Nuestros mensajes de la noche anterior habían sido igual; nada de lo que dijimos era especial, solo le pregunté qué tal había ido el resto de la semana. Eso no se consideraría inusual en ninguna otra relación, pero era algo totalmente nuevo para nosotras. Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a un lado la animosidad constante y acabar siendo... ¿qué, amigas?

Con el estómago hecho un nudo empecé a caminar arriba y abajo, deseando que mi mente cambiara de marcha y se calmaran los latidos de mi corazón. Sin pensarlo me paré a medio paso y me volví hacia la multitud que se acercaba, buscándola entre la marea de caras desconocidas. Me quedé sin aliento cuando una cabellera pelirroja conocida destacó entre las demás.

«Por Dios, compórtate, Raquel».

Intenté una vez más mantener mi cuerpo bajo control y volví a levantar la vista. «Joder, estoy hecha una mierda». Ahí estaba, mejor de lo que nunca la había visto. ¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?

Su pelo rojo estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones grandes color cafe y un buzo del mismo y tamaño. Parecía cansada, pero eso no fuelo que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Ella iba mirando al suelo, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa.

Ella se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal; las dos esperábamos que la otra dijera cualquier cosa.

-Hola -dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había entre nosotras.

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora