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narra Alicia:

El ardor de mi pecho era casi suficiente para distraerme del lío que tenía en la cabeza. Pero solo «casi».
Aumenté la inclinación de la cinta de correr y me obligué a exigirme más. Los pies golpeando, los músculos ardiendo... eso siempre funcionaba. Así es como yo vivía mi vida. No había nada que no pudiera lograr si me exigía lo suficiente: los estudios, la carrera, la familia, las mujeres.
Mierda: mujeres.

Agobiada sacudí la cabeza y subí el volumen de mi iPod, esperando que eso pudiera distraerme lo suficiente para conseguir un poco de paz.
Debería haber sabido que no iba a funcionar. No importaba cuánto lo intentara, ella siempre estaba allí. Cerraba los ojos y todo volvía: tumbada sobre ella, sintiéndola envolviéndome, sudorosa, excitada, queriendo parar pero incapaz de hacerlo. Estar dentro de ella era la tortura más perfecta. Saciaba el hambre que sentía en ese momento, pero como una yonqui, me encontraba consumida por la necesidad de más droga en cuanto dejaba de tenerla. Era aterrador, pero cuando estaba con ella era capaz de hacer cualquier cosa que me pidiera. Y esa sensación estaba empezando a penetrar en momentos como ese también, en los que ni siquiera estaba a su lado pero seguía queriendo ser lo que ella necesitaba. Ridícula.
Alguien me quitó uno de los auriculares de un tirón y yo me volví hacia la fuente de la distracción.

—¿Qué? —pregunté mirando a mi hermano.

—Si sigues subiendo eso, vamos a tener que despegarte del suelo en cualquier momento, Ali —me respondió—. ¿Qué ha hecho ella estaba vez para fastidiarte tanto?

—¿Quién?— Él puso los ojos en blanco.

—Raquel.—Sentí que se me tensaba el estómago al oír su nombre y volví a centrar mi atención en la cinta de correr.

—¿Y qué te hace pensar que esto tiene algo que ver con ella?— Él rió sacudiendo la cabeza.

—No conozco a ninguna otra persona que produzca esta reacción en ti. Y sabes por qué es, ¿verdad?—Él había apagado su máquina y ahora tenía toda su atención centrada en mí. Mentiría si dijera que no me estaba poniendo un poco nerviosa. Mi hermano era perceptivo, demasiado, a veces. Y si había algo que yo quería ocultarle era precisamente eso.

Mantuve la mirada fija adelante mientras seguía corriendo, intentando no cruzar la mirada con él.

—Ilumíname.

—Porque vosotras dos os parecéis bastante —dijo con aire de suficiencia.

—¿Qué? —Varias personas se volvieron para ver por qué estaba gritando en medio de un gimnasio lleno de gente. Dejé caer la mano sobre el botón de parada y lo miré—. Pero ¿cómo se te ha podido ocurrir eso? No nos parecemos en nada. —Estaba sudada, sin aliento y acelerado después de haber corrido más de quince kilómetros. Aunque justo en ese momento la subida de mi presión arterial no tenía nada que ver el ejercicio físico.

Le di un largo trago a la botella de agua mientras Andres no dejaba de sonreír burlón.
—¿Con quién crees que estás hablando? No he conocido a dos personas más parecidas en mi vida. Primero... —Hizo una pausa, carraspeó y levantó la mano para ir enumerando las cosas con los dedos—. Ambas sois inteligentes, determinadas, trabajáis mucho y sois leales. Y... —continuó señalándome— ella es una bomba. De hecho es la primera mujer en toda tu vida que puede plantarte cara y que no te sigue a todas partes como un perrito perdido. Y odias profundamente cuánto necesitas eso.

¿Es que todo el mundo había perdido la cabeza? Claro que ella era alguna de esas cosas; ni siquiera yo podía negar que era increíblemente inteligente. Y trabajaba mucho y muy duro; a veces me sorprendía lo bien que se mantenía al día con todo. Y sin duda tenía determinación, aunque yo describiría esa cualidad algo más próxima a los adjetivos de cabezota y terca. Y no se podía poner en tela de juicio su lealtad. Podría haberme traicionado cien veces desde que empezamos con aquel juego enfermizo. Me quedé de pie mirándolo mientras intentaba formular una respuesta.

Mi Secretaria 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora